INTRODUCCIÓN
1. EL CONTEXTO SOCIOHISTÓRICO Y POLÍTICO
Cuando nace José Zorrilla en 1817 tanto España como el resto de Europa acababan de poner fin al régimen imperialista instaurado por Napoleón Bonaparte. En 1808 se habían producido las denominadas Abdicaciones de Bayona, por las que los reyes españoles Carlos IV y su hijo Fernando VII cedieron sus derechos dinásticos, sucesivamente, al general francés, quien colocó en el trono de España a su hermano José I (1808-1813), lo que generó el caldo de cultivo que propició el desarrollo de la guerra de la Independencia entre 1808 y 1814, un período en el que se aprobó en Cádiz, en 1812, una constitución liberal que suponía un progreso a nivel político en la España del momento. Las desastrosas campañas rusas de Napoleón y su definitiva derrota en la batalla de Waterloo hicieron posible su caída y exilio, por lo que las naciones europeas, reunidas en el Congreso de Viena (1814-1815), decidieron restablecer el orden fronterizo previo a la llegada de Bonaparte al poder.
En España reinaba Fernando VII desde 1813, quien fue recibido con gran entusiasmo por sus súbditos, que anhelaban acabar con las injerencias galas. Pero entre 1814 y 1820 el rey estableció un período de absolutismo que suprimió los derechos y libertades de la Constitución de Cádiz. Precisamente el padre de Zorrilla fue un apasionado defensor del absolutismo real. Esta situación, sin embargo, estalló en 1820, cuando el general Rafael del Riego capitaneó un pronunciamiento militar de corte constitucional que acabó imponiéndose, dando principio al período conocido como Trienio Liberal (1820-1823), durante el cual se retomó el régimen gaditano. De hecho, este golpe español fue uno de los desencadenantes de las denominadas revoluciones liberales burguesas acaecidas en torno a ese año en Europa, que más tarde se repitieron en 1830 y en 1848. Era un momento de efervescencia en todo el continente; no podemos olvidar que la Revolución industrial también se produjo en esos años, lo que sin duda coadyuvó a las conquistas políticas. Pero también en América, donde las colonias españolas culminaban sus independencias. En 1823 se ejecutó al general Riego y, con la ayuda del ejército europeo de los cien mil hijos de san Luis, Fernando VII restauró el absolutismo en el país, dando comienzo a la última fase de su reinado, la Década Ominosa (1823-1833). Cuando en 1830 nace la futura Isabel II y el rey promulga la Pragmática Sanción, que reconocía a las mujeres el derecho a reinar que había abolido la Ley Sálica, una rama de la familia real capitaneada por el hermano del monarca, Carlos María Isidro, defendió sus derechos a la sucesión al trono apelando a la vigencia de la citada ley, lo que provocó varias guerras civiles que se englobaron bajo la corriente dinástica carlista.
En 1833 fallece Fernando VII; su hija, Isabel II, cuenta tres años, por lo que su madre, María Cristina de Borbón, es nombrada regente, quien tuvo que hacer frente a la primera guerra carlista (1833-1839). En 1834 promulgó el Estatuto Real, diseñado por Francisco Martínez de la Rosa, una carta otorgada con determinados derechos para los ciudadanos que estaba a una distancia insalvable de lo que fue la Constitución de 1812. Más tarde, en 1837, culminó la desamortización de Juan Álvarez Mendizábal, que sirvió al Estado para incautarse de determinados bienes raíces que poseía la Iglesia, y se aprobó una nueva constitución, de cariz progresista. En 1840 es nombrado regente Baldomero Espartero, quien introduce una nueva desamortización al año siguiente.
En 1843 se declaró la mayoría de edad de Isabel II y fue proclamada reina. Entre 1844 y 1854, la Década Moderada, los partidos políticos aprobaron una nueva constitución, esta menos progresista que la anterior, en 1845, que estuvo vigente hasta 1869, aunque hubo proyectos de modificación en 1852 y 1856 que no se llevaron a cabo. Tras ascender al trono de manera efectiva, soportó, como su madre, una guerra carlista, la segunda, que se desarrolló de 1846 a 1849. Cuando en 1854 se produjo una revolución que se hacía eco de algunos malos usos de la corona dio comienzo el Bienio Progresista, hasta 1856, momento en el que se desarrolló una de las medidas más importantes: la desamortización de Pascual Madoz, que se extendió por todo el territorio con una fuerza que no consiguieron las anteriores. Los últimos años del reinado de Isabel II estuvieron marcados por la alternancia de los moderados y de los liberales en el Gobierno. Pero en otro punto del globo se estaba viviendo un conflicto muy relevante, la guerra de Secesión estadounidense (1861-1865) entre abolicionistas y antiabolicionistas de la esclavitud, entre los estados unionistas del norte y los confederados del sur, que propugnaban una economía con dicho sistema de explotación.
En 1868 estalló la revolución llamada la Gloriosa, que provocó el exilio de la reina. Dio comienzo el Sexenio Revolucionario (1868-1874), cuando se aprobó una nueva constitución (1869), más progresista; abdicó la reina en la persona de su hijo Alfonso, y se proclamó rey a Amadeo I (1870-1873) que, tras soportar la tercera guerra carlista (1872-1876) y abdicar entre otros motivos por el magnicidio de su principal valedor, Juan Prim, facilitó la llegada de la I República Española (1873-1874), que tuvo cuatro presidentes (Estanislao Figueras, Francisco Pi i Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar) en menos de dos años y no aprobó ninguna constitución. Arsenio Martínez-Campos se alzó a través de un pronunciamiento militar que acabó con el período republicano.
En 1874 se produce la Restauración borbónica y Alfonso XII es proclamado rey de España. Durante su reinado se aprobó una nueva constitución, la de 1876, muy duradera, que facilitaba el turnismo en el Gobierno entre los partidos moderado y liberal. Falleció en 1885 mientras su esposa estaba embarazada del futuro Alfonso XIII. La viuda, María Cristina de Habsburgo-Lorena, ejerció la regencia hasta 1902.
El siglo XIX vivió numerosos procesos de construcción social, política y económica en la práctica totalidad de los países occidentales, incluido España. Se trata de un período convulso en el que se sentaron las bases de doctrinas políticas como el anarquismo o el socialismo; no en vano, Karl Marx y Friedrich Engels publicaron en 1848 el Manifiesto del Partido Comunista y desarrollaron postulados anticapitalistas y conceptos como la lucha de clases o la dictadura del proletariado. También fue una época en la que florecieron los nacionalismos; el movimiento romántico favoreció sobremanera esa conciencia, amén de los deseos de libertad y de revalorización de los pasados gloriosos y heroicos de cada territorio.
En Europa el romanticismo comenzó durante las últimas décadas del siglo XVIII, sobre todo en Alemania e Inglaterra. Ya en la centuria siguiente, cuando todavía España seguía con los últimos suspiros del neoclasicismo y aún brillaban algunas comedias de magia como La pata de cabra de Juan Grimaldi, se desarrollaron las ideas románticas, aunque adaptadas a las particularidades españolas, como una religiosidad que, según sugirió Aguirre, se entendió como valor estético.[1] José de Espronceda o Mariano José de Larra, entre otros autores, destacaron en la lírica y en el teatro y el artículo costumbrista, respectivamente, con obras como El estudiante de Salamanca o El doncel de don Enrique el Doliente. El drama gozó de muy buena salud en nuestro país, con Don Álvaro o la fuerza del sino del duque de Rivas, El trovador de Antonio García Gutiérrez, Los amantes de Teruel de Juan Eugenio Hartzenbusch o Don Juan Tenorio de José Zorrilla, textos capitales de aquel período histórico. Más tarde, Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro pusieron el timbre al romanticismo español, cuando ya los postulados del realismo y el naturalismo de Benito Pérez Galdós (Marianela, La desheredada, Fortunata y Jacinta, Tristana), Leopoldo Alas (La Regenta) o Emilia Pardo Bazán (Los pazos de Ulloa, La madre naturaleza) estaban muy avanzados, con particular éxito en la novela. Aún nuestro dramaturgo conoció los albores de un nuevo movimiento venido de Hispanoamérica, el modernismo, que aportaba a la lírica una musicalidad especial, un cromatismo excepcional y una exquisita preocupación por la forma. Rubén Darío publicó Azul, muestra de esta estética, en el ocaso de la vida de Zorrilla.
2. LA CRONOLOGÍA DE LA ÉPOCA
AÑO |
AUTOR-OBRA |
HECHOS HISTÓRICOS |
HECHOS CULTURALES |
1817 |
José Zorrilla y Moral nace en Valladolid. |
Muere Meléndez Valdés. |
1818 |
Frankenstein, de Shelley. Don Juan, de Byron. |
1820 |
Trienio Liberal (1820-1823). Revoluciones de 1820. |
Ivanhoe, de Scott. |
1823 |
Se traslada con su familia a Burgos. |
Década Ominosa (1823-1833). |
1826 |
Cambio de residencia, ahora a Sevilla. |
1827 |
Vive en Madrid e ingresa en el Real Seminario de Nobles. |
1829 |
La pata de cabra, de Grimaldi. |
1830 |
Nace Isabel II. Revoluciones de 1830. |
Rojo y negro, de Stendhal. |
1833 |
Empieza a estudiar leyes en Toledo. |
Muere Fernando VII. Regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840). Primera guerra carlista (1833-1839). |
1834 |
Continúa sus estudios universitarios en Valladolid. |
Estatuto Real de 1834. |
La conjuración de Venecia, de Martínez de la Rosa. El doncel de don Enrique el Doliente, de Larra. |
1835 |
Se funda la revista El Artista. Don Álvaro o la fuerza del sino, del duque de Rivas. |
1836 |
Se traslada a vivir a Madrid. Vivir loco y morir más. |
Nace Bécquer. El trovador, de García Gutiérrez. |
1837 |
Asiste al entierro de Larra y lee versos ante su tumba. Comienza a publicar Poesías. |
Desamortización de Mendizábal. Constitución de 1837. |
Muerte de Larra por suicidio. Nace Rosalía de Castro. Los amantes de Teruel, de Hartzenbusch. Don Fernando el Emplazado, de Bretón de los Herreros. |
1839 |
Contrae matrimonio con doña Florentina Matilde de O’Reilly, con quien tiene una hija, fallecida en la niñez. Ganar perdiendo. Juan Dandolo. Cada cual con su razón. |
1840 |
El capitán Montoya. Lealtad de una mujer y aventuras de una noche. Primera parte de El zapatero y el rey. |
Regencia de Espartero (1840-1843). |
El estudiante de Salamanca, de Espronceda. |
1841 |
Margarita la tornera. Acaba Cantos del trovador. |
Desamortización de Espartero. |
El diablo mundo, de Espronceda. |
1842 |
Segunda parte de El zapatero y el rey. El eco del torrente. Los dos virreyes. Un año y un día. Sancho García. |
Muere Espronceda. |
1843 |
Recibe la cruz de la Orden de Carlos III. El puñal del godo. Sofronia. La mejor razón, la espada. El molino de Guadalajara. El caballo del rey don Sancho. |
Isabel II es declarada mayor de edad y proclamada reina. |
Nace Pérez Galdós. «El gato negro», de Poe. |
1844 |
Don Juan Tenorio. La copa de marfil. Recuerdos y fantasías. |
Década Moderada (1844-1854). |
El señor de Bembibre, de Gil y Carrasco. Los tres mosqueteros, de Dumas. |
1845 |
Viaja a Francia. Muere su madre, doña Nicomedes Moral. El alcalde Ronquillo. La azucena silvestre. El desafío del diablo. Un testigo de bronce. |
Constitución de 1845. |
1846 |
Regresa a España. |
Segunda guerra carlista (1846-1849). |
1847 |
El rey loco. La reina y los favoritos. La calentura. |
Cumbres borrascosas, de Brontë. |
1848 |
Es elegido miembro de la Real Academia Española, pero no toma posesión. El excomulgado. El diluvio universal. |
Revoluciones de 1848. |
Manifiesto comunista, de Marx y Engels. |
1849 |
Muere su padre, don José Zorrilla Caballero. Traidor, inconfeso y mártir. |
1850 |
Viaja a París. María. Un cuento de amores. |
1852 |
Granada. |
Nace Pardo Bazán. |
1853 |
Viaja a Londres. |
1854 |
Se traslada a vivir a México. |
Revolución de 1854. Bienio Progresista (1854-1856). |
1855 |
La flor de los recuerdos. |
Desamortización de Madoz. |
1857 |
Nace Alfonso XII. |
Muere Quintana. |
1858 |
Viaja a Cuba. |
1859 |
Dos rosas y dos rosales. |
El origen de las especies, de Darwin. |
1862 |
Los miserables, de Hugo. |
1865 |
Muere su esposa. |
1866 |
Regresa a España. |
Nace Valle-Inclán. |
1867 |
El drama del alma. |
1868 |
Revolución la Gloriosa. Exilio de Isabel II. Sexenio Revolucionario (1868-1874). |
1869 |
Se casa con Juana Pacheco. |
Constitución de 1869. |
1870 |
El encapuchado. |
Abdicación de Isabel II. Amadeo I es proclamado rey. |
Muere Bécquer. |
1871 |
Recibe la gran cruz de la Orden de Carlos III. Viaja a Italia. |
Rimas, de Bécquer. |
1872 |
Tercera guerra carlista (1872-1876). |
Martín Fierro, de Hernández. |
1873 |
Abdicación de Amadeo I. I República Española (1873-1874). |
Episodios Nacionales (1873-1912), de Pérez Galdós. |
1874 |
Se traslada a Francia. |
Restauración borbónica. Alfonso XII es proclamado rey. |
Pepita Jiménez, de Valera. |
1876 |
Regresa a España. |
Constitución de 1876. |
Doña Perfecta, de Pérez Galdós. |
1877 |
Don Juan Tenorio (zarzuela). |
1880 |
Recuerdos del tiempo viejo (1880-1882). |
1881 |
La desheredada, de Pérez Galdós. |
1882 |
Es nombrado cronista de Valladolid. Es elegido, de nuevo, miembro de la Real Academia Española. |
1884 |
La Regenta (1884-1885), de Clarín. |
1885 |
Toma posesión de la silla «L» de la Real Academia Española. |
Muere Alfonso XII. Regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902). |
Muere Rosalía de Castro. |
1886 |
Nace Alfonso XIII. |
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson. Los pazos de Ulloa, de Pardo Bazán. Fortunata y Jacinta (1886-1887), de Pérez Galdós. |
1887 |
La madre naturaleza, de Pardo Bazán. |
1888 |
¡A escape y al vuelo! De Murcia al cielo. |
Azul, de Darío. |
1889 |
Es aclamado y coronado como poeta nacional en Granada. |
1891 |
Nace Pedro Salinas. |
1893 |
Muere en Madrid. |
Nace Jorge Guillén. |
3. LA VIDA Y LA OBRA DE JOSÉ ZORRILLA
José Zorrilla y Moral nace en Valladolid el 21 de febrero de 1817, hijo de José Zorrilla Caballero y de Nicomedes Moral. Su padre era relator de la Chancillería de la capital del Pisuerga y un apasionado absolutista. A causa del trabajo de su padre, el poeta cambió de residencia en varias ocasiones durante su niñez: en 1823 don José es nombrado gobernador de Burgos y la familia se traslada a esa localidad, tres años después es oidor en Sevilla y se marchan a la capital hispalense durante un breve período de tiempo, pues al año siguiente se le promueve al cargo de alcalde de casa y corte y deben trasladarse a Madrid. Nuestro poeta cuenta con apenas diez años y asiste al Real Seminario de Nobles, que abandona en 1833 para estudiar leyes en Toledo, entonces centro universitario, por designio de su padre. José Zorrilla no se desenvuelve con soltura en su formación académica y don José, su padre, lo traslada a Valladolid al año siguiente para que continúe allí sus estudios superiores, aunque tampoco cosechó muchos éxitos. Estas circunstancias hicieron que se alejara cada vez más de su padre (con quien no mantuvo una estrecha relación), que se encontraba desterrado en Lerma (Burgos) como consecuencia de la muerte de Fernando VII y de la caída de los defensores del absolutismo, que concluyó con la desgracia de sus partidarios. Allí recibió, como toda su familia, el apoyo de su corregidor, don Francisco Luis de Vallejo, de quien Zorrilla siempre advierte que fue un leal amigo y que le tenía mucho aprecio; no en vano le dedicó su Don Juan Tenorio.
Aunque la relación con su progenitor no fue muy satisfactoria, el poeta acudió a verlo, cuando fue avisado, en sus momentos de enfermedad, como hizo en 1835. La producción de los primeros escritos del vallisoletano recoge aspectos biográficos de la relación con su padre, de la que siempre se lamentó. Recuerda Alonso Cortés que Zorrilla, «al escribir todas sus obras, no pensaba más que en su padre, con quien por todos los medios deseaba congraciarse».[2] Se marchó a Madrid, sin embargo, en 1836.
En la capital recorrió los ambientes culturales y entabló relaciones con varios intelectuales (solía visitar a Espronceda en su casa); frecuentaba la Biblioteca Nacional y empezó a darse a conocer en algunas revistas, como El Artista (fundada en 1835, año del estreno del Don Álvaro de Rivas), El Porvenir, El Español o El Entreacto, publicación de la que fue redactor. Empezó a ser conocido por el mundo literario, y comenzó a publicar sus poemas (el primer volumen de sus Poesías vio la luz en 1837) a la vez que se dedicaba a sus pasiones, como el tiro con pistola. En ese momento se produjo el suicidio de Larra, hecho que le afectó sobremanera; asistió a su entierro y leyó algunos poemas ante su tumba.
En 1839 estuvo a punto de representar una comedia de corte clasicista titulada Más vale llegar a tiempo que rondar un año, pero no fue posible. Al poco tiempo contrajo matrimonio con doña Florentina Matilde de O’Reilly, viuda de don José Bernal, con treinta y ocho años (nuestro poeta tenía veintidós). En octubre fueron padres de Plácida Ester María de los Dolores, que falleció a los tres meses. De esa época son Ganar perdiendo, una comedia al estilo de las de Lope de Vega; Juan Dandolo, que escribió en colaboración con García Gutiérrez y estrenó, sin mucho éxito, en el Teatro del Príncipe; Cada cual con su razón; Lealtad de una mujer y aventuras de una noche y El capitán Montoya. En marzo de 1840 estrenó la primera parte de El zapatero y el rey, alabada por el público, que incluso solicitó la presencia del autor en el escenario.
Al año siguiente concluyó el tercer y último volumen de los Cantos del trovador, que incluía la leyenda de Margarita la tornera, una de las obras más celebradas de Zorrilla y de la que tomó algunos versos para su Tenorio. En 1842 estrenó la segunda parte de El zapatero y el rey, de menor calidad artística que la primera. Sin embargo, persistió en su faceta de poeta dramático y llevó a las tablas, ese mismo año, El eco del torrente, sobre la vida de Garci Fernández; Los dos virreyes; la mal considerada Un año y un día y Sancho García, basada en los conflictos de Sancho de Navarra. En 1843 estrenó El puñal del godo, con aplauso de la crítica, y la tragedia clasicista en un acto Sofronia. A finales de ese año recibió del Gobierno de España la cruz supernumeraria de la Real y Distinguida Orden de Carlos III junto a Manuel Bretón de los Herreros y Juan Eugenio Hartzenbusch como reconocimiento a su valía en las letras españolas y para estimular a los demás escritores.
A principios de 1844 Carlos Latorre le encargó que escribiera otra obra dramática para su teatro, y de tal modo concibió su Don Juan Tenorio, improvisado en una noche de insomnio y escrito en veintiún días. Se estrenó el 28 de marzo, y concitó un éxito desigual entre el público, pues gustó la primera parte pero no la segunda, que fue reflejado en las críticas periodísticas. El caso es que Zorrilla vendió los derechos de la obra cuyo éxito fue cada vez mayor, a pesar de que el autor intentó vilipendiarla por presentar incorrecciones y reclamó parte de los beneficios que el drama otorgaba a sus propietarios, de los que Zorrilla no percibía nada. De ese mismo año son también la tragedia La copa de marfil y el poemario Recuerdos y fantasías.
Al año siguiente estrenó la vivaz El alcalde Ronquillo y publicó dos tomos de poesía narrativa que contenían las leyendas La azucena silvestre, El desafío del diablo y Un testigo de bronce. El poeta viaja a Francia; pasó por Burdeos, donde comenzó su poema Granada, y después se afincó en París. Allí vivió feliz durante unos meses, hasta que recibió la noticia del fallecimiento de doña Nicomedes Moral, su madre, por la que sentía un cariño absoluto y quien lo nombró heredero en su testamento, más allá de lo que dejó a su viudo. Tan pronto como le fue posible, pero no antes de 1846, Zorrilla volvió a España, visitó a su padre en el municipio de Torquemada (Palencia) y después regresó a Madrid, donde estrenó El rey loco, la comedia histórica La reina y los favoritos y La calentura, segunda parte de El puñal del godo, que cosechó cierto éxito a finales de 1847. Zorrilla fue nombrado miembro de la junta que debía velar por los intereses del recién creado Teatro Real Español, pero dimitió de su cargo. En 1848 se postuló para ocupar la vacante (silla «T») que había dejado el filósofo Jaime Balmes (que falleció sin tomar posesión) en la Real Academia Española, pero fue elegido el escritor José Joaquín de Mora. El crítico Alberto Lista (silla «H») falleció el mismo año, por lo que Zorrilla no retiró su candidatura y ahora sí fue elegido, y por unanimidad. El vallisoletano no llegó a tomar posesión de la vacante. Antes, ese mismo año, los teatros vieron El excomulgado y El diluvio universal.
Fue en marzo de 1849 cuando, tras algunos aplazamientos, se estrenó el drama Traidor, inconfeso y mártir en el Teatro de la Cruz, de sobresaliente factura por parte del autor pero de cuestionable puesta en escena por algunos actores, en especial por Julián Romea (que mantuvo algunos desencuentros con Zorrilla), lo que provocó la fugacidad de esta obra en cartel. Con García de Quevedo colaboró en la publicación del poema religioso María y de Un cuento de amores, que vieron la luz al año siguiente. Antes había muerto su padre, don José Zorrilla Caballero, y el poeta se desplazó a Torquemada para solucionar las mandas testamentarias y toda su herencia, aunque la tristeza envolvía todo su proceder. Tal vez la muerte de su padre, algunos desencuentros con Romea, desaciertos en el teatro y la mala o nula relación que sostenía con su esposa favorecieron que tomara la determinación de marcharse a París en 1850. Allí trabajó sin descanso en su poema Granada, cuyos dos tomos fueron publicados dos años más tarde; cosechó un notable éxito. Volvió a la capital francesa después de un fugaz viaje a Londres y en 1854 trasladó su residencia a México. Allí fue recibido con parabienes, se rodeó de buenos amigos y viajó por el país, conociendo paisajes exuberantes y costumbres cautivadoras, de lo que dejó buena muestra en sus escritos poéticos, sobre todo en La flor de los recuerdos, donde recupera ese lirismo del que era capaz, alejado de un descriptivismo fácil que hubiera recordado a sus primeras composiciones en la década de 1830. En 1858 realizó un viaje a Cuba, donde estuvo unos meses y participó en algunas lecturas poéticas, como también acostumbraba a hacer en España. Además, allí asistió a la muerte y funerales de uno de sus mejores amigos.
Volvió a México, donde también pasó algunas temporadas de desazón y tristeza; no gozó de una situación económica acomodada a pesar de que algunos amigos le enviaban dinero y, además, estaba lejos de su país. Allí publicó Dos rosas y dos rosales en 1859. En 1863 Maximiliano I fue nombrado emperador de México, y desde el año siguiente (cuando llegó al país azteca) entró en contacto con nuestro poeta; de hecho, fue su protector, y no solo lo nombró oficial de la Imperial y Distinguida Orden de Guadalupe en 1865, sino que le ofreció la dirección del Teatro Nacional que se pretendía crear. En México vio Zorrilla representar su Don Juan Tenorio. Ese año, mientras planeaba divorciarse de su esposa, recibió la comunicación de que doña Florentina Matilde de O’Reilly había fallecido de cólera. El poeta no veía resuelta la cuestión de la fundación del Teatro Nacional y decidió volver a Europa, primero a París y luego a España, adonde llegó en 1866.
Cuando llegó a su país natal, Zorrilla encontró un ambiente distinto del que dejó. Es verdad que él temía encontrarse un mundo literario muy cambiado, pero no es menos cierto que recibió halagos sin fin en varias de las ciudades por las que pasó, donde hacía lecturas públicas, o donde representaba sus obras de teatro. Fue recibido en Madrid por varios artistas y se programaron varias funciones de su Don Juan Tenorio y El zapatero y el rey, con notabilísimos éxito y agrado de público y crítica. Al año siguiente publicó un intimista libro de poesía titulado El drama del alma que narra «la historia del imperio de Maximiliano».[3]
El primer matrimonio de Zorrilla no fue del agrado de sus padres, y el dramaturgo asumió que le costó el cariño de ambos, muy especialmente el de su padre, que no lo llamó a su lado ni en los últimos momentos que pasó en la casa familiar del municipio de Torquemada. Sin embargo, tras asistir a una representación que fue muy del gusto de nuestro poeta, cuenta Alonso Cortés que este saludó al autor, don Luis Pacheco, y que vio a su hermana en un palco, la zaragozana Juana Pacheco, con quien en efecto contrajo matrimonio en 1869. Zorrilla seguía viviendo un buen momento en lo personal y en lo relativo a su reconocimiento literario: era aplaudido allá donde iba y se solicitaba su presencia en recitales y juegos literarios. Hacia 1870 escribió Zorrilla una comedia de enredo que se estrenó en Barcelona y que tituló, en un principio, Entre clérigos y diablos, después titulada El encapuchado para no herir susceptibilidades políticas o eclesiásticas de cualquier índole.
En 1871 recibió la gran cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III en atención a sus méritos literarios, y se le destinó a Roma y a otras ciudades de Italia para que revisara los archivos y bibliotecas de esos lugares. Allí se trasladó con su mujer, aunque no se dedicó a realizar las labores que el Gobierno español le había encomendado: era una tarea que le resultaba tediosa e inútil, máxime cuando tenía otras cosas más interesantes en que ocuparse, como conocer la cultura italiana y escribir literatura, la pasión de su vida. En varias ocasiones recibió escritos gubernamentales en los que se le requería que informara sobre sus avances en Italia en la catalogación de esos fondos documentales, a los que Zorrilla hizo caso omiso. En 1874 se fue a Francia y, a finales de 1876, regresó a España.
Con sesenta años al poeta le preocupaban cada vez más sus rentas, y siguió insistiendo a los propietarios de los derechos de su Don Juan Tenorio para que compartieran con él algunas ganancias que consideraba que merecía. Amenazaba con escribir una pieza aún mejor y más sosegada, que no fuera fruto de la inmadurez con la que había escrito el drama en 1844. No obstante, la obra formaba parte del acervo cultural y tradicional español y se representaba, ya entonces, en la noche de difuntos. Ninguna de sus gestiones obtuvo el éxito deseado y en 1877 logró estrenar una zarzuela con el mismo título, Don Juan Tenorio, con música de Nicolás Manent. El público aplaudió el experimento, pero lo cierto es que resultaban extrañas algunas modificaciones del clásico drama que Zorrilla quiso refundir.
A partir de 1879 empezó el dramaturgo a publicar en El Imparcial sus Recuerdos del tiempo viejo, que vieron la luz en forma de libro entre 1880 y 1882. Entre ese año y el siguiente publicó además el poema épico La leyenda del Cid. Fue nombrado, también en 1882, cronista de Valladolid, y ese mismo año lo eligieron, por segunda vez, para cubrir una vacante (silla «L») en la Real Academia Española, ahora por fallecimiento del historiador José Caveda. A lo largo de esos años comienza una gira por distintos territorios de España, en los que realiza lecturas poéticas y es homenajeado, y comienza la publicación de sus Obras completas a partir de 1884. El 31 de octubre de ese mismo año vio representar Traidor, inconfeso y mártir en la inauguración del teatro que llevaría su nombre en la ciudad de Valladolid.
En 1885 toma posesión de su plaza en la Real Academia Española, en una sesión presidida por el rey Alfonso XII, con la lectura de su discurso en verso Autobiografía y autorretrato poéticos; le contestó en nombre de la corporación el académico don Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar, escritor de origen colombiano.
Otra de sus aspiraciones más perentorias era la de su pensión. A lo largo de los años obtuvo varias negativas por parte del Estado. Algunas de ellas, que pasaban el trámite en una de las cámaras parlamentarias pero no en la otra, se rechazaban arguyendo que el autor ya cobraba como cronista de Valladolid y por la fundación de Montserrat y Santiago en Roma. Sin embargo, en 1886 por fin se aprobó en las dos cámaras una pensión para el autor, a quien injustamente habían tratado los beneficiarios de su prestigioso, clásico y rentabilísimo Don Juan Tenorio.
En los últimos años de su vida Zorrilla siguió viajando (cada vez con menos frecuencia; se asentó en Valladolid), participando en lecturas públicas y, por supuesto, continuó publicando obras. Fue un autor incansable. Ya en 1888 dio a la imprenta ¡A escape y al vuelo! y De Murcia al cielo, que se gestó en una visita realizada por el poeta a dicha ciudad unos años antes.
El 22 de junio de 1889 Zorrilla, con setenta y dos años, fue objeto de un espectacular homenaje en el palacio de Carlos V de la Alhambra de Granada. En unos sublimes fastos organizados por el Liceo de esa ciudad, nuestro dramaturgo fue aclamado por pueblo y artistas y solemnemente coronado como poeta nacional por el duque de Rivas en representación de la reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena. Zorrilla siempre se mostró muy agradecido por un homenaje sincero que le había llegado al corazón, un corazón inserto en un cuerpo cada vez con más achaques y dolencias, que acompañaron al dramaturgo hasta el final de sus días, con algunas mejorías dentro de su estado y de su edad.
Enfermo pero lúcido, con ganas de seguir escribiendo, don José Zorrilla, de setenta y cinco años, falleció en su cama, en su domicilio familiar de Madrid, el 23 de enero de 1893. La capilla ardiente fue instalada en el salón de actos de la Real Academia Española, institución que costeó un multitudinario entierro al que acudieron personalidades de todas las clases sociales; recibió, por supuesto, el homenaje del mundo artístico y literario.
Hoy, desde su sepulcro del panteón de vallisoletanos ilustres del cementerio del Carmen de la ciudad de Valladolid, su cuna hace doscientos años, asiste a la gloria de sus inmortales versos.
4. DON JUAN TENORIO
4.1. LA ADSCRIPCIÓN ESTÉTICA DEL DRAMA Y SU TRADICIÓN
A partir de los últimos años del siglo XVIII empiezan a producirse cambios sociopolíticos, ideológicos, culturales, artísticos y literarios que se desarrollaron, poco a poco aunque en diferente grado, en varios países europeos. El nuevo movimiento que ve la luz es el romanticismo, cuyos albores situamos en Alemania e Inglaterra en ese período de entresiglos. Sin embargo, fue durante el primer tercio del siglo XIX cuando se sentaron las bases cuasi definitivas de la nueva estética, y ello de la mano de autores como los hermanos August W. y Friedrich Schlegel, Heinrich Heine, Lord Byron o Walter Scott.
El movimiento llegó algo más tarde a España: muy a finales del decenio de 1820 ya se atisbaban algunas posibilidades renovadoras que miraban sobre todo a lo que se estaba haciendo en Europa, que se trasladaban, por ejemplo, a través de traducciones. Pero ese movimiento continental había que adaptarlo a la realidad nacional española, y ello era especialmente difícil en el duro reinado con el que Fernando VII gobernó al país durante la Década Ominosa (1823-1833). A partir, pues, de la década de 1830 España empezó a incorporarse a la tendencia romántica europea, y lo hizo con intensidad y brevedad, pues en poco más de quince años el movimiento puede darse por terminado en su concepción más purista. Navas Ruiz entiende que el siglo XIX puede dividirse a nivel estético en los años finales del neoclasicismo, hasta 1830; el romanticismo, de 1830 a 1850; el postromanticismo, de 1850 a 1875; y el realismo, de 1875 a 1898, aproximadamente.[4]
Hemos de advertir que en la literatura española la estética postbarroca se extendió más allá del ecuador del siglo XVIII, pues esa concepción, esas ideas, seguían siendo del gusto del público. En el caso del teatro, por ejemplo, todo ese conglomerado englobado bajo el conjunto de comedia espectacular (la comedia de magia, la de santos, la heroico-militar, etc.), de clara herencia barroca, convivió solo a partir de la segunda mitad del siglo, y sobre todo a partir del último tercio, con los géneros neoclásicos (la tragedia, la comedia de buenas costumbres o la comedia sentimental).[5] Ese retraso en la llegada del neoclasicismo a España, que se produjo casi cuando en Alemania e Inglaterra se estaba gestando el romanticismo, propició que su desaparición se extendiera durante los primeros decenios del siglo XIX para dejar ya paso al movimiento romántico. Cabe destacar que en 1829 se estrenó La pata de cabra de Juan Grimaldi, una obra que cosechó un notabilísimo éxito y que pertenecía al dieciochesco género de la comedia de magia, que convivía en esos años con el melodrama, la comedia, la tragedia y el vaudeville[6] a pesar de que no fuera muy del gusto de la crítica romántica, como recuerda Checa.[7]
La asociación de determinados motivos de la comedia de espectáculo postbarroca, de la tragedia y de la comedia sentimental, junto con otras características nuevas o procedentes de Europa, facilitó el advenimiento del drama romántico, cuyos años dorados se vivieron en la década de 1830 con obras como Macías (1834) de Mariano José de Larra, Don Álvaro o la fuerza del sino (1835) del duque de Rivas, El trovador (1836) de Antonio García Gutiérrez o Los amantes de Teruel (1837) de Juan Eugenio Hartzenbusch.
Navas Ruiz afirma que fue a partir de 1845 cuando el drama romántico empezó a languidecer.[8] Algunos de los dramas que se representaban por esos años se fueron alejando paulatinamente de las características canónicas del drama romántico, y tal es el caso del Don Juan Tenorio (1844) de José Zorrilla. Sobre todo en la parte segunda del drama se observa una clara evolución del personaje de don Juan, cuyo final poco tiene que ver con el de otros héroes románticos como don Álvaro, pues implora el perdón divino a través de su verdadero amor por doña Inés, que se alza como mediadora de la gracia de la salvación del alma. Magistralmente asociados a los motivos románticos, esta parte segunda del drama está trufada de giros escenográficos propios de la comedia de magia (que intentaba acercarse a los temas trágicos: «di sicuro occorreva un certo coraggio per risuscitare il teatro di magia su di un registro non comico ed è pensabile che l’autore si muovesse con qualche circospezione»),[9] que seguía gozando de plena vigencia por esos años, como las apariciones y desapariciones de estatuas en ambientes sepulcrales de tumbas, mutaciones en panteones, estatuas animadas[10] y presencias fantasmagóricas.[11] Advertimos, con Gies,[12] que la obra de Zorrilla aúna el espectáculo que tenía el favor del público a través de la comedia de magia y el género que había cosechado tanto éxito en la década precedente: el drama romántico.
Añade Gies que estas nuevas transformaciones estéticas gustaban al público de la clase media porque veían en ellas el reflejo de sus inquietudes.[13] Caldera[14] recuerda que esa nueva burguesía acomodada prefiere unas obras en las que primen los ideales conservadores que les permitan continuar en su posición de placidez, aunque se traten temas tan románticos como el amor o la libertad. Por lo tanto, podemos adscribir el Tenorio de Zorrilla a la órbita del romanticismo, pero considerarlo un drama romántico puro, al estilo del Don Álvaro, fundamentalmente por el final del protagonista y por los ideales que este enarbola; por ello hablaríamos de un tardorromanticismo dramático que ya está muy presente en nuestro drama. Así pues, el Tenorio de Zorrilla «no es solamente un ejemplo del ocaso del romanticismo, sino también un ejemplo dirigido hacia las formas populares del período postromántico».[15] El drama romántico dejaría paso, más adelante, a la alta comedia burguesa.
En aquel proceso de adaptación del romanticismo europeo a la realidad nacional española que los autores formularon cobró especial relevancia el motivo religioso. La presencia del ideal cristiano en el drama de Zorrilla consolida el conservadurismo ideológico y el consiguiente tardorromanticismo teatral, previo al postromanticismo lírico de Bécquer de finales del segundo tercio del siglo.
El don Juan de Zorrilla, tal vez el más popular de todos, se adscribe a una tradición española y europea de la que el poeta vallisoletano bebió para construir su Tenorio. El dramaturgo no reconoció en sus Recuerdos del tiempo viejo todas las influencias que la crítica le ha procurado, sino que
sin más datos ni más estudio que El burlador de Sevilla, de aquel ingenioso fraile, y su mala refundición de Solís, que era la que hasta entonces se había representado bajo el título de No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague o El convidado de piedra[16] [...] sin conocer ni Le festin de Pierre, de Molière, ni el precioso libreto del abate Da Ponte, ni nada, en fin, de lo que en Alemania, Francia e Italia había escrito sobre la inmensa idea del libertinaje sacrílego personificado en un hombre: Don Juan.[17]
No se trata aquí de señalar en qué lugares buscó Zorrilla los caracteres de su Don Juan Tenorio, sino de recordar que la obra zorrillesca se inserta sin lugar a dudas en una amplia tradición,[18] la del donjuanismo, que tuvo un punto de inflexión en El burlador de Sevilla o el convidado de piedra (ca. 1620) de Tirso de Molina. Señala Fernández Cifuentes[19] que en esta obra ya hay una invitación a una cena para una víctima de don Juan («D. JUAN. Aquesta noche a cenar / os aguardo en mi posada»)[20] y que este recibe un castigo, además de que dicho personaje no es respetuoso. Barlow[21] recoge características de No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague y convidado de piedra (1714) de Zamora, como los comentarios de los criados sobre sus señores, la violación de la santidad de los conventos o las relaciones entre padre e hijo.
El motivo del don Juan también fue abordado en obras como La venganza en el sepulcro (siglo XVII) de Córdoba y Maldonado, Dom Juan (1665) de Molière (que cita Zorrilla en sus Recuerdos), Don Giovanni (1787) de Mozart y libreto de Da Ponte (también citado por el vallisoletano), Les âmes du Purgatoire (1834) de Mérimée, Le souper chez le Commandeur (1834) de Bury o Don Juan de Marana de Dumas (1836). Pero después del Tenorio de Zorrilla siguieron apareciendo versiones del mito, de entre las que vamos a destacar dos que nos permiten observar algunas características acerca de dos caminos que siguió don Juan a partir del romanticismo. Son El nuevo Don Juan (1863) de Adelardo López de Ayala y El marqués de Bradomín. Coloquios románticos (1906) de Ramón del Valle-Inclán.
La comedia de López de Ayala se adscribe al movimiento realista, y esto anota algunas diferencias de tratamiento del personaje de don Juan de Alvarado con respecto al don Juan Tenorio romántico. Aparecen en El nuevo Don Juan dos circunstancias que deben ser tenidas en cuenta: en primer lugar, el interés del autor por ridiculizar al galán y, en segundo lugar, la razón y la deducción como procedimientos positivistas, tan asentados en el realismo, como Mas-López advirtió, también, a propósito del don Juan de George Bernard Shaw.[22] En la obra de López de Ayala don Juan mantiene una relación con Paulina, pero intenta obtener el favor de su tía Elena, una dama a la que corteja, pero que está casada con Diego, quien descubre las intenciones del galán a través de la lectura de una carta (recurso muy frecuente en toda la pieza). Don Juan intenta producir celos en Elena aduciendo que su esposo cortejaba a otra dama, Paz. Después de varias escenas, los dos galanes consiguen acercar posturas y Diego utiliza esta circunstancia para programar la boda de don Juan con Paulina, de cuya premura se lamenta, poniéndose al descubierto sus verdaderas intenciones, lo que supone el final de su relación con Paulina y su final ridículo. Por otro lado, cabe destacar que los personajes, sin ser «autómatas movidos a capricho»,[23] emplean la razón típica del movimiento realista en varios momentos de la obra, como ese en que don Juan, intuyendo que la dama está muy dispuesta a corresponderle en el amor y ello implicaría que desea arrastrarle a su perdición, declara a Elena que no busca su amor, sino su amistad:
JUAN Con toda verdad
voy a explicarme.
ELENA (Ya es mío.)
JUAN Yo ha mucho tiempo que ansío
conseguir...
ELENA ¿Qué?
JUAN (Con frialdad.) Su amistad.
ELENA¿Mi amistad?
JUAN No he de obtener
nada más ni yo pretendo...[24]
Por su parte, Valle-Inclán nos propone una evolución del tipo enmarcada en el movimiento modernista, en vigor en España cuando se estrenó El Marqués de Bradomín en 1906 y que fue publicado al año siguiente. Se trata de una obra que adapta para el teatro algunas de las peripecias que el mismo protagonista experimentó en las conocidas Sonatas que el autor gallego publicó entre 1902 y 1905. Xavier, un reconocido carlista y «el más admirable de los donjuanes: Feo, sentimental y católico»,[25] hace que su enamorada viva pendiente de él y, sobre todo, de sus ausencias y regresos, en una constante melancolía con recuerdos a la soledad en la que vive:
LA DAMA. [...] Ante nosotros se abría la puerta del laberinto, y un sendero, un solo sendero, ondulaba entre los mirtos como el camino de una vida solitaria y triste. ¡Mi vida desde entonces!
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN. ¡Nuestra vida![26]
que están en la órbita del modernismo, como también se adscriben a él otros motivos que aparecen en la obra: la aristocracia, el colorismo y los espacios ajardinados, con fuentes y aves. A pesar del escaso atractivo físico para ser un don Juan prototípico, el amor que ambos se profesan raya en la pasión y la sensualidad, también caracteres arquetípicos de la estética modernista. El Marqués de Bradomín es un don Juan ya viejo que sigue acudiendo a ver a su amada, «a la que se aferra como último amor»[27] y a la que destroza cada vez que se marcha («ISABEL BENDAÑA. Yo en tu caso no vería a Xavier. LA DAMA. No le conoces. Se aparecería cuando yo menos lo esperase»).[28] Es consciente de que, a pesar de todo, no puede estar sin él:
LA DAMA. ¡Xavier, es la última vez que nos vemos, y qué recuerdo tan amargo me dejarán tus palabras!
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN. ¿Tú crees que es la última vez? Yo creo que no. Mi pobre Concha, si accediese a tu ruego, volverías a llamarme.[29]
4.2. LA ESTRUCTURA DE LA OBRA Y SU ESCENOGRAFÍA. EL CRONOTOPO
Ya desde el subtítulo nos informa Zorrilla sobre la disposición externa de la obra: el Tenorio es un «drama religioso-fantástico en dos partes». La división en dos bloques bien diferenciados (parte primera y parte segunda, así denominados) no responde solo a una progresiva evolución de la acción y del argumento en un eje cronológico o a un cambio de visión de los personajes, que también; pero no es menos cierto que estas dos partes concitan los dos caminos que confluyen en la obra: el romántico y el tardorromántico.
De los 3815 versos con los que cuenta el drama, la parte primera contiene 2639 divididos en cuatro actos, cada uno con un título que hace referencia a características del personaje de don Juan[30] y al argumento que se desarrolla en ellos: el acto primero es «Libertinaje y escándalo», 835 versos; el acto segundo se titula «Destreza», 598 versos; el acto tercero recibe el nombre de «Profanación», 476 versos; y el acto cuarto trata sobre «El diablo a las puertas del cielo», 730 versos. Los 1176 versos de la parte segunda se distribuyen en tres actos: el primero, donde cobra especial protagonismo «La sombra de doña Inés», presenta una extensión de 588 versos; el segundo, dedicado a «La estatua de don Gonzalo», de 372 versos; y el tercero, donde se produce el final y la «Misericordia de Dios y apoteosis de amor», de 216 versos.
La parte primera es el momento más romántico, donde don Juan es ese héroe libertino que mira por su propio interés y antepone sus deseos a cualquier hecho o persona, aquel rebelde con antecedentes en el Don Álvaro o en otros dramas románticos.[31] El don Juan humano es el protagonista de estos cuatro primeros actos, en los que participa haciendo gala de su fama de conquistador de mujeres que luego abandona, y de su altanería, que le lleva a participar en todos los duelos y disputas posibles con el único propósito de causar daño. Aun cuando Tenorio presume de no seguir los preceptos y dogmas religiosos, va acumulando pecados que estarán muy presentes al final del drama.
La parte segunda representa la evolución del drama español hacia un período tardorromántico en el que ya no importa tanto la libertad del protagonista, sino la salvación de su alma, con fuentes en Schlegel o Heine. Ahora don Juan manifiesta unas ideas más conservadoras, que reflejan los intereses de la creciente burguesía.[32] El protagonista llega a arrepentirse de esos pecados que lastran su muerte en paz, aunque hay momentos en los que invoca su pasado de libertad. Se aprecia la influencia de la comedia de magia en los movimientos de las estatuas, en apariciones fantasmagóricas y en otras particularidades escenográficas como la música.
En la parte primera don Juan acude a una hostería para saldar una apuesta que había contraído con don Luis Mejía un año antes: se trataba de certificar cuál de los dos personajes hacía mayor daño. Uno y otro resumen sus conquistas y las muertes que han provocado y vence el primero, que además promete burlar a la prometida de don Luis, doña Ana de Pantoja. Esto provoca el enfurecimiento del que sería su marido al día siguiente; pero, aunque ambos son encarcelados, logran escapar y Tenorio entabla citas tanto con doña Ana como con doña Inés (en este caso a través de la tercera Brígida), que está enclaustrada en un convento. Don Juan rapta a doña Inés y la lleva a su quinta, donde asistimos a la famosa escena del sofá, en la que el galán declara su amor a la dama en lo que implica un punto de inflexión en la evolución del protagonista: lo que había comenzado como una apuesta se ha convertido en verdadero amor por doña Inés. Más tarde acuden a reparar sus honras don Luis y don Gonzalo de Ulloa, padre de doña Inés, y aunque don Juan intenta aproximarse a ellos para no acabar mal, termina con sus vidas y huye de Sevilla, dejando a su amada con un tremendo dolor.
La parte segunda comienza en el panteón de la familia Tenorio, donde don Juan acude con una disposición, en general, menos arrogante que en la parte primera. Allí reflexiona sobre la muerte que había ocasionado a los que habían sido sus enemigos (don Luis y don Gonzalo) y se emociona ante las tumbas de su padre don Diego y, sobre todo, de doña Inés, a la que ya amaba. Se reencuentra con algunos viejos amigos, el capitán Centellas y Avellaneda, y los invita a cenar, y hace extensiva la invitación al fantasma de don Gonzalo. Celebrándose ese banquete, acude la estatua del difunto y le pide que se arrepienta y enmiende enseguida su vida porque pronto morirá. Lo mismo le pide el fantasma de doña Inés, a quien muestra su amor, a través del cual morirá físicamente pero salvará su alma.
Ambientada la obra en torno a 1545, en una sola noche se desarrolla toda la parte primera, tal y como explica Zorrilla en la acotación inicial del drama. Sin embargo, como se explica en la anotación del texto, el poeta criticó en sus Recuerdos del tiempo viejo la imposibilidad de que tantos sucesos ocurran en tan poco espacio de tiempo: la obra comenzaría poco antes de las ocho de la tarde, pues a esa hora comienza la resolución de la apuesta entre don Juan y don Luis; a las nueve don Juan ya ha sido encarcelado, se ha escapado, ha concertado citas con doña Ana y doña Inés y ha acudido a la primera; a las diez rapta a doña Inés y, antes de que acabe la noche, la lleva a su quinta a las afueras de Sevilla, declaran su amor, llegan don Luis y don Gonzalo, mueren ambos y Tenorio huye, y finaliza el cuarto acto con las pesquisas de la justicia.
La parte segunda acontece cinco años después, pero también en una noche, y en ese breve período de tiempo Tenorio llega al panteón familiar, recuerda a los que están allí enterrados, celebra un banquete con dos amigos y un fantasma a los que antes había invitado, se debate para salvar su alma y muere. Rodríguez y Cornejo-Patterson asumen que el drama está dividido en dos noches (una explícita y otra deducible) vinculadas a las vertientes humana y divina: la noche de carnaval en la parte primera y la de san Juan en la segunda.[33]
La cuestión del tiempo preocupó mucho al dramaturgo, y dejó constancia de ello en las distintas referencias que hace a la hora en el drama y, sobre todo, en el motivo de los plazos que deben cumplirse y que vertebran el texto a través de incidentes climáticos a su alrededor.
En la prehis