PRECEPTOS
Mi padre se llamaba Thomas Browne. Su padre también se llamaba Thomas Browne. Por eso yo me llamo Thomas Browne. Hasta que fui a la universidad no supe que existía otro Thomas Browne, mucho más ilustre, que había vivido en Inglaterra en el siglo XVII. Sir Thomas Browne fue un escritor de gran talento, estudioso del mundo natural, científico, erudito y partidario de la tolerancia en una época en que la norma era la intolerancia. En resumen: no podría haber pedido un tocayo mejor.
En la universidad fui leyendo muchas de las obras de sir Thomas Browne, entre ellas Sobre errores vulgares, un libro que pretendía desacreditar algunas creencias falsas muy extendidas en su época, y La religión de un médico, una obra que planteaba unas cuantas preguntas sobre la religión consideradas muy poco ortodoxas en aquel tiempo. Mientras leía esta última me encontré con esta frase maravillosa:
Albergamos en nuestro interior las maravillas
que buscamos a nuestro alrededor.
Por algún motivo, la belleza y la fuerza de esa frase me dejaron helado. Quizá era justo lo que necesitaba oír en aquel momento de mi vida, un momento en que me atormentaba la duda de si la profesión que había elegido —la enseñanza— era lo bastante maravillosa para hacerme feliz. Escribí aquella frase en un papelito y lo pegué en la pared, donde permaneció hasta que acabé la carrera. También me acompañó al posgrado. Lo llevé en la cartera mientras viajaba con el Cuerpo de Paz. Cuando me casé, mi mujer lo hizo enmarcar y ahora cuelga en el vestíbulo de nuestro piso del Bronx.
Fue el primero de muchos preceptos en mi vida, que empecé a recopilar en un álbum de recortes. Frases de libros que he leído. Galletas de la suerte. Tarjetas de Hallmark con frases inspiradoras. Si hasta escribí «Just Do It!» (¡Hazlo!), el eslogan de Nike, porque pensé que era perfecto para mí. Al fin y al cabo, la inspiración puede venir de cualquier sitio.
La primera vez que introduje los preceptos en mis clases aún era profesor en prácticas. Me estaba costando mucho que mis alumnos se interesasen por las redacciones —creo que les había pedido que escribiesen cien palabras sobre algo que fuese importante para ellos—, así que me llevé la cita enmarcada de Thomas Browne para mostrarles algo muy importante para mí. Al final acabó interesándoles mucho más el significado de la cita que el impacto que había tenido en mí, así que les pedí que escribiesen sobre eso. Me quedé asombrado con lo que se les ocurrió.
Desde entonces utilizo los preceptos en clase. Según el diccionario, un precepto es «una instrucción o regla que se da o establece para el conocimiento o manejo de un arte o facultad». Para mis alumnos siempre lo he definido en términos más sencillos: los preceptos son «palabras que seguir en la vida». Muy sencillo. El primer día del mes escribo un nuevo precepto en la pizarra, ellos lo copian y luego hablamos de él. A final del mes escriben una redacción sobre ese precepto. Cuando acaba el curso les doy mi dirección y les pido que durante el verano me envíen una postal con un nuevo precepto, que puede ser una cita de alguien famoso o un precepto que se hayan inventado ellos. El primer año que lo hice me pregunté si recibiría algún precepto. Me quedé de piedra al ver que, al final del verano, todos los alumnos de todas mis clases me habían enviado uno. Imaginaos mi asombro cuando, al año siguiente, volvió a suceder lo mismo. Solo que en esa ocasión no solo recibí postales de mi clase de ese año, sino también unas cuantas de la clase del año anterior.
Llevo diez años dando clase. A día de hoy he recibido unos dos mil preceptos. Cuando llegó a sus oídos, el señor Traseronian, el director del colegio de secundaria Beecher, me propuso que los reuniera y los convirtiese en un libro que pudiera compartir con todo el mundo.
La idea me despertaba una gran curiosidad, pero ¿por dónde empezar? ¿Cómo elegir los preceptos que debía incluir? Decidí centrarme en los temas con los que más se identificaban los chavales: la bondad, la fuerza de carácter, la superación de la adversidad o simplemente hacer el bien en el mundo. Me gustan los preceptos edificantes. Confío en que el lector de este libro decida iniciar algunos días con una de estas «palabras que seguir en la vida».
Estoy muy contento de poder compartir mis preceptos favoritos con todo el mundo. Muchos los he ido recopilando a lo largo de los años. Otros me los han enviado mis alumnos. Todos significan mucho para mí. Ojalá podáis decir lo mismo.
SEÑOR BROWNE
Enséñale lo que se ha dicho en el pasado;
entonces él dará buen ejemplo
a los niños... Nadie nace sabio.
Las máximas de Ptahhotep,
2200 a. C.
Albergamos
en nuestro
interior
las maravillas
que buscamos
a nuestro
alrededor.
SIR THOMAS BROWNE
Los dos días
más importantes
de tu vida son el día
que naces y el día
que descubres
por qué.
MARK TWAIN
En la vida del hombre
hay tres cosas importantes:
la primera es ser
amable, la segunda
es ser amable, y la tercera
es ser amable.
HENRY JAMES
Ningún
hombre
es una isla,
completo por
sí mismo.
JOHN DONNE
Poder echar la vista atrás
y ver la vida propia
con satisfacción es vivir
dos veces.
JALIL GIBRAN
Si el viento
no sopla,
coge los remos.
Proverbio latino
Por larga
que sea la
noche. . .
siempre acaba
saliendo
el sol.
Proverbio africano
Sabio es el que
conoce a los demás.
Iluminado,
el que se conoce
a sí mismo.
LAO TSÉ
¿Alguien
te ha
mostrado
bondad?
Transmítela.
HENRY BURTON
No hay pájaro que vuele
demasiado alto si vuela
con sus propias alas.
WILLIAM BLAKE
Lo milagroso
no es volar
por el aire
ni caminar
por encima
del agua,
sino andar
por la tierra.
Proverbio chino
Lo vergonzoso no es
no saber, sino no
molestarse en averiguar.
Proverbio asirio
Sé fiel
a ti
mismo.
WILLIAM SHAKESPEARE
Ningún acto
de bondad,
por pequeño
que sea,
es en vano.
ESOPO
OSCAR WILDE
Dondequiera que
haya un ser humano
existe la posibilidad
de hacer el bien.
SÉNECA
Conócete
a ti mismo.
Inscripción en el Oráculo de Delfos
La risa
es el sol
que ahuyenta
el invierno
del rostro
humano.
VICTOR HUGO
Sé quien
quieras ser,
no lo
que los
demás
quieren ver.
Desconocido
La ignorancia
no es decir: «No lo sé».
La ignorancia es decir:
«No quiero saberlo».