INTRODUCCIÓN
1. PERFILES DE LA ÉPOCA
1.1. AL-ANDALUS
El siglo XI, siglo en el que nació y murió Rodrigo Díaz (c. 1043-1099) fue un siglo de grandes cambios en la vida política y cultural peninsular. La definitiva desmembración del Califato cordobés en 1031 tras un largo periodo de anarquía desde 1008, año en que murió Abd al-Malik, hijo del gran emir Almanzor, tuvo una gran importancia en esta expansión. Se crearon numerosos principados o taifas alrededor de las ciudades que habían sido capital de provincia del Califato. Para 1140 había unos veintiún taifas, pero entre ellas, las más importantes eran las de Zaragoza, Sevilla, Granada, Badajoz, Toledo y Valencia. Los soberanos de los reinos de taifas favorecieron la actividad cultural y se rodearon de poetas, cronistas, filósofos, científicos, médicos e incluso arquitectos que diseñaron sus palacios y jardines. Sevilla llegó a tener en ese tiempo uno de los anfiteatros más grandes del mundo, lamentablemente destruido en el siglo XVIII. De esa época datan las primeras jarchas conservadas, y en ese tiempo vivía Ali ben Hazm de Córdoba, el famoso autor del Collar de la paloma. Muestra del arte andalusí de ese siglo son los restos magníficos de orfebrería, cristal, cerámica, marfil, mármol y madera. Tuvo también mucha importancia la industria textil. Los tejidos de seda fueron famosos y muy codiciados por los reyes cristianos, que gustaron de vestir a la musulmana. Incluso los obispos apreciaban las sedas andalusíes, como muestra el fragmento de una magnífica vestidura de seda, hoy guardada en el Museo de Bellas Artes de Boston y que perteneció a Pedro, obispo de Osma, que murió en 1109 y fue venerado como santo. La erudición de los escritores andalusíes, muy superior a la cristiana de ese momento, la practicaban los mismos soberanos. Por ejemplo, al-Muzaffar, rey de Badajoz que reinó entre 1045-1068, recopiló una obra, hoy perdida, de cincuenta volúmenes sobre materias tan diversas como historia, literatura, ciencia y arte; al-Mutamin de Zaragoza fue autor de un tratado de matemáticas; al-Mamun de Toledo fue un gran mecenas y bajo su patrocinio hizo construir al famoso astrónomo al-Zarqal un reloj de agua maravilloso. Se dice que Alfonso VII mandó a sus sabios que lo desarmaran para ver su funcionamiento, pero que lamentablemente no supieron reconstruirlo.
La comunidad judía de Al-Andalus contaba con una élite muy significativa en las letras, en las ciencias y en la política. De hecho, los judíos consideran los siglos XI y XII como la Edad de Oro de la comunidad sefardita en Al-Andalus. Varios tuvieron puestos destacados en el gobierno en las taifas de Granada, Sevilla, Zaragoza, Valencia y Almería. Entre los que obtuvieron puestos de confianza destaca Samuel Ha-Nagid, que fue un gran erudito y también primer ministro del reino de Granada hasta su muerte en 1056, en que le sucedió en el puesto su hijo José; también influyente en la política y en las letras fue Ibn Nagrela, que además de ser visir y líder militar fue un gran polemista del Talmud, y también poeta y autor de varios tratados filológicos; Salomón Ben Jehuda Ben Gebirol (Avicebrón) fue un famoso filósofo y poeta nacido en Málaga y educado en Zaragoza donde vivió y murió alrededor de 1057; el famoso tudelano Judah Halevi fue médico y poeta de la corte cordobesa. Todos escribieron en lengua árabe, pero varios también utilizaron la lengua hebrea para escribir su poesía, empresa muy difícil porque esa lengua desde hacía siglos había dejado de ser una lengua hablada. La culminación de la cultura judía llegó en el siglo siguiente con el gran Moisés Maimónides, autor del famoso libro Guía de los perplejos y también autor de numerosos tratados de medicina que fueron textos obligatorios en las facultades de medicina europeas hasta el Renacimiento.
1.2. LOS REINOS CRISTIANOS
El siglo XI fue para los cristianos un período de gran agitación política y social. La sociedad cristiana era una sociedad centrada en la guerra, poco refinada. Las obras de arte que han sobrevivido son de arte religioso. Entre ellas sobresalen las iluminaciones del Apocalipsis del Beato de Liébana que hace Facundo para Fernando I y su mujer Sancha o las magníficas pinturas de la iglesia de San Isidoro que este mismo rey manda hacer tras el traslado de las reliquias del santo a León en 1063. Sin embargo, la sociedad cristiana era una sociedad fundamentalmente preparada para la guerra y la cultura, todavía en el siglo XI, se refugiaba en los monasterios.
La fragmentación del califato fue crucial en el afianzamiento de las monarquías cristianas y en su expansión hacia el sur. En la primera mitad del siglo se fundan dos reinos que con el tiempo llegarán a dominar al resto: Castilla y Aragón, cuyos monarcas proceden del linaje navarro. Fernando I, hijo del rey Sancho III el Mayor de Navarra, conde de Castilla desde 1029, elevó el rango del condado a reino en 1037, apenas dos años después de la muerte de su padre. Su hermano bastardo heredó en 1035 el condado de Aragón, que también elevó a la categoría de reino. La dispersión de los territorios sobre los que había dominado el navarro Sancho III, que además de los ya mencionados incluían el propio reino navarro y el reino de León, fue en parte reunida por Fernando tras la derrota y muerte que infligió a su cuñado Vermudo III en 1037. Pocos meses después, en 1038 fue coronado rey de León. La entronización de la dinastía navarra en los reinos de Castilla y León y la debilidad y desunión de los reinos de taifas fueron fundamentales en la extraordinaria expansión territorial de Castilla y León y en las cambiantes relaciones entre la nobleza y la monarquía.
La favorable situación que se abrió con el nacimiento de los reinos de taifas dio lugar al auge de los señores de la guerra, nobles que ponían sus ejércitos al servicio del rey y aspiraban a través de la guerra incrementar el favor real y su patrimonio. Para muchos estudiosos Rodrigo Díaz representa este modelo de caballero de fortuna, que algunos consideran mercenario (Torres-Sevilla, 2000, p. 31). Ciertamente, la nueva dinastía introdujo cambios en la política y en la economía. Fernando I inició una política de protección de los gobernantes musulmanes a cambio del cobro de las parias. Así, obtuvo tributos anuales de los reyes de Zaragoza, Toledo, Sevilla y Badajoz, que eran las taifas más poderosas. Su hijo Alfonso VI consiguió mantener el cobro de esas parias y extenderlas a las taifas de Granada y Valencia. La expansión territorial de la monarquía castellano-leonesa en estos años culminó con la conquista de Toledo en 1085. Alfonso VI alcanzó con esta victoria la cumbre de su poder, denominándose emperador de las dos religiones, musulmana y cristiana. Sin embargo, la conquista de Toledo tuvo como consecuencia inmediata la llegada a la Península de tropas Almorávides, que al mando de Yûsuf Ibn Tasufin intentaron recobrar Toledo. Aunque esto no les fue posible, consiguieron parar el avance territorial de Alfonso tras derrotar a su ejército en la batalla de Zalaca (1086). Las taifas de Zaragoza, Sevilla, Badajoz y Granada dejaron de pagarle las parias al buscar el protectorado de los almorávides. Sólo el reino de Valencia continuó bajo el protectorado de Alfonso durante algún tiempo. Esto fue posible gracias al esfuerzo y éxito de Alvar Fáñez, a quien el rey envió al mando de una gran hueste para instalar a Al-Qâdir, el vencido rey de Toledo, como rey de Valencia, y asegurar así su alianza con este reino y el cobro de las parias.
Durante los treinta años siguientes, los almorávides dominaron la política peninsular y el avance de la llamada Reconquista sufrió un estancamiento espectacular. Únicamente Rodrigo Díaz se enfrentó a ellos con éxito, logrando conquistar en 1094 la gran taifa de Valencia. Alfonso había intentado impedir la influencia de Rodrigo en las tierras valencianas. Sin embargo, su antiguo vasallo había logrado adentrarse en ellas y obtener parias, en franca competencia con los intereses del rey. Este quiso poner fin a la situación y en 1092, con la ayuda de Ramiro II de Aragón, del conde de Barcelona y de las armadas de Génova y Pisa, se puso a la cabeza de un ejército para atacar Valencia por tierra y mar y desalojar a Rodrigo y recuperar lo que él consideraba ser su protectorado por derecho. La expedición, sin embargo, fue un fracaso porque la ayuda por mar no llegó a tiempo y porque Rodrigo replicó invadiendo el reino de Alfonso por Calahorra y adentrándose hasta Nájera y Logroño. Esta incursión obligó al rey a retroceder para amparar y defender su reino. La Historia Roderici describe cómo Rodrigo arrasó a sangre y fuego las tierras de Alfonso y se llevó un gran botín. La crónica, que es tan favorable a Rodrigo no ahorra críticas en esta ocasión, y comenta así el ataque:
“Entró con una gran hueste en tierras de Calahorra y de Nájera que pertenecían al reino del rey Alfonso y estaba bajo su gobierno […] después de un valeroso ataque […] se hizo con gran botín que provocó desconsuelo y lágrimas y cruelmente sin misericordia alguna incendió todas aquellas tierras arrasándolas por completo de la manera más dura e impía. Devastó y destruyó toda aquella región llevando a cabo feroz e inhumano pillaje y la despojó de todos sus tesoros y riquezas y de todo su botín que pasó a su poder”. (Falque Rey, p. 364.)
La conquista de Valencia dos años después de estos hechos le dio a Rodrigo una gran fama dentro y fuera de la Península. Sin embargo, fue una conquista efímera, pues la plaza se perdió apenas tres años después de su muerte, y fue recobrada por los almorávides en 1102. Hay que señalar, que en esos años hubo grandes tensiones entre el rey Alfonso VI y Rodrigo Díaz, señor de Valencia, el cual conquistó la taifa para sí y nunca reconoció la autoridad de Alfonso en ella (E. Lacarra, 1980a, p. 109; Fletcher, p. 189). No sabemos si hubo algún acercamiento entre ambos. Menéndez Pidal insistió en que el Cid conquistó Valencia para Alfonso y la gobernó en su nombre, pero en 1097 Alfonso pidió ayuda a Rodrigo y a Alfonso II de Aragón para enfrentarse con Yûsuf Ibn Tasufin, y ninguno de los dos acudió a Consuegra (Reilly, p. 107). No obstante, una fuente tardía señala que Diego Rodríguez, el único hijo varón del Cid, murió en Consuegra, lo que de ser verdad permitiría pensar en una mejora en las relaciones entre ambos (Fletcher, 189-190). Alfonso VI, por su parte, aunque no pudo defender Valencia de los almóravides ante la petición de ayuda de Jimena Díaz, que a la muerte de Rodrigo se había puesto al frente del reino, sí que envió tropas para garantizar la seguridad de los cristianos que abandonaron Valencia. Los historiadores consideran, en retrospectiva, que la posesión de Rodrigo de Valencia fue beneficiosa, aunque lo fuera indirectamente, para las monarquías aragonesa y castellano-leonesa, pues gracias a ella se dificultó el paso de los almorávides por el Levante hacia Aragón y Castilla, y Toledo pudo quedarse en poder de Alfonso y el rey de Aragón conquistar Huesca. Esto último, sin embargo, contrarió las ambiciones castellanoleonesas sobre ese territorio y las aspiraciones de Alfonso VI sobre Zaragoza (Gambra, 200).
1.3. EL FAVOR REAL, LOS BIENES PATRIMONIALES Y LA POLÍTICA MATRIMONIAL: BASES DEL PODER NOBILIARIO
En los últimos años, los historiadores han investigado los cambios que se produjeron en la monarquía castellana a lo largo de los siglos XI y XII y en el proceso de enfeudalización gracias a la recuperación de la potestad real. La expansión territorial y el consiguiente fortalecimiento de la monarquía obligó a la aristocracia a buscar el favor real para mantenerse en el poder, ya que la proximidad a la corona garantizaba la presencia en la corte, la concesión de tenencias y condados, y el nombramiento a altos cargos, como los de alférez real y mayordomo real. Aunque hay una cierta polémica entre los historiadores, parece que el patrimonio, aun siendo importante, pasó a un segundo término como base de poder. Estudios recientes sobre el importante linaje de Lara lo muestran ampliamente. La realidad es que los bienes patrimoniales de los nobles se caracterizaban por su fragmentación y por su dispersión geográfica. Generalmente poseían algunas villas completas, pero el grueso del patrimonio consistía en la posesión de porciones o divisas de villas localizadas en un territorio bastante amplio (Pastor Díaz de Garayo, pp. 236-251). Estos estudios son importantes como veremos, a la hora de valorar el patrimonio de Rodrigo y su posición respecto al patrimonio de otros nobles de su tiempo.
En cuanto a la nobleza misma, conviene tener en cuenta que muchos de los nobles más poderosos de la corte castellana en el siglo XI procedían de los grandes linajes nobiliarios leoneses. Esto no nos debe sorprender, puesto que el reino de Castilla se había desgajado recientemente del reino de León, y apenas había caminado solo cuando se volvieron a unir ambos reinos, primero bajo Fernando y luego, tras un breve lapso, de nuevo bajo Alfonso. También es conveniente recordar que las familias de los poderosos buscaban alianzas entre sí a través del matrimonio, y que el parentesco entre los consortes era cercano, debido a que la nobleza era un grupo bastante reducido. Con frecuencia nos encontramos matrimonios dentro del propio linaje entre parientes en tercer grado –tío/sobrina –, y cuarto grado –primos carnales–, pese a las prohibiciones eclesiásticas sobre tales uniones (Torres Sevilla, 1999).
De esto se derivan al menos tres consecuencias importantes: primera, que los linajes de los nobles que los estudiosos del Poema del Cid han considerado tradicionalmente castellanos, provienen mayoritariamente de linajes de origen leonés, incluido el del mismo Rodrigo Díaz; segunda, que muchos de ellos estaban relacionados por lazos de parentesco, como era también el caso de Rodrigo y Jimena, que eran tío y sobrina; y tercera, que los lazos de parentesco no eran ni han sido nunca óbice para las enemistades entre los linajes, empezando por el mismo linaje real. Recordemos las luchas intestinas y muertes entre Fernando I y sus hermanos y cuñado que le llevaron al trono leonés, y después las desavenencias entre sus hijos, que terminaron en muertes y traiciones, y dejaron a Alfonso en posesión de Galicia, León y Castilla.
2. CRONOLOGÍA
AÑO | AUTOR-OBRA | HECHOS HISTÓRICOS | HECHOS CULTURALES |
c. 1043 | Rodrigo Díaz nace en Vivar. | Al-Mamun hereda Toledo, tributario de Fernando I de Castilla. | Primeras jarchas. |
1047 | Facundo copia e ilustra para Fernando I y Sancha el Apocalipsis del Beato de Liébana. | ||
1049 | Compromiso de Fernando I para financiar Cluny. | ||
1054 | Muere García Sánchez III, rey de Pamplona. | ||
c. 1057 | Muere Ben Gabirol, “Avicebrón”. | ||
c. 1058 | Va a la corte de Sancho II al morir su padre. | ||
1063 | Testamento de Fernando I en favor de sus hijos. | Las reliquias de San Isidoro son trasladadas a León. Muere Ali ben Hazm. | |
1065 | Primer documento de Rodrigo en la corte de Sancho II. | Muere Fernando I. | |
1068 | Sancho II derrota a Alfonso VI en Llantada. | ||
1071 | Sancho II, rey de Galicia, al derrotar a García. | ||
1072 | Sancho II, rey de León, al derrotar a Alfonso VI. Sancho II muere asesinado en Zamora. | ||
1073 | Alfonso VI confirma el compromiso con Cluny. Nace Alfonso I, el Batallador. | ||
1074 | Entrega las arras a Jimena, su mujer, sobrina de Alfonso VI. | ||
1076 | Sancho IV es asesinado en Pamplona, Alfonso VI y Sancho Ramírez de Aragón se reparten el reinado. | ||
1077 | Alfonso VI duplica el censo a Cluny. | ||
1078 | Alfonso VI instaura la regla de Cluny en Sahagún. Roberto de Cluny es abad. | Diego Peláez inicia la construcción de la catedral de Santiago. | |
c. 1079 | Va a Sevilla a cobrar las parias y apresa a García Ordóñez. | ||
1080 | Se adopta la liturgia romana. | ||
1081 | Lucha contra los que tributan a Alfonso VI. Primer destierro. Entra al servicio de los Beni Hud en Zaragoza. | ||
1082 | Hace prisionero al conde de Barcelona. | ||
1085 | Alfonso conquista Toledo. | ||
1086 | Alfonso es derrotado por el emir almorávide Yusuf. | ||
1087 | Alfonso perdona a Rodrigo. | Muere al-Zarqali, “Arzaquiel”, astrónomo hispano árabe. | |
1089 | Segundo destierro por negarse a asaltar Aledo. | Alfonso VI asalta Aledo. | |
1090 | Apresa por segunda vez al conde de Barcelona. | ||
1092 | Rodrigo saquea la Rioja. Inicia el sitio de Valencia. | Alfonso VI ataca Valencia. Ibn Jehhaf asesina a al-Cadir, visir de Rodrigo. | |
1094 | Derrota a Yusuf. | ||
1095 | Ejecuta a Ibn Jehhaf. Se rebelan los valencianos. | ||
1096 | Pedro I de Aragón conquista Huesca. | ||
1097 | Muere en batalla contra Yusuf su hijo Diego. Rodrigo toma Almenara. | Alfonso VI es derrotado por Yusuf. | |
1098 | Conquista Murviedro. Consagra la mezquita de Valencia en catedral, Jerónimo de Perigord es nombrado obispo. | ||
1099 | Muere Rodrigo Díaz. | ||
c. 1099 | María Rodríguez, Su hija, casa con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III. Su hija Cristina casa con Ramiro, infante de Navarra. | ||
1100 | Diego Gelmírez, obispo de Santiago, reanuda la construcción de la catedral. | ||
1101 | Jimena deja Valencia y vuelve a Castilla en compañía de Alfonso VI. Rodrigo es enterrado en el monasterio de San Pedro de Cardeña. | ||
1104 | Muere Pedro I de Aragón. Le sucede su hijo Alfonso I. | ||
1105 | Nace el futuro Alfonso VII. | ||
1106 | Mosé Sefardí se convierte en Pero Alfonso, autor de: Disciplina clericalis. | ||
1109 | Muere Alfonso VI. | Ben Bassam: T e so r o, donde habla de Rodrigo Díaz. | |
c. 1110 | Ben Alcama escribe sobre Rodrigo. | ||
1134 | García el Restaurador, hijo de Cristina y Ramiro, rey de Navarra. Muere Alfonso I. | Escuela de traductores de Toledo. Aymerico Picaud: Guía del peregrino. | |
1140 | Historia Roderici. | ||
1147 | Historia compostelana. | ||
1142 | Cluny en el monasterio de San Pedro de Cardeña. | ||
1146 | Los cluniacenses expolian el tesoro. Salen de Cardeña. | ||
1147 | Los almohades empiezan a dominar Al-Andalus. | ||
c. 1150 | Aragón y Barcelona unidos por el matrimonio de Petronila y R. Berenguer IV. Muere Gª Ramírez. | Poema de Almería. | |
1151 | Tratado de Tudellén: Alfonso VII y Ramón Berenguer IV se dividen zonas de la Reconquista. | ||
1153 | Blanca de Navarra, nieta del Cid, casa con Sancho de Castilla. | ||
1155 | Nace el nieto del Cid, el futuro Alfonso VIII. Muere Blanca de Navarra. | ||
1157 | Muere Alfonso VII, le sucede su hijo, Sancho III. | ||
1158 | Se funda la Orden Militar de Calatrava. | ||
1159 | Muere Sancho III. | ||
1160 | Minoría de Alfonso VIII. Guerras civiles entre Castros y Laras. | Crónica Najerense. | |
1162 | Los Laras raptan al rey-niño. Lo retienen en San Esteban de Gormaz. | ||
1164 | Fernando de Castro asesina a Manrique de Lara, ayo de Alfonso. | ||
1166 | Se funda la Orden Militar de Alcántara. Muere Gutierre de Castro. | ||
1169 | Mayoría de edad de Alfonso VIII. Los Castro desterrados. | ||
1170 | Se funda la Orden Militar de Santiago. | ||
1173 | Sancha, biznieta del Cid, casa con Pedro Manrique de Lara. | ||
c. 1174 | Nace Gª Pérez de Lara, primo de Alfonso. | ||
1188 | Cortes de León: Alfonso IX, de León, se declara vasallo del rey Alfonso VIII de Castilla. | Carmen Campidoctoris. (c. 1181-1190) | |
1190 | Navarra y Aragón contra Castilla. | Maimónides: Guía de perplejos. | |
1191 | Pedro Fernández de Castro incita a León, Portugal y Aragón contra Castilla. | ||
c. 1194 | Liber Regum I. | ||
1195 | Los almohades derrotan a Alfonso VIII en Alarcos. | ||
1196 | Pedro Fernández de Castro y los almohades luchan contra Castilla e incitan al rey de León a aliarse. | ||
c. 1197 | Nace Gonzalo de Berceo. | ||
1198 | Alfonso IX de León casa con Berenguela de Castilla. Alfonso VIII ataca Navarra: Álava y Guipúzcoa se incorporan a Castilla. | Muere el filósofo Averroes. | |
c. 1201 | Disputa del alma y el cuerpo, Razón de amor, Denuestos del agua y el vino. | ||
1206 | Tratado de paz entre Castilla y León. Bula de Inocencio III para la cruzada en España. | ||
1207 | Poema de Mio Cid. | Castilla y Navarra: paz. | |
1212 | Navas de Tolosa: victoria de los castellanos sobre los almohades. |
3. POEMA DE MIO CID
3.1. MÉTRICA-RIMA
El Poema de Mio Cid es un poema épico que narra la gestas militares de un gran magnate castellano a quien el poeta denomina Mio Cid Rodrigo Díaz de Vivar, y también Mio Cid Campeador. Nos ha llegado en un solo manuscrito que se guardaba hasta el siglo XVI en el Concejo de Bivar y que desde 1960 se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. El códice consta 74 folios más las dos de guardas de pergamino de mala calidad en once cuadernillos. Falta el primer folio del primer cuaderno y sendos folios de los cuadernos séptimo (entre los folios 47 y 48) y décimo (entre los folios 69-70). El tipo de grafías apunta a una datación de mediados del siglo XIV (Ruiz Asencio, 1982). El poema va sin título y se escribe seguido sin división alguna. En el explicit se dice que lo escribió Per Abbat en la era hispánica de 1245, que corresponde al año 1207 de nuestra era.
El Poema de Mio Cid se caracteriza por estar escrito en tiradas anisosilábicas. La gran irregularidad métrica que oscila entre tres y catorce sílabas en los hemistiquios excluye la posibilidad de atribuirla a error de copista. Tampoco se ha encontrado un sistema acentual regular, ya que el número de acentos en cada hemistiquio varía entre dos y seis. La rima es asonante y se usan doce tipos de asonancia, si bien la é-e no llega a formar ninguna serie. La más frecuente es en –ó, con 1219 versos; le siguen las asonancias en -á con 700 versos, en -á-o, con 635, y en -á-a, con 538. Menéndez Pidal defendió que las asonancias en –ó y en -á añadían con frecuencia una -e paragógica, de forma que todas las asonancias eran dobles: ó-e y á-e. Esto regularizaría la rima, pues palabras como “espolón” rimarían con “albores” y “besar” con “sale”, como ocurre en la tradición del romancero judeo-español y en el Fragmento de Roncesvalles. Sin embargo, esta tesis ha dado lugar a una gran discusión porque en el manuscrito de Per Abbat sólo se escribe la e paragógica en dos ocasiones, los latinismos “laudare”, v. 335, y “Trinidade”, v. 2370.
Tradicionalmente se considera que la narración se organiza en tiradas, es decir, en series cerradas cuya extensión oscila entre 3 y 190 versos y que están ligadas por la misma asonancia. Sin embargo, el cambio asonancia no siempre marca el inicio de una nueva serie. Con frecuencia se introducen dísticos, versos sueltos y leoninos que cuestionan la organización en tiradas, y que obligan a los editores a considerar erróneo, y por tanto a corregir, todo cambio de la asonancia dentro de una serie. Sin embargo, no se debe considerar que los versos sueltos o los dísticos son errores textuales, porque se puede argumentar que forman parte del sistema original y que no deben corregirse.
3.2. TÉCNICAS NARRATIVAS. LENGUA. ESTILO. DATACIÓN
La organización del relato permite que el mismo pensamiento se repita en dos series consecutivas llamadas gemelas, por ejemplo las 50 y 51 o en series paralelas, las 150-152, en donde se relatan tres acciones diversas que ocurren simultáneamente y que tienen un desarrollo similar. Con mayor frecuencia, sin embargo, se da la narración doble, donde el pensamiento de la serie anterior se repite en la siguiente añadiéndole uno nuevo, por ejemplo en las tiradas 25 y 26. Todas estas técnicas narrativas sirven para dar énfasis o dramatismo de la acción, para subrayar la importancia de los acontecimientos o para destacar una cualidad personal. También sirve a estos propósitos el uso del discurso directo por parte de los personajes, los diálogos, y la presencia del narrador, que a veces se dirige directamente al público con expresiones como “sabet” o “señores”.
Son raras las descripciones de la apariencia física de los personajes y de los espacios interiores y exteriores. El narrador apenas se detiene a describir el paisaje, salvo en la breve descripción de la huerta valenciana y del Robledo de Corpes, donde en medio de las fieras montañas pobladas de bestias salvajes hay un suave claro con una fuente cristalina que recuerda el locus amoenus de la literatura amorosa. Sin embargo, enumera los lugares geográficos por los que pasan el Cid y sus vasallos para proporcionar la sensación de gran movimiento (vv. 645-651). La enumeración también se utiliza para destacar a los principales vasallos del Cid en la lid (734-741). Frente a la parquedad descriptiva espacial se subrayan las acciones físicas. Unas veces se utilizan para visualizar el movimiento del personaje o su estado de ánimo: “engrameó la tiesta” (v. 13), “Sospiró mío Çid” (v. 6). Otras para mostrar la relación legal y social entre personajes; por ejemplo, “besar la mano” indica relación de vasallaje o dependencia, mientras que la expresión “obispo fizo de su mano el buen Campeador” (v. 1332), señala que el Cid ejerció la prerrogativa real de nombrar obispo.
Otro recurso narrativo importante es el uso de “fórmulas” y de “expresiones formulares”. Generalmente se llama fórmula a un grupo de palabras iguales que se repiten en el mismo orden, mientras que expresión formular se da cuando palabras semejantes se repiten con alguna variación. “Otro día mañana pienssa de cabalgar” (vv. 394, 413, 645) y “el que buen hora nasco” (vv. 437, 559, 808, 935), se consideran fórmulas, pero “¡Martín Antolín sodes ardida lança!” (v. 79), “e Galín García –una fardida lança” (v. 443b), “¿Venides, Albar Fáñez, una fardida lança?” (v. 489), “pienssan de andar” (v. 426) “pienssan de cabalgar” (v. 432), “piénssanse de adobar” (v. 681), se consideran expresiones formulares. Parry y Lord avanzaron la tesis del uso mnemotécnico de fórmulas y expresiones formulares en la improvisación, y concluyeron que un número elevado indicaría la composición oral del texto. Los resultados de la aplicación de este método han sido poco fiables a la hora de analizar la composición oral o escrita del Poema de Mio Cid, debido a las discrepancias entre los críticos tanto sobre lo que realmente constituye una fórmula, como sobre el porcentaje necesario para garantizar la composición oral de una obra. Los estudios llevados a cabo por Miletich subrayan este problema metodológico, quien concluye que el Poema de Mio Cid pertenece al tipo de obras compuestas por escrito, pero que utilizan las técnicas de la composición oral porque se dirigen a una audiencia acostumbrada a representaciones orales y porque su difusión puede ser tanto oral como escrita.
En cuanto a la lengua hay que considerar la dificultad que supone contar con una única copia tardía y las posibles modificaciones sufridas desde la fecha de su composición hasta la de su copia actual a mediados del siglo XIV. En la actualidad la tesis de Menéndez Pidal que lo creyó compuesto hacia 1140 por razones lingüísticas apenas tiene defensores y también se cuestionan las tesis de quienes consideran que la lengua es aragonés, o que contiene fuertes aragonesismos.
El uso de los tiempos verbales es muy peculiar y ha dado lugar a varios estudios. El autor utiliza con frecuencia el presente histórico para dramatizar y aproximar el relato a su audiencia. También utiliza el imperfecto de indicativo, ocasionalmente combinado con el pretérito, con sentido de presente (v. 1483). Aunque esta combinación responde a veces a necesidades de la asonancia (vv. 37-40), la rima no explica la mayor parte de lo cambios verbales (vv. 295-299). El Poema también se caracteriza por el uso abundante de la perífrasis verbal lo cual se da también, aunque en menor medida, en otras obras del siglo XIII.
El léxico del Poema procede tanto del habla común como de la terminología militar y legal, lo cual indica el conocimiento jurídico del autor y su erudición. El uso de términos legales es frecuente y exacto. Aunque es más utilizado en el episodio de las Cortes de Toledo, por ejemplo: “fincar la voz” (vv. 3167 y 3211), “demandar” (v. 3143), “apreçiadura” (v. 3240), “menos valer” (v. 3268), “recudir” (v. 3269), su uso es generalizado. La influencia del latín se ve tanto en el léxico (vv. 355, 358, etc.), como en las construcciones de ablativo absoluto (vv. 320, 366, etc.), y en el uso que hace de la retórica. La influencia de la épica francesa se da en la temática y estructura del poema, y también se observa en expresiones directas del poeta a su público, como “veríedes tantos …” (vv. 726-730, 1141, 2400-2406, 3242-3244). Menéndez Pidal consideró también galicismos las expresiones que describen acciones físicas como “llorar de los ojos”. Estudios posteriores han demostrado, sin embargo, que tales expresiones son muy antiguas en ambos idiomas y que nuestro autor no necesitaría recurrir a obras francesas para incorporarlas a la suya.
De todo lo que precede se puede concluir que el autor utiliza muchos recursos estilísticos característicos de la épica oral que permitirían una audiencia bastante amplia y una mayor difusión de su obra, pero que también usa con agilidad numerosos términos y técnicas narrativas de carácter culto. Esta combinación la consigue con gran maestría, sin forzar el texto, que tiene mucha fluidez y que se caracteriza por su concisión, economía, precisión léxica, y por el dramatismo de la acción narrativa. En su magna edición crítica de 1911 Menéndez Pidal dató la composición del poema hacia 1140. Cincuenta años después, en 1961, modificó su postura al atribuir la obra a dos poetas, uno muy fiel a la historia que habría compuesto un poema poco después de los hechos, hacia 1110 y otro más alejado que habría refundido al anterior en una nueva versión hacia 1140. Su gran influencia relegó al olvido la investigación filológica de A. Bello que ya en 1881 lo fechaba alrededor de 1200. Sin embargo, hoy en día la mayor parte de los estudiosos concuerdan con Bello y postulan una fecha muy cercana a la copia efectuada por Per Abbat, es decir, entre los últimos años del XII y los primeros del XIII (Lacarra, 1980a, pp. 222-252). Así lo podemos observar en los artículos publicados en las Actas del Congreso Internacional celebrado en Burgos en 1999 con ocasión del 900 aniversario de la muerte de Rodrigo Díaz.
3.3. ESTRUCTURA Y ARGUMENTO
La estructura del poema es lineal y bimembre, ya que la división tripartita no responde a la acción, sino posiblemente a exigencias temporales de la representación. En la primera parte todas las acciones del Cid desde su salida del reino están encaminadas a demostrar la inocencia de la acusación de que ha sido objeto y a restaurar la posición perdida y recuperar el favor de Alfonso y su perdón. El Cid lleva esto a cabo por medio de sus victorias en la guerra, y por su adherencia al derecho público. El Cid es acusado por sus enemigos y el rey hace recaer sobre él la ira regia, por lo que es condenado a la deportación. Esta condena conllevaba el destierro del reino para siempre, la confiscación de los bienes y la pérdida de la patria potestad sobre su mujer e hijas. Este castigo se denominaba muerte civil porque quien incurría en él perdía todos sus derechos y privilegios, incluido el derecho de heredar y testar (Lacarra, 1995). Rodrigo parte al destierro pasando por Burgos, donde no puede pernoctar porque el rey lo ha prohibido. Allí se le une Martín Antolinez que le ayuda y juntos engañan a los judíos para financiar sus primeras campañas militares. Pasa por el monasterio de Cárdena para despedirse de su mujer e hijas y les promete formalmente casarlas “por su mano”. Esta promesa es esencial en la trama, puesto que la obra no puede terminar sin haberla cumplido. Antes de dejar Castilla tiene una visión. El Arcángel Gabriel se le aparece en el sueño y le dice que todo lo que emprenda tendrá éxito. A continuación comienza la vida en el destierro, donde se prueba como un gran militar en las victorias sobre Castejón y Alcocer y también en las batalla campal sobre los reyes Fáriz y Galbe. Rodrigo se enfrenta con el conde de Barcelona a quien vence y hace prisionero. El desprecio con que el conde trata al Cid, se lo hace pagar caro, y el conde queda retratado como un hombre arrogante y menos recio que el castellano. Sus victorias culminan en la conquista de Valencia, donde se afinca y se erige en señor de la taifa. Allí nombra obispo y mantiene su corte hasta su muerte.
Como buen señor reparte el botín obtenido en la guerra entre sus vasallos y todos se hacen ricos. Sin embargo, Rodrigo es fiel al rey Alfonso y quiere recobrar su gracia. Para ello, siguiendo la legislación medieval envía en tres embajadas a Minaya Alvar Fáñez para que pida al rey perdón en su nombre (Lacarra, 1995). El rey responde a estas embajadas positivamente y con regalos que superan en cuantía los presentes que recibe. En la primera embajada Rodrigo le envía treinta caballos enjaezados. El rey los acepta, perdona al embajador y da permiso a todos los nobles de su reino que lo deseen para que se unan a las mesnadas del Cid. El resultado es que Alvar Fáñez vuelve de su embajada con 200 caballeros y gran número de peones (vv. 916-18), que suponen una ayuda notable para las huestes del Campeador, que en ese momento ascendían a poco más de 600 hombres (v. 674). La alegría del Cid muestra que la generosidad del rey ha superado con creces sus previsiones. En la segunda embajada el Cid le manda con Minaya 100 caballos. El rey los acepta y le retribuye generosamente; perdona a todos los que se fueron a servir al Cid, a quienes devuelve todos los bienes que les confiscó; permite que doña Jimena y sus hijas se unan a Rodrigo en Valencia y de nuevo insta a sus vasallos a servir al Cid (vv. 1360-71), lo cual muchos hacen y se unen a Minaya (v. 1420). La tercera y última embajada es de 200 caballos. El rey responde con el perdón del Cid y con la propuesta de casar a sus hijas con los infantes de Carrión, matrimonio que sinceramente cree beneficioso para él, dado el gran linaje de los infantes.
La segunda parte se entrelaza con la anterior. El Cid recibe a Minaya y la propuesta de casamiento que le hace el rey. La acepta, por lealtad, pero pide a Alfonso que sea él quien las case. El rey nombra a Minaya como su representante y éste casa a sus primas en nombre de Alfonso. Muchos vasallos del rey van a Valencia a las bodas que se celebran con gran pompa. Trascurren un par de años en calma hasta que un día se escapa un león de la jaula. Todos los vasallos del Cid corren a proteger a su señor, que dormía sin enterarse del peligro, salvo los infantes, que muertos de miedo se esconden. El Cid despierta y con gran parsimonia conduce al león a su jaula. Cuando pregunta por sus yernos, estos salen de sus escondites, sucios y mal vestidos y los vasallos se burlan de su cobardía. Los infantes se sienten injuriados y el Cid prohíbe las chanzas. Poco después, el rey Búcar se presenta con un enorme ejército. El Cid y los suyos se aprestan a librar la batalla, pero los infantes temen morir en ella. El Cid se entera de su temor y les exime de la lucha, pero ellos, avergonzados niegan tener miedo y se unen al ejército. Una vez en el campo, sin embargo, huyen despavoridos. La lid acaba en victoria y cuando todos vuelven contentos del éxito, Minaya informa al Cid de que sus yernos han peleado con valentía. El Cid acepta alegremente esta noticia falsa, porque sus vasallos no los vieron en el campo de batalla. Los infantes, felices del error, se muestran muy arrogantes y deciden de una vez por todas y antes de que corran las burlas salir de Valencia y vengarse de la injuria que sufrieron por las mofas sobre el león. Con premeditación y alevosía, fingen querer llevar a sus mujeres a Carrión para darles las arras que les prometieron. Se despiden del Cid y de su mujer y éste les da un ajuar muy cuantioso. En el camino, paran en Molina, donde Avengalbón los recibe muy bien y les colma de regalos. Al ver su riqueza, los infantes traman su muerte, pero un espía los oye y Avengalbón los despide. En el camino, hacen un descanso en el Robledo de Corpes. Allí pasan la noche con sus mujeres, con quienes yacen y consuman el matrimonio (Lacarra, 1996). A la mañana siguiente, con la excusa de retozar con ellas, despiden a su séquito y una vez solos atan a sus mujeres, las dejan en paños menores y comienzan a pegarlas con las cinchas y las espuelas hasta dejarlas sin sentido y ensangrentadas. Cansados de pegarles, los infantes las dejan abandonadas a la merced de los animales salvajes y creyéndolas muertas se van alabando de su venganza contra el Cid. Félez Muñoz, que tenía la orden de velar por ellas, vuelve sobre sus pasos y las encuentra medio muertas. Las revive, informa al Cid, y finalmente vuelven a Valencia. El Cid denuncia los hechos y el rey decide convocar a todos los vasallos de sus reinos a Cortes Extraordinarias. Una vez reunidos, el rey nombra a los jueces, ordena que se proceda con justicia y siguiendo el derecho. Los infantes son condenados a devolver todo lo recibido, lo cual en parte han malgastado y deben pedir prestado, deben devolver las espadas Colada y Tizón. En la querella criminal el Cid les acusa de abandono y lesiones graves contra sus hijas y les desafía alegando que por su conducta valen menos y deben ser legalmente infamados. El rey acepta los tres desafíos. En ese momento, llegan a la corte emisarios de los Infantes de Navarra y Aragón que piden a las hijas del Cid en matrimonio. En esta ocasión el Cid está contento de la petición y otorga casarlas “por su mano”. Los duelos se realizan y los tres hermanos de Carrión son derrotados por los vasallos del Cid, de modo que quedan como infames, lo que significa que pierden sus privilegios nobiliarios (Lacarra, 1980a, pp. 84-96). El poema termina ya rápidamente, mencionando que las hijas recobran las tierras de Carrión que les habían dado en arras los infantes (Lacarra,1980a, pp. 65-77), que las nuevas bodas se realizaron con grandísimas fiestas, que las hijas del Cid ya son señoras de Navarra y de Aragón y que “Oy los reyes d’España sos parientes son” (3724). La honra del Cid ha aumentado de tal modo que ahora es su linaje real quien la conferirá a los nobles que escuchen el Poema. El poema termina con la noticia de la muerte de Rodrigo el día de Pentecostés.
3.4. GÉNESIS Y FUENTES
La génesis del Poema, sus posibles versiones, la fecha del texto conservado y la identidad de su autor son asuntos polémicos, aunque en la última década las posiciones críticas se han acercado. Menéndez Pidal defendió la tesis de que el Poema fue creado oralmente y que a lo largo del tiempo sufrió varias refundiciones, una de las cuales sobrevive por un accidente afortunado en el texto actualmente conservado. La primera versión, libre de influencias cultas o escritas y básicamente acorde con la realidad histórica, habría sido obra de un poeta de San Esteban de Gormaz hacia 1110. El texto actual provendría de la refundición y ampliación de esta versión, hecha por un segundo poeta de Medinaceli. Hasta la mitad de la década de 1970 la mayor parte de los investigadores aceptaron la validez sustancial de esta propuesta. Sin embargo, en la actualidad se aboga por un autor único, dada la coherencia ideológica y la unidad artística del poema, confirmada por los análisis de las concordancias. Sólo Zaderenko, propone recientemente, aunque sin argumentos convincentes, que el relato de la conquista de Valencia precedió al resto. Resucita parcialmente la tesis de Von Richthofen, aunque éste consideró que el segundo cantar era prácticamente coetáneo a los hechos y se había compuesto a manera de un diario de guerra. Zaderenko (pp. 171-189) propone un poema independiente, cuyo contenido se correspondería con el texto del segundo cantar, compuesto a comienzos del siglo XIII por un poeta culto. A éste seguirían en breve dos nuevas versiones; la primera con la adición del primer cantar y la segunda que presentaría el texto actual por la composición del último cantar.
La identificación de las fuentes tampoco ha escapado a la polémica en lo que se refiere a las fuentes latinas. Así mientras unos investigadores destacan la importancia de la Historia Roderici como fuente del poema (Smith, 1985, pp. 75-78), Menéndez Pidal la rechaza con contundencia. Algo similar ocurre con la presencia de fuentes clásicas en algunas descripciones militares, singularmente de Salustio y Frontino que propugna Smith. El Carmen Campidoctoris no presenta problemas, pues los estudiosos coinciden en que no ha dejado huella alguna sobre el Poema. También hay consenso en la influencia de la epopeya francesa, ya señalada por Menéndez Pidal, aunque se mantengan algunas diferencias puntuales. Es posible que el poeta utilizara alguna leyenda en lengua vernácula, como la que algunos perciben en el Poema de Almería, o como las que emanaban del monasterio de S. Pedro de Cárdena, cuyos monjes mantenían un culto al Cid en el aniversario de su muerte dedicado a exaltar sus hazañas, y que fueron recogidas por Alfonso X en su Primera Crónica General.
3.5. AUTORÍA
Las diferencias que los estudiosos mantienen respecto de las fuentes cultas tienen mucho que ver con su posicionamiento respecto de la autoría. Quienes postulan un autor popular e iletrado abogan por una composición oral y rechazan toda referencia a fuentes escritas (Duggan, p. 144). Quienes, por el contrario, defienden un autor letrado, no atribuyen a la casualidad las similitudes entre el Poema y las fuentes escritas ni aceptan que el conocimiento amplio del derecho estaba al alcance de un poeta analfabeto (Lacarra, 1980, 1995, 1996; Smith, 1985). La cuestión sobre la identidad del autor todavía sigue en pie. Se ha especulado sobre la posibilidad de que Per Abbat, el autor del explicit del Poema, fuera también el autor del todo el texto y no un mero copista. En 1973 Smith propugnó que el autor podría ser un Per Abat que en 1223 presenta unos diplomas falsificados, supuestamente fechados en 1075, entre cuyos confirmantes figuran diez personas relacionadas con Rodrigo Díaz en la historia o en la poesía. Aunque incluyó esta hipótesis en su libro de 1983 y en su edición revisada del Poema de Mio Cid de 1984, en 1994 se retractó, sin duda influido por los argumentos en contra de Michael (1991). Hoy la crítica sigue considerando anónimo el Poema de Mio Cid.
Las investigaciones sobre los posibles intereses y profesión del autor también han avanzado considerablemente. Generalmente se acepta la propuesta de que se trata de un hombre culto, conocedor del latín, de la épica francesa, y poseedor de un profundo conocimiento e interés por el derecho. Esto se refleja no sólo en el tema central de la justicia, sino en el conocimiento preciso y en ocasiones detallado del léxico legal, así como de las leyes pertinentes a la ira regia, al reparto del botín, al matrimonio, al perdón real, a las Cortes y al duelo, así como del funcionamiento de las relaciones de vasallaje. Este interés ha llevado a varios críticos a proponer que el autor pudo ser letrado o experto en Derecho (Lacarra, 1980; Smith, 1985). En mis investigaciones jurídicas he llegado a la conclusión de que en el Poema se concibe el derecho como equidad, justicia y ley, de acuerdo con la nueva idea de justicia inherente al derecho romano, cuya influencia se deja sentir en los fueros extensos como el Fuero de Cuenca.
El autor del Poema presenta al Cid como el paradigma del vasallo leal, que tiene a su rey como señor natural incluso en el destierro. Su primer y mayor enemigo, el causante de su destierro es el conde García Ordóñez, y su bando, entre los que se destaca a Alvar Díaz y a Gómez Pelayet. A estos se unirán después los infantes de Carrión, descendientes de los condes de Carrión e identificados con el linaje de los Beni-Gómez. Todos ellos son ricos hombres y juntos intentarán humillar al Cid, que se presenta en las Cortes de Toledo como noble, pero de linaje de infanzones. Rodrigo deposita su confianza en el rey y en su justicia, y gracias a sus méritos y al favor que el rey le muestra, prueba la maldad de sus enemigos y la corte los condena por menos valer, a la infamia y a la pérdida de los privilegios nobiliarios que ésta conllevaba. De este modo, la justicia y el derecho ejercidos con prudencia por el rey se proponen como la mejor vía para resolver las disensiones entre nobles. Igualmente, el autor muestra que la guerra es un vehículo de movilidad en la escala nobiliaria y que el botín es una importante fuente de la adquisición de riquezas y de ascenso social, pues el rey sanciona y refrenda la elevación de Rodrigo, que la ha conseguido gracias a sus victorias militares.
El autor actúa como un narrador omnisciente que conoce todos los pensamientos, palabras y acciones de su héroe y, aunque indudablemente toma ciertos elementos históricos para construir su obra, inventa y tergiversa la historia por muchas razones entre las que se encuentran razones artísticas, ideológicas y propagandísticas. Hay que desconfiar de la narración del Poema siempre que los textos históricos lo contradigan. Esto no significa acusar al autor de querer engañar deliberadamente, como algunos ingenuos suponen. La lectura del Poema no debe ser un acto de fe, sino de crítica literaria. El hecho de que hasta muy recientemente se haya considerado una obra veraz con relación a la historia indica claramente su gran valor artístico y la maravillosa elocuencia y destreza del autor, cuyas palabras han sido tomadas literalmente por gran parte de la crítica, casi ocho siglos después de haber sido escritas, pero también muestra lagunas y mucha ignorancia. A medida que vamos descubriendo nuevos datos, la supuesta historicidad del Poema se desvanece.
3.6. EL LINAJE DE RODRIGO DÍAZ Y LAS RELACIONES DE PARENTESCO ENTRE LOS PERSONAJES
Menéndez Pidal creyó firmemente que el Poema de Mio Cid se podía utilizar como fuente histórica para dilucidar muchos datos de los que no nos informan los documentos y crónicas, especialmente sobre su relación con el rey Alfonso VI. Esto le llevó a difundir una imagen extremadamente idealizada de Rodrigo y muy negativa del rey que tiene poco que ver con la realidad histórica, como estudié hace más de dos décadas. Esas ideas que entonces parecieron muy atrevidas, ahora son ratificadas por varios estudiosos del Poema. Las opiniones de los historiadores más recientes son contundentes al respecto. Así se comprueba en el libro El Cid histórico. El Cid literario. Estudio bibliográfico. Interpretación artística del poema, volumen que recoge las actas del congreso que se celebró en Burgos en 1999 con ocasión de la celebración del 900 aniversario de la muerte del Cid. Gambra califica la España del Cid de Menéndez Pidal como de “aproximación brillante, pero apasionada” y en la que “se equivocó de plano en la cuestión fundamental que nos ocupa, la correlación entre el rey y el Cid… [porque] se dejó guiar por apriorismos de los que estaba plenamente convencido, y presentó a un rey injusto”. Martínez García también afirma que la visión idealizada ofrecida por R. Menéndez Pidal, “pesa como una losa” sobre los historiadores, y ha distorsionado la figura de Rodrigo porque “no pudo desprenderse plenamente de los rasgos sobrehumanos con que fue idealizado por los poetas de los siglos precedentes” (p. 335).
La figura histórica de Rodrigo sigue siendo controvertida, aunque las investigaciones más recientes sobre su linaje y sobre la política y la economía de la Castilla en la que vivió y pasó las primeras décadas de su vida nos permiten llegar a conclusiones más firmes sobre él y separarlo de la imagen que de él nos ofrece el Poema de Mio Cid. Las crónicas mencionan que la adolescencia de Rodrigo Díaz se desarrolló durante el período de guerras intestinas que Fernando I entabló con sus hermanos. Dicen que fue criado en la casa de este rey, aunque parece más probable que lo fuera en la casa de su hijo Sancho II. Las noticias contemporáneas que nos han llegado de Rodrigo nos permiten establecer hechos fundamentales, tanto de su vida privada como pública, independientes de lo que se cuenta en el Poema de Mio Cid. Las fuentes más fidedignas son los veintisiete diplomas en los que aparece Rodrigo como confirmante, testigo, juez o abogado. Por ellos sabemos que Rodrigo participó activamente en la corte del rey Sancho II de Castilla entre 1065 y 1071, fechas del primer y último diploma conservados en que aparece Rodrigo reinando Sancho, y, después de la muerte de éste, en la de su hermano Alfonso VI, entre 1072-1080 y 1087-1088. El último y único diploma de Rodrigo conservado después de 1088 es el de la dotación a la catedral de Valencia y a su obispo Jerónimo en 1098.
También tenemos la información proporcionada por los escritos de dos historiadores árabes contemporáneos de Rodrigo, Ben Bassam y Ben Alcama; por una historia latina, Historia Roderici (1140-47), y por un poema latino, el Carmen Campidoctoris. Salvo las fuentes árabes, que son críticas con Rodrigo, a quien califican de extremadamente cruel en su gobierno en Valencia, los textos latinos le son claramente favorables. El Carmen lo compara con héroes de la epopeya clásica, Paris, Pirro, Héctor, Eneas. Menéndez Pidal lo creyó contemporáneo al Cid y lo dató en 1090. Sin embargo, las últimas investigaciones lo fechan hacia 1190 (Montaner y Escobar, eds. 135). Los estudiosos consideran que la Historia Roderici ofrece una información más veraz que el resto de los textos conservados, si bien es también un texto parcial a Rodrigo y que no debemos de tomar literalmente.
No existe documento alguno que permita establecer la fecha y lugar del nacimiento de Rodrigo Díaz. Teniendo en cuenta el año de su muerte, 1099, se calcula que pudo haber nacido entre 1043 y 1050. En cuanto al lugar de nacimiento, se ha pensado tradicionalmente en Vivar porque en el Poema se le nombra como “el de Vivar”, pueblo situado a nueve kilómetros al norte de Burgos. Sin embargo, no parece que Vivar fuera el solar familiar, ya que según la Carta de Arras que Rodrigo otorga a Jimena en 1074, en Vivar Rodrigo poseía únicamente una divisa, como en otras 34 villas más, por lo que nunca pudo haber ejercido el señorío de la villa.
En cuanto a su linaje, la Historia Roderici da noticias de su ascendencia magnaticia al hacerlo provenir del nobilísimo linaje leonés de los Flaínez por línea paterna y de la familia Alvarez por línea materna. Menéndez Pidal consideró que Rodrigo provenía de magnates castellanos por su linaje materno, pero de la nobleza modesta por el linaje paterno, pues no contempló que el autor del Poema de Mio Cid le atribuyera gratuitamente la condición de infanzón. Por tanto, centró la búsqueda de los Flaínez entre los linajes castellanos de segunda categoría y apenas si encontró menciones de ellos, lo que le ratificó en esa idea. Los historiadores después de él, incluso los más recientes, siguen a Menéndez Pidal en esta apreciación (Fletcher, 1989, pp. 48-49 y Martínez Díez 1999, pp. 46-49, Peña Pérez, 2000, pp. 69-75). Sin embargo, la participación de Rodrigo en la corte y el favor real que obtuvo de Sancho III y de Alfonso VI no parecía compadecerse con tal conclusión, como ya insistí en 1983:
«La crítica, incluido el propio Menéndez Pidal, es unánime en afirmar que Rodrigo fue un simple infanzón, es decir, que pertenecía a la segunda categoría de la nobleza. El único texto que permite tal conclusión es el Poema de Mio Cid, donde en efecto se hace un neto contraste entre los Infantes de Carrión, quienes alardean de su linaje de los condes de Carrión, y el Cid, a quien desprecian por ser mero infanzón (vv. 3296-3298). Sin embargo, ni los diplomas, ni las fuentes coetáneas, ni la Historia Roderici nos dan el menor indicio de que tal suposición sea cierta. Creo que éste es uno de los casos en los que no se puede tomar las palabras del poeta como históricas. Tanto los diplomas como la Historia Roderici coinciden en presentarnos a Rodrigo Díaz como uno de los magnates que siguen la corte de Sancho.» (p. 18).
Las investigaciones genealógicas de Torres Sevilla-Quiñones de León (1999 y 2000) dan la razón a los diplomas y a la crónica cidiana. Esta investigadora ha trazado los principales linajes leoneses, bastantes de los cuales se asentaron en el reino de Castilla, lo que le ha permitido trazar el linaje de los Flaínez /Laínez, de los que desciende Rodrigo con gran exactitud desde el s. X, al igual que el linaje de otros personajes que aparecen en el Poema.
El linaje paterno de Rodrigo sigue paso a paso el que contiene la Historia Roderici, salvo por el primer ancestro, el legendario Laín Calvo. La secuencia es:
Fernando Flaínez
Flaín Fernández
Munio Flaínez (Nuño Flaínez)
Flaín Muñoz (Núñez)
Diego Flaínez
Rodrigo Díaz de Vivar
Los primeros Flaínez están emparentados con la familia real leonesa. Muño Flaínez, hijo de Flaín, es el primero de los condes documentados de este linaje, aunque su ascendencia asturleonesa se ha trazado hasta el 800. Durante los siglos XI y XII los Flaínez se mantuvieron en el círculo de magnates leoneses y de ellos descendieron otros linajes importantes (Torres Sevilla, 1999, pp. 133-146). Muño, que era bisabuelo de Rodrigo Díaz, fue yerno del primer conde de la Casa condal de Cea, Vermudo Núñez, que era nieto del rey de León Ordoño I. Su hijo Flaín Muñoz, el abuelo de Rodrigo, se casó con su prima carnal Justa Fernández, descendiente de la casa real leonesa y hermana de Jimena Fernández, madre de Sancho III el Mayor de Navarra. Este Flaín Muñoz tan magníficamente emparentado tuvo varios hijos, entre ellos Diego Flaínez, que era el padre del Cid y Fernando Flaínez, primos carnales del rey Navarro.
El tío de Rodrigo Díaz, Fernando Flaínez, que era el conde de León, fue importante en la entrada de la dinastía navarra en León, pues fue quien en 1029 acordó con su prima carnal la reina Urraca de León, que era hermana de Sancho, dar el gobierno de León al navarro. Este Flaínez seguía como conde de León, cuando en 1038 Fernando I de Castilla entró en León tras la muerte de su cuñado Vermudo III. Aunque tuvo que vencer una notable resistencia para ser aceptado como rey, su tío Fernando no tardó mucho en ponerse a su servicio (J. M. Lacarra, 1976, pp. 105 y 116 y Torres Sevilla, 1999, pp. 140-142). Las relaciones de esta familia con Fernando I parecen haber sido muy buenas. Así, en 1054, después del enfrentamiento y muerte de su hermano García de Nájera, que era rey de Navarra, Fernando inició una política de expansión hacia Navarra y en ella destacó su tío Diego Flaínez, quien se encuentra en la frontera de Navarra. La Historia Roderici dice del padre del Cid que “arrebató a los navarros con grande y fuerte valor el castillo que se llama Ubierna, Urbel y Piedra. Luchó con los referidos navarros en el campo de batalla y los venció, de suerte que, una vez conseguido el triunfo sobre ellos, nunca más pudieron derrotarle” (Falque, 1983, p. 343).
De acuerdo a la Historia Roderici, Diego Flaínez se casó con una hija de Rodrigo Alvarez, que era según la crónica hermano de Nuño Alvarez. Menéndez Pidal identifica acertadamente a estos hermanos con la familia Álvarez, emparentada con los primeros linajes castellanos, entre los que se encuentran el conde Gonzalo Salvadores, tenente en Castilla, Gonzalo Núñez, conde de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa y tenente en Lara, y Alvar Díaz de Oca. Este último es de acuerdo con el árbol genealógico que propone Torres Sevilla (2000, p. 137) primo carnal de Rodrigo, a la vez que cuñado de García Ordóñez, pues se casó con una hermana de éste. Su hijos gozaron del favor real y los tres obtuvieron el puesto de alférez real entre 1098 y 1197.
Un dato interesante es que Rodrigo no ascendió en linaje al casarse con Jimena Díaz, como siempre se ha supuesto. Es verdad que esta mujer era hija del conde de Oviedo Diego Fernández, pero no es menos cierto que este conde era primo carnal de Rodrigo, y que ambos eran del linaje de los Flaínez/Laínez, de modo que Jimena era sobrina de Rodrigo (Torres Sevilla, 1999, p. 143 y 2000, p. 141). Como ya he señalado los matrimonios entre familiares próximos era una política extendida en la nobleza peninsular.
Las posesiones de Rodrigo, tal y como se pueden colegir a partir de la Carta de arras no se corresponden con las de una persona de la baja nobleza, como aducía Menéndez Pidal. Por el contrario, responden a los bienes patrimoniales que poseían los grandes magnates castellanos, cuya dispersión geográfica y fragmentación ha estudiado Pastor Díaz de Garayo. Martínez García estudia el patrimonio del Cid a la luz de las investigaciones de Pastor. Tras un análisis de la documentación existente sobre Rodrigo, y a la vista de que dio a Jimena arras que ascienden a 39 unidades, entre las que hay un monasterio, S. Cebrián, 3 villas íntegras y 35 porciones en 34 villas, calcula que su patrimonio sería mayor, al menos el doble, puesto que las arras dadas por el Fuero de León podían montar al cincuenta por ciento del patrimonio total. Su conclusión tras compararlo con patrimonios de grandes nobles es que es “similar al de otros linajes pertenecientes al selecto y reducido grupo de los magnates… [y que] sí estuvo entre los grandes propietarios.” (339). Añade que su parentesco con los Álvarez, la participación paterna en la toma y gobierno de castillos, su presencia en la corte, su formación jurídica y militar, el señorío sobre monasterios y villas íntegras, y su matrimonio con Jimena, pariente cercana del rey, dibujan el perfil de un gran señor.
A medida que nos informamos sobre estas genealogías y observamos la complejidad de las relaciones familiares, nos damos cuenta de las ficciones que introduce el autor del Poema de Mio Cid. Paradójicamente, aquellos personajes que en el poema figuran como primos de Rodrigo no están unidos a él por ningún parentesco. Por ejemplo, Alvar Fáñez, ni fue su pariente ni estuvo con él en el destierro. Por el contrario, este noble estuvo al mando del gobierno de Toledo, con la tenencia de Zorita y peleó porque Valencia se conservara en manos de Alfonso, y no del Cid. Además, estaba vinculado a la familia Beni-Gómez al haber contraído matrimonio con una hija de Pedro Ansúrez, por lo que resulta sorprendente que sea precisamente este personaje el que haga la crítica del linaje Beni-Gómez. El único personaje que sí era primo carnal de Rodrigo es Alvar Díaz que, paradójicamente figura en el bando de García Ordóñez, su mayor enemigo.
Los estudios de Torres Sevilla muestran claramente las inexactitudes y errores crasos del autor del Poema. En cuanto a los infantes de Carrión, no se ha encontrado a ningún hijo de Gonzalo Ansúrez que se llamara Diego o Fernando. El único Beni-Gómez que tuvo dos hijos con ese nombre fue el conde Gómez Díaz. Muño Gustioz, o Godestéiz, uno de los vasallos que supuestamente desafía al Beni-Gómez Asur González y lo vence en el duelo, descendía de la casa de Carrión, era primo de Pedro Ansúrez y cuñado de Jimena Díaz, la mujer del Cid, pues se había casado con su hermana Aurovita. Gómez Peláez, que responde al reto anti Beni-Gómez de Alvar Fáñez, sí que pertenecía a ese linaje, pues era primo de Pedro Ansúrez también. Finalmente, García Ordóñez, como ya he comentado, fue un gran magnate emparentado con la principal nobleza leonesa y castellana, como lo estaba Rodrigo. Fue vasallo fidelísimo de Alfonso VI, pero al parecer adversario de Rodrigo, según indica también la Historia Roderici. El mismo linaje de los Flaínez estaba emparentado con los Beni-Gómez, y también todos tienen lazos de parentesco más o menos cercanos con los Lara, incluidos el Cid, Alvar Díaz y hasta los descendientes de Pedro Ansúrez, cuya nieta Estefanía Armengol, madre de Gutierre Fernández de Castro, se casó en segundas nupcias con el conde Rodrigo González de Lara hacia 1135. Claro que todo esto sucede mucho antes de las luchas intestinas entre los linajes de Castro y de Lara bajo la minoría de Alfonso VIII, que se manifiestan en 1160 y se extenderán por varias décadas hasta la muerte del rey en 1214.
Por supuesto, no hay que tomar el Poema, como una fuente histórica fidedigna, como hizo Menéndez Pidal en su famoso estudio La España del Cid, publicado en el año 1929, libro que era fruto de la ideología de su tiempo y cuyas ideas fueron captadas y manipuladas por los ideólogos del franquismo (Lacarra, 1980b). El autor del Poema de Mio Cid escribe cien años después de muerto Rodrigo y en su obra no pretende dar una relación exacta de los hechos históricos, sino a lo más crear una versión poética de ellos, adaptada a la sociedad en la que escribe y de acuerdo a los intereses políticos hegemónicos de la monarquía que preside el rey castellano Alfonso VIII, que desciende directamente del Cid en cuarto grado. El énfasis en el botín de guerra obtenido de los moros es probablemente propaganda de las milicias concejiles, cuya participación en las luchas fronterizas impulsó este rey. La defensa de la autoridad real, junto con el ataque a los Infantes de Carrión, identificados como del linaje de los Beni-Gómez, también podría tener una finalidad política, pues es posible que refleje la tensa situación política que se vivió en la corte de Alfonso VIII entre las dos grandes familias magnaticias de los Lara y de los Castro. Los Lara fueron los grandes aliados del rey en contra de sus comunes enemigos, los Castro, que descendían del linaje de los Beni-Gómez. El hecho de que ambos linajes estuvieran emparentados entre sí, como ocurría en casi todas las grandes familias, y que no sea fácil deslindar entre los amigos y enemigos de Rodrigo quienes eran realmente ascendientes de uno y otro bando no tendría que ser un impedimento para tal hipótesis. En primer lugar porque el parentesco nunca fue, ni es, obstáculo para las enemistades y luchas intestinas más profundas; y en segundo lugar, porque independientemente de la realidad de las familias, está claro que en el Poema se declara Beni-Gómez a los enemigos, aunque sea Alvar Fáñez quien lo haga, él mismo ligado estrechamente a ese linaje.
4. OPINIONES SOBRE LA OBRA
Rodrigo Díaz, El Cid Campeador
«A través del carácter del héroe el poeta quiere ejemplificar la mayor virtud cívica de todas: la mesura. […] La mesura tiene afinidad con la gravitas romana: sus componentes son la dignidad, la serenidad, cierto estoicismo; y también la prudencia y el buen sentido al tomar decisiones, y el tacto y la consideración en las relaciones con otras personas, especialmente con los débiles. […] La mesura se relaciona por doquier con los principales temas del poema, por ejemplo, con todos los asuntos entre el Cid y el rey (en efecto, la obra podría leerse como un manual de diplomacia), y con su conducta en la corte. La mesura abarca las medidas preventivas de tipo práctico, tales como el llevar armas –naturalmente, ocultas– a la corte (v. 3076). La reacción del héroe al saber la atrocidad de Corpes es toda mesura: […] Él comprende ya que podrá reivindicar que se le haga justicia, con toda razón porque el rey había negociado los matrimonios y tendrá que ayudar a obtener la compensación por la ruptura. […] En el aspecto político, el Cid se da cuenta de que, aunque las hijas han sufrido, no van a padecer escasez de pretendientes de rango igual o superior, pues él se ha enriquecido más desde que la idea de casarse se implantó en las cabezas de los Infantes. Además, mediante una acción pensada con cuidado, el partido de los Beni-Gómez quedará finalmente desprestigiado en la corte si el Cid, con el rey como árbitro más que benévolo, triunfa en la asamblea. Los Infantes por culpa de su violencia se han entregado atados de pies y manos al Cid. Lo importante para el Cid, al saber la afrenta, era precisamente no desatarse en violencias de igual naturaleza.»
(Colin Smith, Creación del “Poema de Mio Cid”,
Barcelona, Crítica, 1985, pp. 124-125)
Infantes de Carrión
«Los Infantes de Carrión ocupan un lugar importante en la organización de la obra […] Dentro del PC, toca a los Infantes el peor papel de la obra, pues aparecen como codiciosos, calculadores, cobardes y traidores, y acaban quedando por vencidos en su misma tierra ante el Rey y proclamado su menos valer en relación con el Cid. En el argumento del Poema representan un fallido intento de acuerdo entre el Cid y sus enemigos de la Corte […] El poeta tenía que partir el desarrollo del argumento entre los amigos del Cid y sus enemigos, y el Rey está en medio como juez de la contienda jurídica […] Su función en el PC viene dada por la condición que muestran de jóvenes cortesanos y pendientes sólo de su provecho personal, y con esto el poeta ha querido caracterizar con rasgos negativos a una nobleza depravada en contraste con la hombría de bien del Cid y de los suyos. Los Infantes pasan paulatinamente de la codicia […] a través de los episodios de la cobardía (v. 2286, 2320, 2527), hasta la venganza de la que se vanaglorian (v. 2754), para dar luego en el arrepentimiento cuando se dan cuenta del resultado de sus actos (v. 3568). De esta manera, la parte de las bodas primeras, tan importante para la tensión poética de la obra, es ocasión de que los Infantes muestren su maldad a través de un proceso sicológico muy acusado ante los oyentes del Poema.»
(Francisco López Estrada, Panorama crítico sobre el “Poema
del Cid ”, Madrid, Castalia, 1982, pp. 157-160)
Relación entre el rey Alfonso y el Cid
«Tres actos jurídicos del rey Alfonso presiden los hitos cruciales de su relación con Rodrigo Díaz de Vivar: la ira regia, el perdón real y la convocatoria de las Cortes de Toledo. Los tres sirven para subrayar el poder incontestado del Soberano, puesto que todos ellos son atributos inseparables de la realeza que únicamente al Príncipe le es dado otorgar. La ira regia y el perdón real son manifestaciones de la autoridad real por las que el rey retira o concede su amor en un acto voluntario y arbitrario. Naturalmente, la legislación preveía que la comisión de determinados delitos podía ocasionar la ira regia, si bien el monarca gozaba de total libertad para descargarla sobre sus ricos hombres, incluso por simple malquerencia. De la misma manera, en la concesión del perdón regio ciertos méritos del reo podían mover al rey a otorgarle el perdón, pero sin que en ningún caso se viera obligado a ello, ya que se trataba de una manifestación de su gracia y no de un acto de justicia en sentido estricto. Ambos, la ira regia y el perdón, están estrechamente ligados en el poema y constituyen los polos extremos de la trayectoria que recorre el Cid desde el desamor real, que supone la ruptura del vínculo de vasallaje con su señor Alfonso, hasta el amor real que lo restaura.»
(Eukene Lacarra, “La representación del rey Alfonso en el Poema de mio Cid desde la ira regia hasta el perdón real”, Studies in Medieval Literature in Honor of Charles F. Fraker, eds. M. Vaquero y A. Deyermond, Madison, Wisconsin, HSMS, 1995, pp. 183-195)
Historia y ficción en el Poema
«Parece claro que la base histórica del Poema fue el segundo destierro del Cid ordenado por Alfonso VI en diciembre de 1089 […] El atrevimiento demostrado por la invención de los primeros casamientos de las hijas del Cid nos indica la primerísima importancia de esta desviación de los hechos históricos para la estructura total del Poema. Otras invenciones no carecen de significación […] No está bien fundada la creencia de que el Poema se va nutriendo de ficciones a medida que se desarrolla, ya que en muchas cosas esenciales es ficticio desde el principio. La inmediata introducción de Alvar Fáñez en calidad de “brazo derecho” del Cid y su continuación en este papel carecen de documentación histórica. […] De todos modos, lo que ha hecho parecer tan “histórico” al Poema, en comparación con otras epopeyas medievales, es la existencia de unos detalles, sin importancia para la narración, los cuales no obstante han resultado ser históricamente auténticos. […] Esta circunstancia aporta cierta prueba de que el poeta pudiera haber emprendido algunas investigaciones históricas, como Russell ha sugerido, para dar al conjunto la apariencia de historicidad, aplicando así una técnica que a lo largo de los siglos ha sido empleada en las más audaces propagandas.»
(Ian Michael, “Introducción” a su ed. Poema de Mio Cid,
Madrid, Clásicos Castalia, 1976)
Rachel y Vidas
«El texto ofrece una perfecta ambientación local, dentro de la cual la morada de Rachel y Vidas se nos presenta en una situación precisa y exacta, ya que Martín Antolinez, cuando el Cid le pide ponerse en contacto con los mercaderes, corre a buscarlos sin tardanza a la zona del castillo: “passó por Burgos, al castiello entrava” (v. 98). Ahora bien, allí, como cualquier burgalés de la época sabía, habitaba un grupo específico de personas, los judíos. […] De este modo, el episodio, pese a su carácter fabuloso adquiere una nota típicamente localista y se acomoda a la realidad concreta e histórica del público al que se dirige el relato. […] el episodio suscita la risa de los oyentes (o lectores); especialmente, porque éstos conocen, desde el comienzo de la narración, la treta que se está llevando a cabo. […] No se trata, por tanto, de una comicidad gratuita derivada, de modo indiferente, de la presentación del burlador burlado sino que la risa se fundamenta en el hecho de ser judíos los receptores del engaño. Rachel y Vidas, así, no desempeñan sólo “el papel cómico del prestamista ávido de ganancia”, ni son un ejemplo más de “un linaje literario de rancia estirpe en la familiar de los tópicos”; representan, por el contrario, y de modo bien concreto, a los prestamistas judíos […] [y] explota el antisemitismo.»
(Nicasio Salvador Vidal, “Reflexiones sobre el episodio de Rachel y Vidas en el Cantar de Mio Cid”, Revista de Filología Española, LIX, 1977, pp. 183-224)
La economía en el Poema
«Hay dos elementos que destacan en el Cantar de Mio Cid cuando se compara con otras épicas en la tradición occidental: el énfasis en el intercambio económico y el que gran parte del relato se centre en los matrimonios de las hijas del héroe. ¿No parece que la representación de un héroe interesado en la adquisición de riqueza empequeñece el contexto del género épico? Marcel Mauss, cuyo modelo de la economía del don fundamenta la base teórica de gran parte del análisis de este libro, observa que el intercambio de regalos constituye una de las bases de la vida social. El poeta, al centrarse en los procesos de la adquisición de la riqueza y de su distribución, describe un estado ideal, muchas de cuyas funciones cimientan la civilización castellana a la que pertenece y defiende. […] Los regalos del Cid a Alfonso le sirven a la paz, pero también imponen al rey la obligación de devolverle los favores, tanto de manera inmediata, en lo que Álvar Fáñez le pide, como después, en la alianza matrimonial que el rey acuerda con los infantes de Carrión. La expectativa de la audiencia coetánea de que se reciprocaran las donaciones –una asunción fundamental en tales sociedades– se ratificaba por esta representación.»
(Joseph J. Duggan, “The Cantar de Mio Cid”.
Poetic Creation in its Economic and Social Contexts,
Cambridge, Cambridge University Press, 1989)
5. BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL
Ediciones
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Estudios
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–CHALON, L., L’histoire et l’épopée castillane du Moyen Age. Le cycle du Cid. Le cycle des comtes de Castille, Paris, Champion, 1976.
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6. LA EDICIÓN
Para el establecimiento del texto de esta edición he tomado como base la edición facsímil del manuscrito único que publicó el Excmo. Ayuntamiento de Burgos en 1982, y la he cotejado con las ediciones paleográficas de R. Menéndez Pidal, de J. M. Ruiz Asencio y de T. Riaño Rodríguez y C. Gutiérrez Aja. También he consultado las lecturas de los editores que me han precedido, especialmente las de C. Smith, de I. Michael, J. Horrent, P. Cátedra y B. Morros y la de A. Montaner. Sin embargo, he limitado la interferencia editorial al máximo, porque estimo que muchas enmiendas introducidas por los editores, singularmente en la reciente edición de Alberto Montaner, son fruto de los apriorismos sobre el metro y la rima, y resultan en una reconstrucción nociva del texto. No obstante, he enmendado algunas erratas evidentes y algunas separaciones de versos, rara vez palabras en rima. Mis adiciones al texto van entre corchetes.
Con objeto de facilitar la lectura para un público amplio y guardar el mayor respeto al códice mantengo siempre las grafías del códice salvo en las ocasiones anotadas a continuación: transcribo la nota tironiana siempre por e. Regularizo la u y v y la i y j según el sistema actual, que en el manuscrito aparecen indiferentemente para representar el sonido vocálico o consonántico. La grafía y con valor adverbial la transcribo como í. Resuelvo las abreviaturas, y elimino las consonantes dobles iniciales y también el grupo gráfico rr destrás de consonante. Mantengo la ortografía del manuscrito, pero transcribo la nn por ñ, l por ll, salvo cuando su uso coincide con el actual. Introduzco el apóstrofe para advertir de un complemento pronominal y de contracciones hoy inexistentes. Regularizo la puntuación de acuerdo al uso actual.
Las notas sirven exclusivamente a la intelección léxica, histórica y cultural del texto y las he reducido a la mínima expresión de acuerdo a las normas de la Editorial.
Breve explicación de la fonética y las grafías
Las vocales en el español antiguo se pronunciaban aproximadamente igual que en el castellano actual. Las consonantes se pronunciaban igual, salvo en el caso de la f que se aspiraba, la v que en general parece distinguirse de la b, aunque ya hay indicios de la confusión entre ambas (va/ba, estava/besaba), y los fonemas sibilantes: / s / y / z / (apicoalveolar sorda y sonora), / ? / y / 3 / (fricativa palatal sorda y sonora) y / ts / y / tz / (africada prepalatal sorda y sonora), cuya distinción ha desaparecido en la actualidad.
Las grafías, en general, reflejan la pronunciación. Las excepciones más salientes son: u y v y i, j e y, cuyo uso era intercambiable y que como he mencionado antes se han regularizado en esta edición. La s se utilizaba siempre con el valor de /s/ en posición inicial seguida de vocal o en linde silábica, pero con valor de /z/ en posición intervocálica. La ss tenía el valor de /s/ en posición intervocálica, aunque hay alguna inconsistencia ortográfica (por ejemplo, así se da siete veces mientras assí se da en sesenta ocasiones). La c seguida de e o i y la ç se pronunciaban como /ts/ y la z como /tz/. La g seguida de e o i y la j se pronunciaban como / ? / y la x como / 3 /. En el manuscrito la h era siempre sorda y muchas veces es eliminada (por ejemplo, onor). Con relativa frecuencia las consonantes dobles alternan con sencillas. Especialmente f y ff (por ejemplo, fago y ffago), r y rr (por ejemplo, coredor en vez de corredor), y l y ll (por ejemplo, vassalo y vasallo). La t y la d además del sonido explosivo tenían un sonido fricativo a final de palabra que podía ser sordo o sonoro, de ahí la vacilación del autor entre t y d (por ejemplo, sabet y sabed) y las transcripciones ocasionales con th (por ejemplo, Calatayuth, corth). La c seguida de a, o, ó u suena /k/, aunque en ocasiones este mismo sonido se transcribe con ch (por ejemplo, marchos).
En el manuscrito hay muchos casos de fonética sintáctica, donde vocales iguales en posición final e inicial se unen en una sola (por ejemplo, del por de el, dellos por de ellos) y de apócope de a cuando la palabra siguiente empieza también por a (por ejemplo, aquel por a aquel). Finalmente, se usan con frecuencia las formas apocopadas de los pronombres enclíticos (por ejemplo, sil por si le).