Índice
Portadilla
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Personajes
Mapa
1. Una terrible noche de tormenta
2. El extraordinario caso de las «triple jota»
3. ¿Dónde están mis deportivas?
4. Un enemigo llamado Sticker Patillas
5. La Maga del Bosque
6. El extraño consejo
7. El taller secreto
8. Un viaje accidentado
9. ¡No lo hagas!
10. Y de repente…
11. Una solución de emergencia
12. Misión reimposible
13. Guarreanding Zapatilling
14. Comienza el partido
15. El combate final
16. We are the champions…
Ahora te toca a ti
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Sobre el autor
Créditos
Bosque de Vinci, Florencia, 1460.
Miedo. Terror. Cacafuti. El cielo se cubrió de relámpagos y siete figuras fantasmagóricas cruzaron el bosque bajo la lluvia, iluminados con la tenue luz de una lámpara de aceite.
No eran vampiros. No eran zombis. ¡Éramos mis amigos: Lisa, Miguel Ángel, Chiara, Boti, Rafa, Spaghetto y yo con chubasquero buscando a la Maga del Bosque!
—¡Anda, que ya te vale salir en una noche como esta! —protestó mi pájaro, Spaghetto, desde el bolsillo de mi camisa, puesto que las gotas de lluvia le impedían volar.
—¡Ya sabes por qué hemos venido! —le contesté mientras saltaba la gran raíz oscura y retorcida de un árbol, haciendo que el pajarillo casi cayera al suelo.
—¡Vale, pero ten más cuidado, Leo! —añadió, sacudiéndose las plumas.
La tormenta aumentaba según nos adentrábamos en el bosque. No es que se viera poco; es que no se veía un pimiento. Menos mal que íbamos preparados para todo: teníamos varios pares de botas de agua de cuero de las que mi tío Francesco usa cuando sube la marea en Venecia, un montón de bocadillos de salami y… ¡lo mejor!: el chocolate calentito de mi abuela. Lo que no teníamos era ni idea de dónde buscar a la Maga, porque las magas no es que vayan por ahí dando su dirección… ¿o sí?
—BIENVENIDOS AL BOSQUE DE LA MAGA DEL BOSQUE —leyó Lisa en un cartel que había pegado junto a un pino muy frondoso—. Qué fuerte, ¿no?
—Ya te digo. Esto es muy extraño —admití.
—¿Por qué? —preguntó Boti—. Encima que nos da la bienvenida…
El aullido de un lobo y el ulular de los búhos nos encogieron el corazón. Nos daban la bienvenida, sí, pero ¿a qué?
—¡Cómo mola —dijo Miguel Ángel—; es como la casa del terror de un parque de atracciones!
—Ya —contestó Chiara—, ¡pero es que esto no es un parque de atracciones, cenutrio, esto es de verdad!
—Vale chicos, ya sabemos que este es el bosque correcto —señaló Lisa—. Pero, ahora, ¿por dónde tenemos que ir?
Y justo en ese instante… ¡fssssss! Un rayo iluminó un esqueleto apoyado en un árbol que sujetaba con los piños un cartel que decía: MAGA DEL BOSQUE, POR AQUÍ.
—¡Aaaaaaaaah! —gritamos todos.
—¡Y un jamón voy yo a seguir el camino que dice el huesitos ese! —gritó Rafa.
—Tranquilo, amigo; a mí tampoco me mola, pero en ese estado, el chaval poco nos puede hacer —añadí.
—Igual si le damos un bocata se anima, ja, ja… —se burló Miguel Ángel, que es muy bruto y no hay nada que le asuste.
Y entre risas y miedos tomamos el oscuro sendero que el cartel indicaba, pero no estábamos solos. No podía demostrarlo, pero tenía un presentimiento: alguien, a lo lejos, desde algún lugar, nos estaba observando.
La cosa empezaba a ponerse fea. Los árboles estaban cada vez más pelados y las ramas de los arbustos del camino se entrelazaban como si fueran brazos huesudos que quisieran atraparnos con sus pinchos. El pasaje era cada vez más estrecho, pero nosotros seguimos adelante hasta que…
—¡Ay; se me ha enganchado la falda! —gritó Lisa.
—¡Espera, yo te ayudaré! —le dije—. Iluminadme aquí.
¡Y menos mal que me iluminaron! De repente, vi lo que había justo a su lado. Algo que jamás olvidaré:
—Lisa —le dije, intentando disimular mi nerviosismo—, no te muevas ni mires detrás.
—¿Por qué? ¿Hay algo?
—Ese es el problema, que no hay nada. Lisa, detrás… ¡hay un precipicio!
—¿Quééé? —exclamó con terror.
De repente, el rayo más grande del universo cayó a nuestro lado y su resplandor hizo que viéramos el abismo. Y ocurrió lo que nunca debió ocurrir: del susto, Lisa resbaló, cayendo exactamente hacia el lugar del peligro.
—¡Nooooooo! —gritamos todos.
Pero mira tú por dónde, la suerte estaba de nuestro lado y la misma rama que había enganchado la falda llena de barro de Lisa ahora la sujetaba.
—¡Leo, ayúdame! —pidió, colgando en el vacío.
—¡Tranquila, amiga, no te vas a caer! —le dije, aunque confieso que estaba lleno de canguelo y no tenía muy claro que pudiera cumplir mi palabra. Lo que sí tenía claro es que si ella se caía, yo me caería con ella.
—¿Qué va a pasar? —preguntó Miguel Ángel asustado por primera vez.
—¡Se va a hacer tortilla francesa! —gritó Chiara.
—¡Vamos, Leo —dijo mi pájaro Spaghetto—, espabila, que tienes que pensar un plan rápidamente!
Un plan rápidamente, un plan rápidamente… pero yo pienso mejor dibujando. Así que saqué un pergamino de mi zurrón y empecé a dibujar el esquema de la situación: a la izquierda estaba mi amiga Lisa a punto de caer; en el centro mis otros amigos y yo en un camino sobre el que no podíamos apoyarnos porque cada vez se hacía más resbaladizo; y a la derecha, y en tierra más firme, un árbol muy largo tirado en el suelo. Si tuviera un punto de apoyo podría dibujar una parábola con efecto catapulta, pensé, pero… ¡un momento!
¿A que os estáis preguntando quién soy yo y qué hago esta terrorífica noche buscando a la Maga del Bosque?
Me llamo Leo, Leonardo da Vinci, tengo ocho años y todo empezó por unas deportivas de fútbol. Pero no eran unas deportivas cualquiera, eran… ¡UNAS DEPORTIVAS MÁGICAS!