INTRODUCCIÓN
1. PERFILES DE LA ÉPOCA
En 1591 España tiene ocho millones de habitantes de los cuales un 80 por ciento vive en Castilla. Entre 1530 y 1591 la población castellana se ha duplicado, gracias al crecimiento demográfico continuado durante todo el siglo. Empieza un reflujo en torno al año 1600, con la desaparición de unas 500.000 personas, víctimas de la “gran peste” (1596-1602), y la expulsión de 300.000 moriscos, más o menos (1609-1614); otros tantos factores a los cuales se deben agregar las consecuencias de la emigración a las Indias que esquilma cada año entre 4.000 y 5.000 fuerzas vivas del país. Esta población está desigualmente repartida: su densidad es mayor del norte de la península a la cuenca del Tajo (20 por kilómetro cuadrado) y las poblaciones se van desarrollando, sobre todo en los últimos decenios del siglo, a expensas del campo, atrayendo no sólo a los pobres y vagabundos (salarios más altos y organización de la beneficencia) sino también a la aristocracia que levanta en ellas ricas mansiones y palacios, contribuyendo de esta forma al cambio de sociedad que acompaña la subida al trono de Felipe III en 1598. Con arreglo a los recursos, los hombres son sin embargo demasiados, amenazados permanentemente por el hambre y las miserias de toda clase; para contrarrestar la escasez del pan, base de la alimentación, las ciudades organizan y controlan el almacenamiento de trigo. Importantes sectores de la sociedad tienen que luchar por sobrevivir. Las novelas picarescas reflejan —cada una de manera específica— esta realidad de la vida cotidiana.
Con esta subida demográfica se ha de relacionar la inflación monetaria que Fernand Braudel ha calificado de “revolución de los precios”, debida a la plata importada de las Indias (con la técnica del amalgama, que utiliza el mercurio de Almadén para explotar el mineral, las importaciones se han multiplicado por diez y llegan a su máximo en 1580), a las exportaciones a América (vino, aceite, trigo, telas), que encarecen la vida, primero en Andalucía y luego en las mesetas de Castilla, a la exportación a Flandes de la mejor lana de los merinos y a las importaciones correlativas de los productos manufacturados, a las sucesivas devaluaciones de las monedas... Esta inflación afecta no sólo a los menesterosos sino también a toda la economía: a los industriales, a los mercaderes, a los mismos banqueros, dejando sólo a salvo a los propietarios de la tierra. Ésta sigue siendo un valor económico estable: como productora de riquezas y base del sistema generalizado de los censos, juros y rentas, atrae los gastos de capital, desviando de la incipiente industria las inversiones e hipotecando el porvenir de España, cuyas clases altas han traicionado de esta forma su papel histórico. La situación se agrava episódicamente con las sucesivas bancarrotas de Felipe II (1557- 1560, 1575, 1596) y Felipe III (1607) que obliga a los monarcas a negociar con los banqueros alemanes o genoveses: en cada caso el “medio general” (convenio que trata de las facilidades de pago de las deudas de la corona) enajena sectores productivos claves para el país (producción andaluza de la seda, minas de Almadén, asientos de todas clases...) y sus aplicaciones terminan agobiando más a los contribuyentes. La inflación, la situación económica en general, la presión fiscal, la dependencia de los bancos extranjeros suscitan las quejas de los contemporáneos y de las Cortes de Castilla a la vez que explican también ciertos aspectos de la xenofobia de Quevedo y sus frecuentes alusiones al poder de “don Dinero”.
La agricultura es el más importante sector productivo: trigo, cebada, avena, centeno, olivares, viñedos, moreras, maíz; en la zona cantábrica, verduras, legumbres y frutas. Su desarrollo resulta, sin embargo, afectado a lo largo del siglo por el fomento de la ganadería, favorecida por la corona, que, a sus expensas, concede excesivos privilegios al Honrado Concejo de la Mesta (el ganado transhumante tiene derecho a cruzar por los campos cultivados y a pacer en las tierras comunes de los pueblos). La actividad ganadera funciona, en el contexto de la dinámica social, como un espacio de transición que al “campesino rico” le permite esperar un acceso posible a la nobleza. Tanto la alianza objetiva de la nobleza, de los ganaderos y de los ricos propietarios como las estructuras económicas afianzan una “formación social feudal” debidamente dominada por la aristocracia. La actividad comercial (gran comercio, comercio a distancia, acumulación del capital) ha lanzado la vida industrial, que se fortalece en la segunda fase de la actividad ciudadana: la artesanía y el “verlagssystem” (el artesano transforma la materia prima en sus propios telares a cambio de un salario) coexisten con la concentración de todos los medios de producción: tal es el caso de los “hacedores de paño” en Segovia, que nos aparecen como auténticos representantes de una posible clase burguesa, cuyo poder económico es suficiente como para darles la capacidad de enfrentarse con el poder político de los aristócratas. El texto del Buscón refleja con nitidez esta conflictiva situación.
Por estar poco poblada, España está poco cultivada. La concentración urbana y la aridez geográfica crean espacios desérticos por donde viajan don Quijote, Sancho Panza, vagabundos, pícaros y mendigos. En este contexto y con el fomento de la actividad comercial, cobran mucha importancia las vías terrestres de comunicación, que se desarrollan en la segunda mitad del siglo XVI, debido a la necesidad de organizar los circuitos del mercado y, paralelamente, el transporte con mulas. La arquitectura narrativa de Don Quijote, de la picaresca —y, por más señas, del Buscón— estriba en esta primera realidad (las ventas, etapas en las cuales se cuentan novelas intercaladas, los arrieros, el esquema de composición que constituye el modelo del “alivio de caminantes”, el camino de Segovia a Alcalá y a la Corte, etc.
Carlos V había legado a su hijo, en 1555, la soberanía de los Países Bajos y, en 1556, un imperio poderoso que reunía, con el Nuevo Mundo, los territorios de los reinos de Aragón, Borgoña, Castilla, Bohemia y Hungría, así como las zonas que él mismo había anexado en Frisia y en el norte de Italia. En 1581, Felipe II, al acceder al trono de Portugal, realiza la unidad de la península que perdura hasta 1640. “Rey-burócrata” que controla los más mínimos detalles de la administración, instala en Madrid la sede del gobierno, mientras hace construir el palacio-monasterio del Escorial (1563-1584). Baluarte de la cristiandad, se enfrenta con el Turco y con la Reforma que amenazan un imperio erigido sobre la adhesión unánime a la misma fe. Pero la Iglesia Ibérica, cuya vitalidad se expresa en su solidez teológica, el vigor de su corriente mística o el impacto de sus intervenciones en el Concilio de Trento, incide la mayoría de las veces en una total intolerancia (Procesos de la Inquisición, represiones dentro y fuera de Castilla). Contra los protestantes, la corona lucha sobre todo en los Países Bajos, en donde empieza, en 1566, una sublevación que no llegan a sofocar el duque de Alba ni sus sucesores y que termina con la partición entre el sur católico y el norte protestante o República de las Provincias Unidas, la cual firma, en 1598, con Francia e Inglaterra una Triple Alianza. La Tregua de Doce Años, consentida por Felipe III en 1609, anuncia el fin de la soberanía española en el norte de Europa. Contra el Islam, Felipe II sofoca la rebelión de las Alpujarras (1568-1570) y gana con la Santa Liga (Santa Sede, Venecia, España) la batalla naval de Lepanto (1571). El decenio de 1570-1580 (Lepanto, tregua con el imperio otomán de 1578, unidad peninsular realizada en 1580) marca, pues, el apogeo de la potencia política. En 1585 empieza la guerra con Inglaterra. La derrota de la “Invencible”, armada en 1588, y el fracaso de la represión en Flandes anuncian el reflujo de su hegemonía, que se va a acentuar con la ruina de su economía, cada vez más dominada por el capitalismo extranjero y el reflujo del comercio con las Indias; otras tantas consecuencias de una política exterior demasiado ambiciosa y de una falta de lucidez, que explican la decadencia del siglo XVII.
Felipe III sube al trono en 1598, a los veinte años. Monarca piadoso, pero flemático e insignificante, deja el ejercicio directo del poder en manos de un valido, el duque de Lerma (1598-oct. 1618); abandono de responsabilidad que suscita una crítica unánime (véase Política de Dios y gobierno de Cristo de Quevedo; 1617-1639). Las bodas del Soberano con Margarita de Austria se celebran en Valencia, en 1599, con grandiosos festejos, inaugurando un ambiente festivo que perdura a lo largo del reinado y contrasta con la austeridad del anterior. La Corte se traslada a Valladolid en 1601 y sólo regresará a Madrid en 1606. El valido lleva una política de paz (Tratado con Inglaterra en 1604, Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas, reconciliación con la Francia de Marie de Médicis). Intenta reformar la burocracia administrativa, pero es incapaz de definir una política financiera y fiscal coherente para salir del marasmo económico y acude a una serie de artificios ineficaces que terminan con la bancarrota de 1607. Falto de cualquier talento político y corrupto (amontona en tres años una fortuna impresionante), se le puede reprochar también su nepotismo (hace nombrar a su cuñado presidente del Consejo de Castilla, a su tío, el cardenal Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, y su propio hijo le va a suceder como valido en 1618).
2. CRONOLOGÍA
AÑO |
AUTOR-OBRA |
HECHOS HISTÓRICOS |
HECHOS CULTURALES |
1580 |
El 17 de septiembre, nace en Madrid. |
Anexión de Portugal a la Corona española. |
1582 |
Santa Teresa de Jesús. |
1583 |
Fray Luis de León: |
1584 |
Nace Tirso de Molina. |
1585 |
Toma de Amberes por Alejandro Farnesio. |
Cervantes: |
1586 |
Muerte de su padre, don Pedro Gómez. |
El Greco: El entierro del Conde de Orgaz. |
1588 |
Desastre de la Armada Invencible. |
Santa Teresa de Jesús: |
1591 |
Mueren Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. |
1592 |
Sublevación de Aragón contra Felipe II. |
1596 |
Estudios de Humanidades en el Colegio Imperial (jesuitas). |
1596 |
Estudia en la Universidad de Alcalá. |
1597 |
Autonomía de los Países Bajos |
1598 |
Muerte de Felipe II y comienzo del reinado de Felipe III. |
Nace Zurbarán. |
1599 |
Primera parte de
Guzmán de Alfarache,
de Mateo Alemán. |
1600 |
Traslado de la Corte a Valladolid. |
Nace Calderón de la Barca. |
1596 |
La gran peste. |
1601 |
Estudia en la Universidad de Valladolid, donde reside la Corte. Empieza su enemistad con Góngora. |
1604 |
Rendición de Ostende. |
Mateo Alemán: Segunda parte de Guzmán de Alfarache. |
1605 |
Mantiene correspondencia con Justo Lipsio (humanista flamenco). |
Miguel de Cervantes:
Primera parte del Quijote. |
1606 |
Regresa con la
Corte a Madrid. |
Traslado definitivo de la Corte de Valladolid a Madrid. |
1600 |
Primera redacción de El Buscón. |
1609 |
Comienza su pleito por la Torre de Juan Abad, que durará hasta 1631. |
Expulsión de los moriscos de España. Tregua de los Doce Años entre España y Holanda. |
Mateo Alemán: Ortografía castellana. |
1611 |
Se traslada a Toledo. |
Covarrubias: Tesoro de la lengua castellana o española. |
1606 |
Sigue escribiendo los primeros Sueños. |
1613 |
Se marcha a Italia y se pone al servicio del Duque de Osuna. |
Cervantes: Novelas ejemplares. |
1614 |
Estancia en Niza, se traslada a Génova. |
Cervantes:
Viaje del Parnaso. |
1615 |
Elegido por el parlamento siciliano como embajador delegado a Felipe III. |
Cervantes:
Segunda parte del Quijote. |
1616 |
Regresa a Nápoles (12 de septiembre). |
Los Países Bajos juran fidelidad a Felipe III. |
Muere Cervantes. |
1617 |
Segunda embajada a Madrid. Hábito de Caballero de la Orden de Santiago. |
Comienza la Guerra de los Treinta Años. |
Nace Murillo. |
1620 |
Juan Cortés Tolosa: Lazarillo de Manzanares. |
1619 |
Se retira a la Torre de Juan Abad. Después del proceso contra el duque de Osuna, lo destierran a la Torre de Juan Abad. |
1621 |
Privanza del
Conde-Duque de Olivares. |
1622 |
Enferma y se le autoriza a trasladarse a Villanueva de los Infantes. |
1623 |
Se gana la amistad del Conde-Duque de Olivares y regresa a la Corte. |
Velázquez: Retrato del
Conde-Duque de Olivares. |
1624 |
Acompaña al rey en su viaje a Andalucía. |
Rendición de Breda. |
Tirso de Molina:
Los cigarrales de Toledo. |
1625 |
Publica las Cartas del Caballero de la Tenaza. |
1626 |
Publicación en Zaragoza de La Política de Dios y El Buscón. |
1627 |
Edición de los Sueños en Barcelona. |
San Juan de la Cruz: Cántico espiritual. |
1628 |
Escribe el Memorial por el Patronato de Santiago (contra los carmelitas que estaban a favor del Patronato de Santa Teresa), lo cual le ocasiona nuevo destierro a la Torre de Juan Abad. (Regresa en diciembre a la Corte). |
1629 |
Discurso de todos los diablos. |
Fin de la Guerra de los Treinta Años. |
Calderón de la Barca: El príncipe constante. |
1630 |
El chitón de las taravillas, obra del Licenciado Todo-sesabe. |
Velázquez:
La fragua de Vulcano. |
1631 |
Libro de todas las cosas y otras muchas más. |
1632 |
Es nombrado Secretario del Rey, aunque no asume ninguna responsabilidad.. |
Castillo Solórzano: La niña de los embustes, Teresa de Manzanares./ Lope de Vega: La Dorotea. |
1633 |
Representación de
comedias en el Buen Retiro. |
1633 |
La hora de todos. |
Velázquez: Las lanzas. |
1634 |
Se casa con Esperanza de Mendoza. |
1635 |
Escribe la Segunda Parte de La Política de Dios. |
Guerra hispano-francesa. |
Muere Lope de Vega. |
1638 |
El Ayuntamiento de Madrid administra los dos corrales de comedias. |
1639 |
Es detenido en casa del duque de Medinaceli (7 de diciembre). No sale de su prisión, el convento de San Marcos de León, hasta junio de 1643. |
Victoria española en Fuenterrabía. |
Gracián: El Héroe. |
1640 |
Rebelión de Cataluña y Portugal. |
1641 |
La Providencia de Dios. |
Vélez de Guevara: El Diablo Cojuelo. |
1642 |
Guerra de Cataluña. |
Calderón de la Barca: El Alcalde de Zalamea. | |
1643 |
Caída del Conde-Duque de Olivares. | ||
1644 |
Vida de Marco Bruto. |
Gracián:
Agudeza y arte de ingenio. |
1645 |
Muere en Villanueva de los Infantes. |
3. VIDA Y OBRA DE FRANCISCO DE QUEVEDO
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) nace en Madrid, el 17 de septiembre de 1580. Sus padres, Pedro Gómez de Quevedo y María de Santibáñez, ambos originarios de la Montaña, viven en la Corte: Pedro como secretario de la cuarta esposa de Felipe II, Ana de Austria; María, como dama de la reina. Francisco estudia primero en Madrid, con los jesuitas antes de ingresar a los dieciséis años en la Universidad de Alcalá donde se forma como humanista y obtiene, el primero de junio de 1600, su grado de bachiller. Se traslada a la Universidad de Valladolid, en la que se matricula en Teología (aparentemente no llegó a graduarse), y ya en 1600 hace circular manuscritos opúsculos festivos (Pregmática que este año de 1600 se ordenó, Pregmáticas del desengaño contra los poetas güeros, Memorial pidiendo plazas a una Academia etc.) y una serie de composiciones poéticas, la mayoría de las veces humorísticas. En la colección de Pedro de Espinosa, Flores de poetas ilustres, cuyos preliminares son de 1603, están incluidos dieciocho poemas suyos. Se cartea con el gran humanista flamenco Justo Lipsio. En la Corte coincide, entre literatos ilustres, con Gracián Dantisco, Cervantes y Luis de Góngora, con quien, aunque todavía estudiante, sostiene una polémica y entabla una relación de fuerte enemistad que lo llevará a parodiar más tarde el estilo culterano (La culta latiniparla, 1631; Aguja de navegar cultos, 1631). Con la presencia de todas estas personalidades, Valladolid viene a ser la capital cultural del reino admirada por la diversidad y la calidad de sus fiestas. Se supone generalmente que Quevedo redactó la primera versión del Buscón en estos años (1603-1604): en efecto en el texto se explica de modo burlesco cómo se podría rendir Ostende y el sitio de la ciudad en cambio termina en septiembre de 1604; la muerte del poeta Alonso Álvarez, ocurrida entre 1603 y 1604, es evocada como un hecho reciente; de atenerse a lo que dice el narrador, todavía vive Antonio Pérez, que muere en 1611. Contra esta hipótesis, sólo se puede oponer el que se habla de Madrid como Corte. Pero hay que subrayar que el texto sólo fue editado por primera vez en 1626; debió de sufrir las consecuencias de la transmisión manuscrita, y ya a los primeros copistas se les habría ocurrido corregir este detalle cuanto más que Madrid estaba a punto de recobrar, o ya había recobrado, su estatus de capital. Se supone también que el autor modificó, hacia 1611, su texto en una segunda versión que es precisamente la versión que publicamos en este volumen.
En 1605 regresa con la Corte a Madrid hasta 1613, año en que está documentada su presencia en Italia al servicio del duque de Osuna. Durante estos años madrileños, escribe la mayor parte de los Sueños, influenciados por Luciano, cuya serie constituye una sátira grotesca de la sociedad: el primero, posiblemente hacia 1605, dedicado al duque de Lerma; El Sueño del Infierno cuya dedicatoria es de 1608; El mundo por de dentro, hacia 1612. Completará la serie quince años más tarde con El Sueño de la muerte (1622). Estos cuentos fantásticos proyectan un infierno carnavalesco, entre sagrado y grotesco, recorrido por unas sombras que se contorsionan cómicamente, parodiando las hipocresías respectivas de una serie de tipos sociales. En 1609, entre el segundo y el tercero de Los Sueños, redacta Paráfrasis y traducción de Anacreonte y Discurso de la vida y tiempo de Phocílide dedicados a Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, así como un ensayo polémico, España defendida y los tiempos de ahora, dedicado a Felipe III. Empieza su período de neoestoicismo con la redacción de Nombre, origen intento, recomendación y descendencia de la doctrina estoica (publicado en 1635); en 1613 redacta también el Heráclito cristiano, dedica al cardenal-arzobispo de Toledo, Bernardo de Sandoval, los poemas de las Lágrimas de Jeremías castellanas, seguidos por Lágrimas de un penitente. Desde 1612, pasa temporadas en su dominio de La Torre de Juan Abad, próximo a Villanueva de los Infantes (provincia de Ciudad Real). Siguió envuelto toda su vida en el pleito que tuvo con la villa de La Torre, debido a un préstamo de su madre al municipio, censo cuyos réditos no fueron nunca pagados.
El período italiano, 1613-1619: en 1613 viaja a Sicilia para servir al virrey y duque de Osuna como secretario y confidente. Éste le encomienda una misión en Niza para lograr que esta ciudad se declare a favor de España y, en 1615, otra misión en Madrid para conseguir el nombramiento de su señor en el virreinato de Nápoles. Evocará su experiencia política en Grandes anales de quince días (hacia 1620), y en Mundo caduco y desvaríos de la edad (hacia 1621). En 1617, consigue el hábito de Santiago y una pensión por sus servicios en Italia, cuando ya sin embargo estaba declinando el poder de su protector a consecuencia de la supuesta “conjuración de Venecia”, que a Quevedo le obligó a salir de la ciudad disfrazado de mendigo.
En 1621 muere Felipe III y, después del efímero valido don Baltasar de Zúñiga, el nuevo monarca encomienda el gobierno del poder al Conde-Duque de Olivares, a quien Quevedo dedica su Política de Dios y gobierno de Cristo de contenido político-moral, redactado en 1619 y en el cual expone su concepción del gobierno según la cual el rey debe imitar el ejemplo del Cristo en el Nuevo Testamento y ejercer directamente el poder. En 1620 había adquirido el “señorío” de la villa de La Torre de Juan Abad, a donde había sido desterrado. Se reorganiza la administración con medidas drásticas (proceso de los duques de Osuna, Lerma y Uceda, en el que Quevedo tiene que declarar, ejecución de don Rodrigo Calderón...). Con el apoyo del nuevo valido, regresa a la Corte; donde conoce el momento más satisfactorio y brillante de su vida (1623-1628): acompaña a Felipe IV en sus viajes a Andalucía (1624) y a Aragón (1626). Defiende el patronato de Santiago en contra de los que abogan por el copatronato de Santa Teresa de Jesús: Memorial por el patronato de Santiago (1628) y Su espada por Santiago (1629). Sus posturas y su agresividad le granjean enemistades, y las críticas que en la Política de Dios se dirigían contra los políticos del reinado anterior, se interpretan como encaminadas a satirizar a los ministros de Felipe IV. Se ve desterrado por segunda vez a Juan Abad. Redacta un nuevo memorial al rey, Lince de Italia o zahorí español (1628), en el cual evoca su experiencia diplomática y su devoción a la corona. Se le levanta el destierro y puede regresar a la Corte, donde reemprende sus ataques en contra de los culteranos o de sus viejos enemigos. Recoge en Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, sus obras de juventud algo expurgadas: los Sueños, La culta latiniparla, el Libro de todas las cosas y otras muchas más, así como algunas composiciones festivas cortas (El caballero de la tenaza, El cuento de los cuentos...). En El chitón de las tarabillas, publicado anónimamente en 1630, defiende la política del Conde-Duque. Se casa en 1634 con una viuda, doña Esperanza de Mendoza, con la cual sólo vive unos pocos meses. Retoma el neoestoicismo en Doctrina moral del conocimiento propio y del desengaño de las cosas ajenas. Este período es de intensa actividad literaria: La Perinola, contra Pérez de Montalbán, es de 1632; el 14 de mayo de 1633 dedica La cuna y la sepultura; las aprobaciones de la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales son de enero de 1634, el 5 de abril del mismo año dedica a don Pedro Pacheco la primera epístola (sobre la Invidia) de su Virtud militante; el 12 de agosto termina De los remedios de cualquier fortuna. Se supone que redacta también en estos años La hora de todos y la fortuna con seso, la Primera parte del Marco Bruto (publicado en 1644) y la Segunda parte de Política de Dios (publicada en 1655).
El 7 de diciembre 1639, a las once de la noche, se le detiene en casa del duque de Medinaceli y se le lleva al convento de San Marcos en León, donde pasa tres años y siete meses. En su prisión se acentúan su estoicismo filosófico y su tendencia al misticismo; redacta Providencia de Dios, La constancia y paciencia del Santo Job y Vida de San Pablo, que se ha interpretado como su testamento moral y en cuya dedicatoria evoca con profunda amargura este episodio dramático de su vida: “Fui preso con tan grande rigor, a las once de la noche, 7 de diciembre, y llevado con tal desabrigo a mi edad que de lástima el ministro que me llevaba, tan piadoso como recto, me dio un ferreruelo de bayeta y dos camisas de limosna y uno de los alguaciles de corte unas medias de paño. Estuve preso cuatro años, los dos primeros como fiera, cerrado solo en un aposento, sin comercio humano, donde muriera de hambre y desnudez si la caridad y la grandeza del duque de Medinaceli, mi señor no me fuera seguro y largo patrimonio hasta el día de hoy...” En 1643, cuando se conoce la caída de Olivares, Quevedo envía un memorial al rey; don Juan de Chumacero, presidente del Consejo de Castilla, a quien va a dedicar la Vida de San Pablo para agradecérselo, obtiene del monarca la orden de libertad del prisionero. Cuando vuelve a la Corte está enfermo y envejecido. Todo ha cambiado. Prepara las ediciones del Marco Bruto y de La caída para levantarse. En noviembre de 1644, se marcha definitivamente a La Torre de Juan Abad, donde prepara una edición completa de todas sus obras, que sólo saldrá a la luz después de su muerte, ocurrida el 8 de septiembre de 1645 en el convento de Santo Domingo, de Villanueva de los Infantes, a donde se ha trasladado poco tiempo antes para tratar de encontrar mejoría de su salud.
Quevedo ocupa un lugar preeminente en la historia literaria del Siglo de Oro como polígrafo: poeta, autor dramático (entremeses), traductor, humanista, ensayista, novelista... Como poeta, adversario del culteranismo de Luis de Góngora, se atiene a un conceptismo que subvierte la semántica al servicio de la agudeza y del ingenio: una imaginación prodigiosa se manifiesta en sus estrofas a una tal Lisi, sus sonetos burlescos, sus poemas metafísicos, en donde las más delicadas metáforas se yuxtaponen con los más procaces juegos de palabras y retruécanos. Humanista, algunas de sus obras están llenas de erudición, a veces aparentemente de segunda mano; su postura filosófica revela sobre todo al final de su vida, una fuerte influencia del senequismo y solipsismo. En todos los campos (literatura, política) se ha granjeado una fama de feroz polemista.
A pesar de un componente reformista posiblemente debido a su visión crítica de la realidad (protestas contra la injusticia, el empobrecimiento del pueblo llano, la codicia y la hipocresía de los pudientes...) su postura ideológica se puede caracterizar por su total adhesión al orden y al sistema monárquico-señorial, su intolerancia religiosa en contra de los protestantes, los judíos y los moriscos, el conservadurismo de su pensamiento, que rechaza cualquier novedad. En eso defiende sus propios intereses de clase, como usufructuario de los privilegios de la nobleza y representante de un doble sujeto transindividual significativo (nobleza media e influyente grupo de los letrados). En el plan personal, las ambiciones manifiestas del joven estudiante que llega a Valladolid en 1600 han fracasado, a consecuencia posiblemente de sus pulsiones interiores profundas y de sus opciones estratégicas en la Corte, quizás poco acertadas. Estas frustraciones, el episodio trágico de su encarcelamiento al final de su vida, su soledad y su amargura acentúan, en sus últimas obras, sus tendencias al estoicismo y al pesimismo como frutos a la vez de su experiencia y de su visión totalmente negativa de la existencia.
4. La vida del Buscón
Son varias las cuestiones que la crítica literaria ha venido planteando sobre esta obra a partir de puntos de vista muy distintos, acumulando por lo tanto las opiniones más diversas y, a veces, contradictorias. Es sin embargo unánime considerar que se trata de una novela picaresca, aunque deberíamos tener en cuenta que el término de novela sólo se aplica a la novela corta en tiempos de Quevedo. En el momento en que Quevedo está redactándolo, el Guzmán de Alfarache goza de un éxito extraordinario: entre 1599 y 1604, se suceden 23 ediciones conocidas de la Primera parte a las cuales se deben añadir la edición príncipe de la Segunda parte en 1604, ocho ediciones de la segunda parte de Mateo Luján y, por fin, dos ediciones mutiladas de Lazarillo de Tormes. Es de suponer que el libro de Mateo Alemán “impresionó y disgustó a la vez al joven don Francisco”, afirma Lázaro Carreter, quien trae varios ejemplos del impacto que tuvieron Alemán y Luján en la génesis del texto. El Buscón se atiene, grosso modo, a la “poética no escrita” establecida por la interacción de Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache entre 1599 y 1604: autobiografía de un individuo indecoroso, esquemas de composición idénticos (episodios ensartados, series de burlas, “alivios de caminantes”), recurrencia a una materia folclórica, tipología similar (la alcahueta, las prostitutas, el avariento, el hidalgo, verdadero o falso, famélico, las víctimas ingenuas, el soldado fanfarrón, los cómicos, etc.), inserción de pasajes muy similares (las “Ordenanzas mendicativas” en el Guzmán de Alfarache, la “Premática del desengaño contra los poetas güeros, chirles y hebenes” en el Buscón). Pero, como nota Antonio Rey Hazas, el corpus constituido por los dos textos anteriores no es nada homogéneo y hay “dos posibilidades de organización morfológica: a) la que plasmara Mateo Alemán, la novela barroca con interpolaciones, que sigue en buena medida el modelo de la literatura paraescolar y miscelánea [...] y b) la primitiva y original del Lazarillo, escueta y nítidamente centrada en el proceso de su protagonista, sin aprovechamientos ni novelitas, sin cuentos ni fabulillas que la desvíen de su propósito axial.” Es este último modelo el que sigue Quevedo, cuanto más que también retoma la matriz epistolar del autor anónimo: (“Pues sepa Vuestra Merced que a mi me llaman Lazarillo...” —“Yo, Señora, soy de Segovia...”). Esta proyección intratextual de un destinatario desconocido, varias veces aludido como tal además, y presentado como distinto del “pío lector” o del “pícaro lector”, instituye dos circuitos de comunicación y puede ser considerada como una primera clave de decodificación, indicando al lector “la perspectiva que debe adoptar en la lectura de la obra para que se produzca el efecto burlesco, esto es una perspectiva señorial” (Domingo Ynduráin). Como en el caso del Lazarillo se trata de una seudo-carta mandada por alguien humilde a un representante de las clases altas, lo cual sugiere una total complicidad entre el supuesto receptor y la personalidad que se oculta tras la máscara del Yo.
Composición arquitectónica de la narración vs. inconexión y fragmentación
Lázaro Carreter estima que el Buscón incide en la falta de construcción que caracteriza La vida de la corte (escrita hacia 1600). Francisco Rico, por su parte, escribe que Quevedo “disgregó el libro en niveles inconexos”. Leo Spitzer, al contrario, señala la disposición perfectamente simétrica de los episodios y, efectivamente, la narración parece acatar un plan de composición relativamente firme: el libro I (7 capítulos) está dedicado a la educación de los dos compañeros, don Diego y Pablos, en tres partes (la primera enseñanza, la pensión de Cabra, la vida de estudiantes en Alcalá). Este período se presenta como una fase iniciática que, en cierta medida puede ser considerada como el complemento o el revés de cualquier educación (“Señor nuevo, a pocas estrenas como ésta envejecerá”). El libro II relata el viaje que hace el protagonista de Alcalá a Segovia, para cobrar su herencia antes de ir a instalarse en Madrid; constituye un verdadero “alivio de caminantes”, que enlaza con la tradición del relato picaresco institucionalizada en el Guzmán de Alfarache. Este alivio, de tono grotesco, está centrado en torno a una comilona y constituye, en el seno de la ficción, una articulación excesiva que desequilibra el conjunto de la arquitectura novelesca. Sólo el libro III, pues, está dedicado a la pintura del personaje y en él podemos distinguir varios ejes de composición: a) unos ejes secundarios que se corresponden con una serie de desmitificaciones (el exilio del colegio de los buscones, al final del capítulo 4, la paliza que recibe Pablos al final del capítulo 5); b) un eje principal, al final del capítulo 7, con la paliza que le manda dar el que fue su amo y que señala el fin de un primer período en el que Pablos vive obsesionado por los valores de la alta sociedad (nobleza y riqueza). Estos ejes dividen este primer período en tres fases que evocan sucesivamente las diferentes metamorfosis de Pablos en un fingido noble venido a menos, un fingido mercader rico, y un fingido noble adinerado. En los tres últimos capítulos (8 -10), el protagonista se siente atraído, al contrario, por la infrasociedad, los grupos marginales (pobres, cómicos, galanes de monjas, criminales). Se nota cierta correspondencia entre las dos partes separadas por el capítulo 7 (fingido rico/fingido pobre – galán/galán de monjas). Este plan de composición no lleva sin embargo a ninguna coherencia novelesca. En efecto, el paréntesis que constituye el libro II, en palabras de A. Rey Hazas “quiebra momentáneamente el proceso novelesco y vital trazado por los otros dos. Pablos se transforma ahora en espectador, no hace nada, no actúa y se limita a describir una serie de personajes caricaturescos y ridículos [...] La ruptura es obvia y no se justifica en absoluto desde un punto de vista constructivo [...] el relieve que realza el libro II no se debe a ninguna exigencia del proceso narrativo, ni desempeña función clara alguna relacionada con los libros que le preceden o le siguen...”. Coexisten, pues, en el texto dos esquemas de composición que también se pueden observar en los relatos picarescos anteriores: el módulo constructivo circular, en el que el desenlace remite al capítulo inicial, que va a caracterizar la novela moderna, y el molde medieval de los episodios ensartados. La importancia de éste en el Buscón, y el tono jocoso de las descripciones de los personajes, justifican la opinión de Raimundo Lida: “Lo que el Buscón nos ofrece no es comedia en profundidad sino una esgrima, un entrechoque de réplicas contundentes, desahogos grotescos, jocosidades y sorpresas como de farsa o entremés [...] Entremés agudo y a golpes, en que cada personaje se revela rápida y bruscamente.”
Distanciación y fórmula autobiográfica
A esta fragmentación desarticuladora de la lógica novelesca contribuye también una verdadera sistemática de la distanciación. “Pablos —escribe Lázaro Carreter— se sale constantemente del juego para observar [...], mejor dicho para que observe el novelista que jamás se zambulle en aquel mundo, que no se siente atraído por lo que suceda realmente sino por lo que él ve o intuye. De este modo la estructura de aquella sociedad periférica se disuelve, carece de vínculos mutuos y se liga por medio de conexiones radiales con el autor.” [La cursiva es mía.] Y efectivamente, una mirada que sólo capta los fenómenos superficiales de un universo en que no está, ni se siente implicada, no puede reconstituir nada que sea verdadera y auténticamente coherente. Esta falta de conexión aparece en todos los niveles textuales. Ante todo en las descripciones de los personajes: hablando del licenciado Cabra, escribe Leo Spitzer “las diferentes partes del cuerpo, a su vez, no están descritas según su realidad profunda, sino según sus apariencias, según la manera como se presentan desde fuera.” [La cursiva es mía.] Lázaro Carreter estima, por su parte que: “Pablos no está verdaderamente ligado a sus compañeros de aventura, sino al novelista; no hay un hilo que los embaste a todos, sino cabos sueltos que paran en las manos del titiritero [...] Están aislados entre sí y, por otra parte, lejos del novelista.” [La cursiva es mía.] Este fenómeno es evidente también en el caso del mismo protagonista y en la manera como viene enfocada la fórmula autobiográfica. En ésta, en efecto, la contemplación del mundo se construye por lo general a partir de un punto de vista que expresa la conciencia de un solo personaje y que rige la selección de los datos, lo cual implica cierta interioridad. En los relatos picarescos anteriores, el presente del narrador, a partir del cual se reconstruyen los acontecimientos pasados del actante, constituye el punto de anclaje del relato. Lo que produce precisamente su originalidad es la distancia temporal que separa este presente, que se tiene que explicar, de la materia biográfica que lo explica. Con arreglo a estos dos antecedentes, la indigencia del Buscón es manifiesta: no sólo carece de cualquier interioridad el actante sino que no sabemos nada del narrador ni del momento presente en que se dedica a escribir (fuera de una serie de fórmulas algo retóricas como “Llegó por no enfadar...”, “dejo de referir”, etc.). Ha desaparecido casi totalmente este punto esencial de la autobiografía que es el “momento de la escritura”. Esta perversión del modelo se nota por fin en el estatus del Yo que nos cuenta la historia de su vida como si fuera un Él. El narrador es una ilusión, una máscara, la máscara de la instancia narradora, manipulada a su vez por la instancia ideológica. Lo anterior nos lleva a descartar de pleno cualquier interpretación moral o psicológica y luego, por supuesto, cualquier intencionalidad ética.
De la incoherencia novelesca a la coherencia textual
Varios críticos han señalado el “lenguaje ingenioso” de Quevedo en el Buscón, calificado de “miscelánea aguda” por Maxime Chevalier, “representación virtuosista y amoralmente vital de un virtuoso del vivir amoral” (Leo Spitzer); “libro de ingenio [...] portentosa elaboración artística” (Lázaro Carreter)