Odio cuando un pirata espacial me lanza una piraña por la espalda.
—¡Repíxeles! —grito a mi montura—. ¡Mete el turbo, que nos pillan!
Después de diez interminables minutos de persecución y cañonazos, conseguimos dejarlos atrás justo a tiempo. A mi espalda resuenan las amenazas inútiles de los corsarios. ¡Ja, pringaos!
¡Menuda carrera! Nos hemos librado de sus proyectiles por los pelos (o por las plumas, mejor dicho, porque vuelo a lomos de un caballo volador). No es que quiera presumir, pero últimamente estoy en racha en MultiCosmos: he superado treinta niveles de este planeta, mi avatar todavía tiene de vida y estoy a punto de alcanzar el Valle de la Muerte, en el corazón del País de la Muerte, donde está escondida la Copa de la Muerte (claro, no iba a ser la Copa de la Vida). Le doy una palmadita en las alas a mi caballo para comenzar el descenso.
Pero algo va mal, muy mal, porque mi pegaso empieza a caer en picado y sin control. De pronto advierto que tiene una flecha clavada en una de sus patas traseras. ¡OMG! ¡Le ha alcanzado un proyectil! Esto se pone feo. Nos precipitamos cada vez más deprisa, y si no se me ocurre algo pronto, en cero coma nos convertiremos en papilla. Tengo que pensar, y rápido. Meto la mano en mi mochila, saco el báculo mágico y dibujo una espiral en el aire.
¡Uf, casi no lo cuento! Menos mal que el hechizo de nube ha amortiguado la caída a tiempo. Mi montura, en cambio, está tiesa como un alambre: el veneno de la flecha ha hecho efecto y ahora mismo duerme como un lirón. (Bueno, espero que sólo duerma... No soy veterinario mágico.) Ya volveré más tarde a por él, pero ahora no puedo quedarme quieto. Estoy casi en la fase final de este micromundo virtual y no quiero morir justo cuando estoy tocando el trofeo con la punta de los dedos. Alex va a flipar cuando lo vea.
Y de pronto, ¡ahí está! La Copa de la Muerte me espera encima de un pedestal de piedra colocado en el centro del valle, a menos de treinta millapíxeles de distancia. Miro a izquierda y a derecha. Miro en todas direcciones en busca de Mobs enemigos..., pero el Valle está siniestramente tranquilo. No hay ni un alma. Y eso es lo peor que puede ocurrir, porque es muy raro que la fase final de un planeta de la categoría Bastante-Peligroso no tenga por lo menos un monstruo con dientes de acero. Sin embargo, todo lo que veo es un valle bastante normal, con un cielo normal, flores silvestres normales y un riachuelo normal; esto me huele a chamusquina. Me acerco de puntillas al pedestal, no sea que despierte al monstruo. Estoy a punto de tocar la Copa de la Muerte cuando...
¡¡¡Crac!!! El suelo se abre delante de mí.
Genial: la Copa de la Muerte se ha escurrido de mis manos en el último segundo, y en medio del valle surge una grieta de la que empiezan a centellear ojos. Esto se pone chungo. Sólo espero que no sean dinosaurios.
¡Bingo! Son dinosaurios. Peor todavía, son dinosaurios zombis.
Un velocirráptor zombi no tarda ni dos segundos en saltar del agujero y morder mi báculo hasta convertirlo en astillas. ¡Maldición! No había terminado de pagarlo... Sin tiempo que perder, saco la daga del cinto y me pongo a repartir leña. ¡Zas, zas, zas!
Consigo eliminar al primero de tres golpes.
Y engaño al segundo como a un perrito para que salte de regreso a la grieta. El problema es que para ello he tenido que lanzarle la daga como una pelota y no me quedan más armas en el inventario. Ahora sí que la he liado. Los otros tres velocirraptores zombi me rodean. Van a chuparme el cerebro como la cabeza de una gamba.
—¡¿Otra vez con el móvil en clase?!
Error; la profesora Menisco me ha pillado in fraganti. Posa su enorme nariz sobre el hombro, como si oliese el miedo, y su mano huesuda vuela como un ave de presa hasta el cajón de mi pupitre. Enseguida se hace con el móvil que he intentado esconder. Demasiado tarde.
—Le prometo que no lo estaba usando —miento. Siento todas las miradas de mis compañeros clavadas en mí, y un montón de cuchicheos. Quiero que me trague la tierra... Con una grieta como la del Valle de la Muerte me valdría.
—Llevo observándolo un rato y no ha despegado los ojos de la pantalla. ¿Es que me toma por idiota?
—Bueno, vale, lo estaba usando, pero era para recordarle a mi abuelo que se tome la medicación —digo con tono angelical. Mis compañeros se ríen de mí y escucho un «pardillo» al final del aula—. Es que nunca se acuerda de tomarse la pastilla de la memoria.
—Sí, claro, y pensaba avisar a su abuelo con un tuit —responde la profesora Menisco, quien, a pesar de tener más años que Matusalén, se maneja tan bien con los móviles que es la reina de Candy Crush en la sala de profesores. Enseguida advierte que estoy conectado a MultiCosmos, el videojuego social más flipante del universo (virtual), y frunce el ceño—. Esto me lo quedo yo hasta nueva orden.
—Pero ¡profesora!
—Ni peros ni peras.
La profesora Menisco guarda mi móvil en su rebeca de lana (hace un día muy bueno, pero su cuerpo conserva la temperatura de la Glaciación; le da nostalgia) justo cuando suena el timbre que avisa del final de las clases. Sé que la profesora es inmune a los ruegos, así que descuelgo mi mochila de la percha y salgo del aula con un humor de perros. ¡Estaba a punto de hacerme con la Copa de la Muerte! Eso son por lo menos tropemil Puntos de Experiencia. Daría cualquier cosa por esos PExp; con ese trofeo dejaría de ser un Cosmic de pacotilla y mis rivales empezarían a tomarme en serio.
Varios compañeros me dan codazos al pasar por mi lado. Recibo otro mientras camino por el pasillo refunfuñando, y estoy a punto de responder cuando descubro que es Alex, mi mejor amiga. Va a la misma clase que yo, pero los profesores no la obligan a sentarse en primera fila.
—¿Estabas conectado a MultiCosmos? —me pregunta asombrada. Ni que hubiese manchado la Mona Lisa con kétchup.
—Casi consigo la Copa de la Muerte. —Alex asiente comprensiva. Ella también es una Cosmic, como nos autodenominamos los jugones de MultiCosmos—. ¡Tres días! ¡He necesitado tres días para superar todos los niveles del planeta, y hasta he perdido a mi pegaso por el camino! Y todo para nada.
—No es el fin del mundo —me consuela mi amiga—. Piensa que ahora estarás más preparado para volver a superar todos los niveles.
—Explícale eso a mi abuelo —respondo cabizbajo. Como mis padres no me dejan tener teléfono móvil, tomo el suyo prestado. Es el Yayomóvil; el chiste se le ocurrió a él, lo prometo—. Primero me matan en MultiCosmos y después en la vida real. Menos mal que mi abuelo no tiene tantos dientes como un velocirráptor.
Alex y yo vivimos en la misma calle y siempre hacemos el camino de vuelta a casa juntos. Normalmente pasamos el rato batiéndonos en duelo en MultiCosmos, pero como la profesora Menisco ha secuestrado el móvil del abuelo, ahora mi amiga es la única que se puede conectar a la red.
Tengo que añadir que Alex es un pelín responsable. Bueno, bastante. Es tan responsable que no enciende el móvil hasta que suena la campana, y por eso siempre se encuentra con un montón de mensajes y alertas en su buzón. Por eso y porque ella es Amaz∞na, uno de los usuarios más populares del mundo virtual TeenWorld. Tiene más de ciento cuarenta mil seguidores en su canal de vídeos, donde retransmite sus aventuras en paisajes virtuales y da consejos para sobrevivir en micromundos de riesgo sin recurrir a los mamporros. Si sus seguidores supiesen que pertenece al grupo scout de Las Mangostas Glotonas, que usa brackets y que los martes y jueves va a ballet, fliparían en colores, pero son las ventajas de la red: el único parecido físico entre Alex y su avatar es la trenza, que a ambas les llega a la altura de la cintura. Lo peor de todo (para mí) es que mi amiga no se conecta más de una hora al día, y aun así me barre en cada categoría. Yo dedico mucho más tiempo a MultiCosmos y no tengo ni la mitad de Puntos de Experiencia que ella.
—¿Has visto el último vídeo de ElMorenus? —le pregunto para que me preste atención. ¡No es justo que ella tenga móvil y yo no!—. Cuenta sus Cincuenta Secretos Más Inconfesables. ¡Un flipe total!
—Si los cuenta en un vídeo, no serán inconfesables, animalito.
Me quedo pensando un segundo. Quizá tenga razón.
—... y la cosecha de maíz ya está a punto. Como las vacas se hayan atrevido a comérsela... Oye, ¿me prestas tu móvil un momento?
Pero Alex no me hace ni caso. Ha puesto la misma cara de concentración que cuando repasa un examen y empieza a murmurar entre dientes cosas sin sentido.
—No me lo puedo creer...
—¿Que tengo la cosecha a punto? Si tú misma me regalaste el abono. Te sobró de la cosecha ante...
—¡Calla! ¡Mira esto! —Entonces Alex se vuelve definitivamente loca y da saltitos de canguro borracho. Me pone la pantalla de móvil en las narices, abierta por la página principal de MultiCosmos. Ahí es donde los Masters (o sea, los jefazos totales) cuelgan los anuncios más importantes, esos que no se producen más que una vez cada varios años—. ¡¡¡Léelo!!!
—¿Ya está? ¿No dice nada más? —Muevo el tablón de arriba abajo, pero ése es todo el anuncio.
—¡Tenemos que hacernos con esa arma! —grita histérica Alex. Cuando se pone así me recuerda a un furby metido en una lavadora.
Pero yo no lo veo tan claro. Los dos sabemos lo que significa esta competición sin precedentes. Un millón de PExp es algo abismal, más incluso que los PExp del Usuario Número Uno, el archifamoso Qwfkrjfjjirj%r (nadie sabe si es un nombre islandés o si se registró aporreando el teclado). Este tío lleva nueve años en la punta del ranking y es más rico que la reina de Inglaterra. Su avatar tiene publicidad hasta en los calzoncillos, existe una colonia con su nombre e incluso salió en un episodio de Los Simpson. Cuentan toda clase de leyendas sobre él, como que vive en un castillo rodeado por un foso lleno de tiburones y que sólo come filete de unicornio. Lo de los tiburones me lo creo porque los fans están muy locos y son capaces de seguirle a todas partes, pero el rumor del unicornio tiene que ser mentira. Creo.
Todo el mundo quiere ser como Qwfkrjfjjirj%r, así que si los Masters de MultiCosmos convocan un premio tan valioso que elevará automáticamente al ganador hasta lo más alto del marcador, no va a existir un solo humano sobre la faz de la Tierra que no inicie sesión para hacerse con ese Tridente de Diamante.
—¿Quieres venir a mi casa a merendar y buscamos el Tridente juntos? —me propone Alex.
Me encantaría decir que sí, pero de pronto recuerdo que mi avatar está frito, y no tengo armas, vehículos ni recursos como mi amiga, a la que le regalaron una cuenta PRO por Navidad. Me imagino compitiendo con ella, yendo a remolque y recibiendo portazos en la mayoría de los planetas, sólo porque no tengo suficientes PExp. Sería una carga. Y un aburrimiento.
—Paso —digo cabizbajo.
—¿Qué dices, animal? Será divertido. Viajaremos juntos por todo MultiCosmos en busca del Tridente de Diamante...
—Claro, y los rivales tendrán armas superavanzadas, mapas actualizados y vehículos espaciales, pero yo soy un avatar sin nada. Es una tontería intentarlo. La Competición es para otros, no para mí.
La dejo con la palabra en la boca mientras me alejo por mi calle. Es un rollo ser siempre el último mono en todo.