Romancero gitano

Federico García Lorca

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

Es muy difícil que un libro de versos pueda convertirse en un fenómeno editorial, que coseche buenas ventas y que el conocimiento de su existencia vaya más allá de un lector especializado. Y resulta todavía más increíble, si cabe, que se reciten sus versos en cafés o en teatros antes incluso de que el libro salga de la imprenta. Pues bien, todo eso sucedió con Romancero gitano, de Federico García Lorca, publicado por primera vez en uno de los más prestigiosos sellos de la época: la editorial de la Revista de Occidente, fundada por José Ortega y Gasset. Con Romancero gitano nos encontramos ante uno de los títulos que forjan la leyenda del poeta granadino, una obra donde se combinan lo popular con la vanguardia y donde encontramos al gitano como tema: en estos romances, Lorca se identifica con una raza que siempre ha sido oprimida, la gitana, que, a la par, se convierte en una manera de entender Andalucía.

Pero empecemos por el principio, por la escritura de estos versos, que se remontan a 1923, durante su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid. En ese momento, Lorca es un poeta prácticamente inédito. Ha publicado un libro de prosas basado en sus viajes estudiantiles y una recopilación de su poesía primera, pero todavía sin alcanzar el éxito merecido. En los cajones de su escritorio se amontonan manuscritos con proyectos que tardarán en materializarse.

En 1999 ingresaba en los fondos de la Biblioteca Nacional un conjunto de manuscritos del poeta, propiedad hasta ese momento de Rafael Martínez Nadal, uno de sus más íntimos amigos. Nadal vendió por unos 30 millones de pesetas varios poemas pertenecientes al Romancero gitano, Poema del cante jondo, Poeta en Nueva York y algunas prosas, entre las cuales la titulada «Sol y sombra». Por lo que se refiere al Romancero gitano, entre aquellos documentos se incluía una libreta encabezada con el título Romances gitanos y fechada el 29 de julio de 1924, en cuyas páginas el poeta empezó a poner en limpio —aunque con muy pocas correcciones— algunos de los poemas en los que llevaba trabajando casi un año. La libreta representa, además, la primera ordenación del Romancero gitano que se abre, al igual que en la edición definitiva, con el «Romance de la luna, luna». Además, entre los documentos relacionados con el Romancero gitano, con papel con membrete de la Residencia de Estudiantes, encontramos otros romances gitanos, todos ellos incluidos en la edición de la Revista de Occidente. Estos últimos materiales nos permiten deducir que estos romances fueron escritos en parte en la Residencia, lugar fundamental para la introducción de las vanguardias artísticas y literarias en la España de los años veinte y para la formación vanguardista del joven Federico García Lorca. De hecho, el poeta, a su llegada a este centro en la primavera de 1919, en su maleta traía consigo solamente textos propios que bebían de la influencia de los maestros del momento, como Rubén Darío, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez. Fue a través de su amistad con otros residentes, sobre todo con Luis Buñuel, Salvador Dalí, José María Hinojosa y Pepín Bello, que Lorca conocerá las nuevas corrientes artísticas y literarias que se están produciendo en Europa e introducirá en sus versos elementos próximos a ellas.

En el Romancero gitano hay una raíz andaluza, pero se trata de un andalucismo que poco tiene que ver, por ejemplo, con el exhibicionismo folclórico que caracterizaba en aquellos años el teatro de los hermanos Álvarez Quintero. La propuesta de Lorca, sin embargo, es mucho más sutil, al convertir al gitano en el vehículo a través del cual poder exponer su personal visión del sur, de una raza, la gitana, perseguida en España desde 1499, cuando los Reyes Católicos firmaron una pragmática en la que quedaron suprimidos los derechos que hasta entonces tenían como peregrinos. En su conferencia «Arquitectura del cante jondo», el poeta ofrece algunas pistas de su visión de este pueblo a partir de coplas y canciones gitanas, que Lorca define como «poemas de gente oprimida hasta lo último, donde se estruja y aprieta la más densa sustancia lírica de España: gente libre, creadora y honestísima casi siempre».[2]

En el Romancero gitano, el autor establece una identificación manifiesta entre el yo poético y los gitanos, como el propio Lorca confesaría en una entrevista concedida en 1931: «Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío..., del morisco, que todos llevamos dentro». En la misma entrevista, el poeta aporta otra valiosa pista respecto al contenido de su poemario:

El Romancero gitano no es gitano más que en algún trozo al principio. En su esencia es un retablo andaluz de todo el andalucismo. Al menos como yo lo veo. Es un canto andaluz en el que los gitanos sirven de estribillo. Reúno todos los elementos poéticos y locales y les pongo la etiqueta más fácilmente visible. Romances de varios personajes aparentes, que tienen un solo personaje esencial: Granada...[3]

En efecto, Granada y su provincia son la base de algunos de los poemas del libro, como es el caso, entre otros, del «Romance de la Guardia Civil», que muy probablemente toma elementos de noticias que el joven Lorca había leído de un suceso vivido en las Alpujarras. El poema, en el que se narra la destrucción de la «ciudad de los gitanos» a manos de este cuerpo policial, podría tener su origen en el siguiente episodio narrado por Federico a su hermano Francisco:

El país está gobernado por la Guardia Civil. Un cabo de Carataunas, a quien molestaban los gitanos, para hacer que se fueran los llamó al cuartel y con las tenazas de la lumbre les arrancó un diente a cada uno diciéndoles: «Si mañana estáis aquí caerá otro». Naturalmente los pobres gitanos mellados tuvieron que emigrar a otro sitio. Esta Pascua en Cáñar un gitanillo de catorce años robó cinco gallinas al alcalde. La Guardia Civil lo ató un madero a los brazos y lo pasearon por todas las calles del pueblo, dándole fuertes correazos y obligándolo a cantar en alta voz. Me lo contó un niño que vio pasar la comitiva desde la escuela.[4]

En otra composición, «San Miguel», Lorca personifica la ciudad de Granada a través de la figura de este santo, cuya imagen tan admirada por el poeta se encuentra en la iglesia que hay en el llamado cerro de San Miguel, en el popular y gitano barrio de Sacromonte. Este «patrón gay de Granada», como así llama el biógrafo del poeta, Ian Gibson, a san Miguel,[5] forma parte de un tríptico andaluz de arcángeles, junto con san Rafael y san Gabriel; a cada uno de ellos Lorca dedica un poema en el Romancero gitano y, como hizo con san Miguel, hace de san Rafael y san Gabriel la personificación de Córdoba y Sevilla, respectivamente.

Uno de los protagonistas de otros dos romances es el gitano Antonio Torres Heredia, detenido por guardias civiles cuando trata de llegar a Sevilla para asistir a una corrida de toros, y más adelante es asesinado en una reyerta. La base del personaje, como pudo saber el investigador Agustín Penón, es, otra vez, la realidad: este «moreno de verde luna», como lo describe el poeta, estaba relacionado con su infancia en la Vega de Granada. Su nombre real era Luis Cortés Heredia, perteneciente a los Camborios, una familia de gitanos originaria del pueblo granadino de Chauchina. Aurelia González García, una de las primas favoritas de Federico, le explicó a Penón que Luis era

gitanísimo. ¡Gitano por los cuatro «costaos»! Toda su familia lo era, vivían en Chauchina y eran carniceros. Luisillo era muy guapo, tenía muchísima gracia y tocaba la guitarra como nadie. Era un artista, la emoción y el sentimiento que él arrancaba de su guitarra nos ponían a todos el vello de punta. En mi casa no había celebración que él no animara. Nos charlábamos con él. ¡Cómo alegraba las fiestas! Y muchas veces era Luisillo quien me acompañaba a la guitarra cuando yo cantaba. Era muy buen jinete y en cuanto se le avisaba para cualquier reunión, cogía el caballo y se presentaba con su guitarra.[6]

Cuando la inspiración no es la realidad más inmediata, Lorca bebió de sus maestros literarios, entre los que encontramos a Juan Ramón Jiménez, a quien el granadino admiraba profundamente. Su huella parece evidente en el «Romance sonámbulo», aquel que empieza con el celebérrimo verso «Verde que te quiero verde». Resulta evidente el paralelismo entre el romance de Lorca y el poema «La Verdecilla», una deliciosa canción de Juan Ramón. El uso del color verde como eje cromático de la composición y la aliteración del término «verde», tan evidente en el poema lorquiano, tiene en Juan Ramón su precedente:

Verde es la niña. Tiene

verdes ojos, pelo verde.

Su rosilla silvestre

no es rosa, ni blanca. Es verde.

¡En el verde aire viene!

(la tierra se pone verde)

Su espumilla fulgente

no es blanca, ni azul. Es verde.

¡En el mar verde viene!

(el cielo se pone verde)

Mi vida le abre siempre

una puertecita verde.

En la creación del «Romance sonámbulo» tampoco podemos olvidar la «Rima XII» de Gustavo Adolfo Bécquer, aquella que comienza así:

Porque son, niña, tus ojos

verdes como el mar, te quejas;

verdes los tienen las náyades,

verdes los tuvo Minerva,

y verdes son las pupilas

de las huríes del Profeta.

No debe descartarse la profunda huella que la tradición más popular dejó en Lorca. Se dice que fue en las Alpujarras donde el poeta escuchó, en un cortijo de la zona, a un muchacho cantar una copla que decía:

Y que yo me la llevé al río

creyendo que era mozuela,

pero tenía marío.

Es el inicio de «La casada infiel». Conocedor de aquella anécdota, al leer aquellos versos en el Romancero gitano, a Francisco García Lorca, como contaría mucho tiempo después, le vino de inmediato a la memoria aquella canción alpujarreña y se la recordó a su hermano, aunque Federico dijo que eran una creación literaria enteramente suya y negó haberla escuchado antes.[7]

La vida de Lorca también se cuela en el Romancero gitano, no tanto en el contenido de los poemas cuanto a través de las dedicatorias. Por un lado, encontramos el «Romance del emplazado», que Lorca encabeza con las palabras: «Homenaje a Emilio Aladrén». Aladrén fue el escultor del que se enamoró profundamente y tal vez el responsable de la crisis sentimental que desembocó en su viaje/huida a Nueva York en 1929. Por otro lado, tenemos «Muerto de amor», romance dedicado a Margarita Manso, esposa luego de su amigo el pintor Alfonso Ponce de León. No es nada gratuito que Lorca decidiera dedicar ese poema a Manso, protagonista de un sorprendente episodio que hoy conocemos gracias al relato que de él hizo Salvador Dalí a Ian Gibson.[8] Según Dalí, la joven estaba fascinada tanto con el pintor como con el poeta, y fue ella la única mujer con la que Lorca mantuvo relaciones sexuales, un «sacrificio» que Dalí le pidió a su amigo como condición para que le demostrara lo muy enamorado que estaba de él. El pintor explicaría que, tras el acto, Lorca se comportó con sumo cuidado y gusto con Margarita, hasta el punto de recitarle unos bellísimos versos de «Thamar y Amnón», otra de las composiciones del Romancero gitano:

Thamar, en tus pechos altos

Hay dos peces que me llaman,

y en la yema de tus dedos

rumor de rosa encerrada.

Muchos de los romances aparecieron en algunas de las revistas literarias de la época; eran ya conocidos y recitados antes de ser llevados a imprenta. Rafael Martínez Nadal, quizá el responsable de la puesta en limpio de algunos de los manuscritos, recordaría que ya en 1927 había un compromiso para

entregar el texto a la Revista de Occidente y no daba señales de cumplir la promesa. Los amigos, que conocíamos su peculiar resistencia, le incitábamos constantemente. Un día que hablábamos de este asunto, abrió el cajón de su mesa y desplegó ante mí todos los manuscritos de los romances. «¿Tú ves? Así yo no puedo mandar eso a ningún sitio, y yo soy incapaz de escribir a máquina y no tengo nadie de confianza que me lo pueda hacer».[9]

Hacia noviembre de 1927, Lorca anunciaba a su familia que:

Como sabéis, publico el Romancero en la Revista de Occidente, cosa que tiene gran importancia si se tiene en cuenta que la Revista no quiere publicar versos, y esto es una rara excepción y, por tanto, un honor. Saldrá enseguida el libro, para diciembre. Yo ruego a Paquito que busque los romances en mis papeles y me los mande, pues aunque yo me los sé de memoria y los he vuelto a escribir, sin embargo me gustaría tenerlos. Ahora tengo obligación de escribir en todos los números de la Revista para hacer propaganda del libro. En cuanto termine de corregir pruebas y demás asuntos, me iré a Granada, que ya voy teniendo gana.[10]

En julio de 1928 llegaba a las librerías, por fin, el Romancero gitano, con una cubierta realizada por el propio autor. El éxito fue inmediato, y se agotaron pronto los 2.000 ejemplares de la tirada inicial. A finales de 1929, el mismo sello lanzaba una nueva edición. Cuando Lorca visitó Argentina, en 1933, la bonaerense editorial Sur también publicó el Romancero gitano, incluso en una edición limitada de un centenar de ejemplares firmados por el autor. Un éxito sin precedentes para un libro de versos español.

Sin embargo, el poemario llega a las librerías cuando sus preocupaciones líricas van por otro camino: en 1928, Lorca ya concebía su poesía de otra manera, alejada de la poética del Romancero. Sus amigos Buñuel y Dalí despotrican del libro recién publicado; el pintor le argumentará sus críticas en una extensa misiva que le enviaría en septiembre de 1928.[11] Lorca entendió sus argumentos y así se lo explicaría a su amigo Sebastià Gasch ese mismo mes de septiembre:

Ayer me escribió una carta muy larga Dalí sobre mi libro (¿lo has recibido ya? Te lo mandé hace unos días). Carta aguda y arbitraria que plantea un pleito poético