En algún lugar de la pampa, un puñado de gauchos agrestes rodea una casa con intriga. En la casa hay un escritor, una luz, un misterio. Tiempo después, esa misma llanura es atravesada por una mujer heroica que viaja incansablemente. Hay algo de «El matadero» en la primera historia: en el acecho popular del letrado solo y en la violencia mal contenida o desbordada. Hay algo de «La cautiva» en la segunda: en la gesta itinerante de la heroína enamorada. Y hay algo de Echeverría en toda la novela, por presencia o por ausencia.
Aquella ficción fundante de la literatura argentina, la que opone civilización y barbarie, no deja de generar relatos. Incluso relatos que, como Los cautivos, pueden tomarla para la risa, dando con lo nuevo de esa manera tan típica: con la reescritura gozosa de una tradición.
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