ERES DIFERENTE
Piensa en algún personaje de una novela, una película o una serie. En la construcción de los personajes se tienen en cuenta características físicas (edad, apariencia, sexo...), psicológicas (personalidad, actitud, complejos, temperamento...) y sociales (profesión, cultura, religión, educación...). Todo personaje evoluciona a lo largo de la historia. En el transcurso del relato, este pasa por diversas situaciones que le hacen reaccionar de una manera u otra porque, claro, los personajes tienen emociones. Además, si es un buen personaje puede presentar una complejidad psicológica, mostrando rasgos contradictorios que lo dotan de más profundidad. Por ejemplo, puede ser un personaje amable con los extraños pero que en casa se muestra desagradable. Cada uno posee sus propias características, cada uno con sus inquietudes, sus sueños, sus preocupaciones o sus ilusiones. La lista de rasgos es casi interminable, infinita. Aun con esto, la realidad supera a la ficción. Piensa que en lugar de estar hablando de un personaje estás hablando de tu hija, o de los alumnos que tienes en el aula.
Alrededor de 7.450 millones de personas habitamos el planeta. Ninguno de esos seres humanos es igual a otro. Así es el ser humano, al que se ha definido como un ser individual cuando es, sobre todo, un ser social. No estamos solos, así que además de aceptarnos a nosotros mismos también se trata de cultivar una relación con los que nos rodean lo más cordial posible. La asertividad, la empatía, la compasión, el respeto mutuo son algunos de los ingredientes que aparecen sobre la mesa en nuestras relaciones, que parecen tener una importancia obvia, pero que hemos de aprender poco a poco, sin que nadie nos enseñe, a base de ensayo y error.
Y con todo, confieso que en los muchos años que pasé estudiando en la universidad, primero Filología y después Magisterio, o en el instituto o en la escuela, nunca nadie me enseñó a tratar con las diferencias. Y mucho menos me dieron herramientas para poder enseñar a otros. Cuando hablamos de las diferencias es importante que recordemos que el fin no es conseguir que todos sean iguales, porque va a ser un reto más que difícil. Se trata de entender esas diferencias y sacar partido de ellas. Te pongo unos ejemplos cortitos con dos pinceladas (no voy a hacer aquí una descripción amplia del caso) con preguntas que confío en que te inviten a reflexionar. No esperes que te dé las respuestas. Estas han de estar en nosotros, y hay tantos niños y niñas que necesitan que encontremos una respuesta adecuada:
Los niños con TDA (Trastorno por Déficit de Atención) presentan dificultades a la hora de centrar la atención, y a veces les falla la memoria selectiva. Así, cuando parece que está pensando en otra cosa mientras tú le hablas, no es que no quiera prestarte atención, sino que presta atención a otras cosas porque le cuesta focalizar en lo que tú quieres que focalice. ¿Merece un castigo por eso? ¿Piensas que pasa de ti? ¿Cómo has de actuar? Una niña con hiperactividad puede presentar dificultades a nivel social, en las relaciones con los demás. Puede que se mueva mucho, le cueste permanecer sentada mucho rato. Puede que, a veces, diga cosas sin pensarlas, como si no tuviera filtro por esa impulsividad, y eso genere conflicto. A nivel académico también puede que encuentre alguna dificultad, porque muchas veces, aunque conocen la respuesta, responden con precipitación. A veces, quizá sea desordenada y presente los trabajos no tan pulcros y cuidados como a ti te gustaría. ¿Qué herramientas crees que necesitaría para mejorar esto? ¿Merece una reprimenda por levantarse sin permiso? ¿Piensas que lo está haciendo a propósito o que actúa con dejadez? ¿Es realmente necesario que siempre que necesiten moverse pidan permiso? Seguro que esta pregunta crea cierta controversia. Pues bienvenida sea. Puede que nuestro hijo, sin que nosotros como padres sepamos cómo, haya aprendido a leer a los tres años y nos sorprenda con preguntas cuya respuesta no conocemos, y sin embargo, en la escuela, no sea capaz de relacionarse con otros niños, o que parezca un pasota o busque llamar la atención, o que presente malos resultados académicos cuando le interesan tanto otras cosas. No sería la primera vez que un niño o una niña con altas capacidades las oculten para evitar el rechazo de los compañeros.
En Ciudad de México tuve una reunión con la directora de una escuela que está consiguiendo retos muy interesantes, especialmente relacionados con la inclusión. La escuela se llama Giocosa y ella, Maricruz. Me contó esta anécdota que casi con toda seguridad nos hará reflexionar. Te reto a que averigües hacia dónde va la reflexión:
Para aprender la práctica de la escritura en los primeros cursos de Primaria suelen usarse páginas con renglones, que se distribuyen de dos en dos para que así los niños puedan escribir en línea recta; ¿recuerdas esos cuadernos? Maricruz había preparado unas líneas para que niños y niñas pudieran practicar. Entre esos niños estaba Marco.
Cuando llegó al día siguiente, de las diez líneas que debería haber escrito Marco entregó solo una. Los demás renglones estaban vacíos.
—¿Qué tal lo he hecho? —preguntó Marco.
—¡Muy bien, cariño, te ha salido genial! Pero te faltan unos cuantos por acabar...
Marco agarró el cuaderno, lo miró, levantó la mirada hacia Maricruz y le dijo:
—Entonces, si esta línea está bien, ya no necesito hacer más.
Marco había dado un argumento de peso, así que Maricruz le dijo que no era necesario que rellenara el resto de los renglones.
Tantas veces habremos confundido el comportamiento de los niños con su personalidad, ¿verdad? Podría ser que se comporten de cierta manera ante ciertos estímulos y lo que tengamos que hacer no sea atribuirlo a su personalidad «difícil» sino a que el estímulo puede ser equivocado. En nuestro desarrollo influye la genética, nuestra personalidad y el ambiente. Y es ahí donde se producen las infinitas combinaciones que nos hacen únicos.
Somos complejos. Hay que hacerse a la idea. El entender las características del comportamiento de niños y niñas y por qué actúan así ayudará a predecir cómo pueden reaccionar ante distintas situaciones y nos permitirá atenderlos con la comprensión necesaria. Lo sé. No es tan fácil como acabas de leer, pero qué menos que ser consciente de que la educación no solo se basa en cómo sean los niños, sino también en nuestra mirada.
Las broncas que se habrán llevado por nuestro desconocimiento del ser humano. O cuántas veces habrá pasado que un niño repite curso porque no hemos sabido entender esa diferencia. En casa, en cuántas ocasiones habrán estado castigados sin entender la causa. Cuántas veces habremos dicho el famoso «Puede, pero no quiere»... Echo la vista atrás a aquel primer curso en el instituto y ahí veo a un César de catorce añazos, mirando su cuaderno de matemáticas y diciendo: «No, si querer, yo quiero, pero ni por esas». Y ni con todos los ánimos de mis padres o la presión de la profesora. Por mucho que me empeñara en querer, no pude. Y lo que era un problema de comprensión dio un paso adelante y se transformó en un problema emocional. Aún me pregunto cómo conseguí salir de ahí.
Sería necesario estudiar psicología, sociología, antropología, biología evolutiva, ética... para entender un poco mejor al ser humano. Dicen que los niños, a partir de 2030, vendrán con un manual en el que también se incluirán cursos interactivos de lo anterior.
Sabernos diferentes nos permitirá poder aprender unos de otros. Porque jamás podríamos aprender nada de nadie que sea igual que nosotros. Apreciemos esa diversidad. Ahora, te encuentres donde te encuentres, podrías mirar a tu alrededor y observar a las personas que tienes junto a ti. Somos iguales ante la ley, en los derechos, en los deberes... Pero todos somos diferentes y ahí radica la verdadera riqueza. Los equipos, en el deporte o en el trabajo, están compuestos de personas distintas, que desde su ámbito pueden aportar algo que los demás no tienen. El día que consideremos eso como un valor y no como un inconveniente habremos dado un paso importante. Y en ese sentido, comparto con vosotros una frase que descubrí hace años y que llevo siempre conmigo. Es de Ralph Waldo Emerson, y dice así: «Toda persona que conozco es superior a mí en algún sentido; en ese sentido, aprendo de ella». Y es que, si nos paramos a pensar, no conocemos a los que tenemos al lado.
Los equipos, en el deporte o en el trabajo, están compuestos de personas distintas, que desde su ámbito pueden aportar algo que los demás no tienen. El día que consideremos eso como un valor y no como un inconveniente habremos dado un paso importante.
TÚ ERES TÚ Y TUS EXPECTATIVAS
Un día se me acercó una señora que quería compartir algo conmigo, y me dijo: «Yo soy solo una madre». Me hizo gracia que se presentara así y se lo hice saber. ¡«Solo», había dicho!
Uno de los momentos más bonitos como padre, como madre, puede ser, con toda certeza, el instante en el que te dicen: «Va a ser niña» o «va a ser niño». Hace años tenías que esperar al momento en que naciera para que se desvelara la sorpresa. Meses antes de la noticia ya has empezado a vivir esa experiencia con intensidad, ya te has creado tus expectativas y tu modo soñador empieza a funcionar a toda máquina.
También, si has elegido ser docente, una de las vivencias más especiales y que no se puede describir fácilmente con palabras es cuando entras en un aula, a solas, y dices en voz alta: «Esta es mi clase», y miras alrededor, observas cada detalle. Pasas la mano por las mesas mientras te paseas por ella imaginándote ya a los niños y niñas que van a pasar tanto tiempo contigo: «Voy a hacer tantas cosas...», te dices. Incluso antes de conocerlos, la curiosidad te puede, y comienzas a pensar cómo serán, cómo se comportarán, si se llevarán bien contigo o si se respetarán entre ellos.
La imaginación, los sueños, las expectativas son algo inherente al ser humano. Como padres, guiados por la ilusión, por el instinto de protección o nuestras creencias, buscamos dibujar la senda por la que transcurrirá la vida de nuestros hijos. O eso, al menos, creemos. Porque luego cada uno sale por caminos que no habríamos imaginado, y ese es el gran regalo que nos da la vida: que no somos la copia exacta de nuestros padres, por muy bien que quisieran construir nuestra existencia. De otro modo, si nos adaptáramos al molde que ellos nos tenían asignado, ¿dónde estaría nuestra individualidad? A veces, la proyección de nuestros sueños o nuestras creencias sobre nuestros hijos solapa los suyos. Para educar respetando esa individualidad debemos recordar que nuestras ilusiones son nuestras y que nuestros hijos pueden tener sus propios sueños. Todos conocemos a padres que ven al siguiente Messi o al futuro Cristiano en sus hijos. Pongo como ejemplo figuras del fútbol porque con demasiada frecuencia aparece en los periódicos la batalla campal que ha tenido lugar en las gradas de algún campo, provocadas, en muchos casos, por esas expectativas de los padres mezcladas con mala educación y falta de reflexión. Con lo bonito y necesario que es el deporte para niños y niñas...
Las expectativas que nos creamos influyen en nosotros y en nuestra relación con los demás. Podríamos hablar de cuatro ámbitos en los que se aplican las expectativas: las que uno deposita en sí mismo, las que ponemos en los demás, las que los demás depositan en nosotros y las culturales.
La imagen que nos hemos creado de nosotros mismos está cargada de lo que nuestra familia, las maestras y los maestros que hemos tenido, los compañeros de clase o los amigos han esperado y esperan de nosotros. Eso influye, además, en lo que nosotros esperamos de nosotros mismos.
Es bueno que pongamos expectativas en los demás. Imagínate que nadie esperara nada de ti: ¿cómo te sentirías? Pero no es tan positivo cuando esas expectativas te crean una presión que afecta a tu bienestar. El problema aparece cuando creamos expectativas distintas a las posibilidades que cada uno de nosotros tiene, y eso, en educación (en la familia y en la escuela), pasa con bastante frecuencia. A veces nos falta escuchar. Eso nos haría más fácil el camino para acercar lo que esperamos de los niños y niñas (de todas las personas en general) y cómo son o cómo pueden responder en realidad.
Y un paso más allá encontramos las expectativas culturales que compartimos con los que nos rodean, y que marcan lo que está aceptado, lo que está bien visto y lo que es rechazado. Así, intentamos adaptarnos a esa norma de pensamiento para no vernos excluidos. Cabría analizar aquí cuán influenciables somos y cuánto nos afecta esa perspectiva cultural. Estamos en una sociedad en la que triunfa lo superficial, donde parece importar más lo que muestras que lo que eres, una sociedad con valores de dudosa calidad: cánones de belleza inalcanzables, exaltación del poder, fomento de la competitividad... Las cuentas que seguimos en Instagram muestran a personas con vidas impecables. Pero en esas imágenes solo se refleja la realidad que ellos quieren que veas. Las redes sociales parecen tener ese influjo y a nosotros también nos ha pasado alguna vez, ¿verdad? La búsqueda de la perfección unida al «postureo» generan expectativas que difícilmente se corresponden con la realidad.
Las expectativas, pues, van asociadas a ideales, sueños, proyectos, objetivos, y en ese sentido son positivas. Pero algo que también va de la mano de todos estos factores que nos llenan de motivación es la frustración, que está preparada para saltar y golpear fuerte si lo que tú esperas no se cumple. Mantener el equilibrio entre la realidad y lo que uno espera de sí mismo y de los demás es básico.
Desde pequeños absorbemos como esponjas todas las creencias, tradiciones y costumbres que observamos en nuestra familia y en nuestra sociedad. Así, vamos construyendo nuestra identidad pero también la imagen de aquellos que vamos encontrando en el camino. Cuando alguien juzga de antemano a una persona o a un grupo de personas sin conocerlas, se está basando en creencias adquiridas por la experiencia propia o por la educación que ha recibido. Así sucede que miles de personas padecen discriminación cada día por motivos de procedencia, etnia, género, aspecto físico, cultura, orientación afectivo-sexual o distintas capacidades. La causa de esta discriminación a menudo se encuentra en los estereotipos, es decir, en esa imagen que tú has creado de tal persona o tal grupo. Por ejemplo: «los maños son testarudos», «llorar es de niñas» o «los musulmanes son yihadistas». Los prejuicios limitan tu libertad de pensamiento y estigmatizan a personas o grupos. «El prejuicio es una carga que confunde el pasado, amenaza el futuro y hace inaccesible el presente», dijo Maya Angelou. Si somos capaces de cuestionar nuestra forma de pensar y sentir, podremos cambiar también nuestras experiencias.
KEEP CALM AND...
Algo sobre lo que también tenemos que reflexionar es el ritmo de vida que llevamos. No nos damos cuenta, pero en este mundo que transcurre a velocidad de vértigo los niños y niñas son la proyección de sus padres y estos, de la sociedad. Y en ese círculo, los que lo pagan son los pequeños. Durante los últimos años he tenido la oportunidad de visitar muchas escuelas porque he querido conocer de primera mano lo que está ocurriendo a nivel educativo en nuestro país. En una de aquellas escuelas, al mismo tiempo que yo, llegaba una madre. La mamá venía acalorada, con el abrigo a medio poner, y en una de sus manos aparecía, como una prolongación, una niña de unos cuatro años, la cual agarraba con la otra extremidad una cartera que parecía estar llena de libros (daría para otro tema). En el instante en que esta señora iba a adelantarme, con su pequeña mano la niña dio un tirón que consiguió detener a su madre y, con calma, le dijo:
—Mamá, respira.
En otra ocasión me encontraba en Jaén, donde había sido invitado a hablar en la universidad con chicos y chicas que se preparaban para ser real influencers, esto es, futuros maestros. En la cena, el profesor que había organizado el encuentro y su mujer me contaban:
—Tenemos un niño de siete años, y obviamente queremos que aprenda muchas cosas. Por ello, le apuntamos a esto y a aquello (comenzaron a enumerar todas las actividades extraescolares a las que asistía el pequeño). Y una noche antes de cenar, se nos presenta en la cocina con cara de preocupación y nos dice: «Papás, por favor, dejadme tiempo libre».
Pasado un año volví a hablar con este profesor y me contó que, a raíz de esa escena que vivió con su hijo, decidió hacer un estudio sobre cómo incidían las clases extraescolares en el estrés de los niños y niñas.
En una conversación que mantuve con Pablo Fernández Berrocal, experto en Inteligencia Emocional, me contaba que los retos y problemas con los que se encuentran nuestros jóvenes en nuestra sociedad son múltiples y, en algunos casos, muy difíciles de afrontar. Uno de los grandes problemas que debe afrontar la juventud tiene que ver con su salud mental.
El número de niños, niñas y adolescentes que viven estresados es cada vez mayor: emocional y socialmente. Y se debe, tan solo, al resultado de la vida que llevamos. Según Knaus (1985) entre un 10 y un 25 por ciento de los niños en la escuela sufren burnout (desgaste, lo que coloquialmente llamamos «estar quemado»), lo que los iguala a los adultos no solo en frecuencia, sino también en intensidad. Se pueden presentar estos síntomas en los niños con burnout: bajo autoconcepto, conductas disruptivas, agotamiento emocional e incluso fobia a la escuela.
Y si hay algo que resulta paradójico y preocupante es que se esté dando en niños, niñas y adolescentes en un ambiente que, en principio, está creado para que salgan mejor de lo que entran. Quizá sí es necesario revisar el sistema.
En esta vida hay tantas cosas «importantes» que hacer, que nos olvidamos de lo verdaderamente importante. Como en aquella conversación que tuve con un padre en Madrid, después de una conferencia. Me preguntó:
—Dime, ¿qué haces cuando tu hijo se pasa media hora con el mismo trozo de carne en la boca?
—Bueno... —dudé—. Primero, déjame confesarte que yo no lo sé todo, y que tengo una gata y las gatas no hacen eso. Pero yo creo —dije bromeando— que quizá podrías aprender de él, ¡porque está ejercitando la atención plena! Saboreando el bocado y disfrutando de cada segundo... Aunque lo que puede que pase también es que tú vives en un vértigo tal, en una inercia de estrés y prisas, y tienes una agenda tan repleta de cosas por hacer, que cuando llegas a casa contagias a las personas que hay en ella con ese ritmo de vida. Y entonces quieres que tu hijo termine rápido de cenar para disfrutar de él, en lugar de disfrutar de ese instante y apreciar lo que sí es verdaderamente importante.
¿Tienes algún libro ahora entre las manos? Sí, claro: este. Pues ciérralo un momento y mira la portada. Te voy a explicar esa imagen.
Me encontraba en Lima, Perú. Llevaba unos días allí hablando con docentes de distintas partes del país, y estaba comiendo en un restaurante frente a la playa acompañado de dos amigas de la Municipalidad de Lima. En mitad de la comida, de repente, les dije:
—¡Disculpad! ¡He de salir un momento!
Agarré la cámara y me apresuré a fotografiar la imagen que estás viendo en la portada: un padre y su hijo disfrutando juntos, lanzando piedras al mar. Pensaba que esa escena duraría unos segundos y perdería la posibilidad de capturarla. Pero no fue así. Pude sentarme tras ellos y descubrir que, para ambos, se había parado el tiempo. El niño cogía una piedra y la lanzaba al mar mientras su padre la seguía con la mirada. Después, los dos competían por ver quién acertaba a darle a la ola entrante. ¿Sabes ese momento en el que piensas «¡Qué chulo debe de ser ser padre!»? Ese fue uno de esos momentos. Me levanté y volví al restaurante.
TU MIRADA
Este libro no es una guía sobre cómo alcanzar tu propio éxito. No es, tampoco, un elogio al fracaso como aquellas páginas que, en las ocasiones fallidas, nos invitan a encontrar una señal para mejorar. No he conocido a nadie que haya dicho: «Voy a intentar fracasar, que seguro es un modo de tener éxito». De hecho, una de las inquietudes que me llevó a escribirlo es la necesidad de redefinir lo que significan esas dos palabras.
El éxito es un concepto muy subjetivo que puede entenderse de muchas maneras. Puede asociarse con un logro, y los logros no son grandes ni pequeños. No tienen que ser grandes hazañas siquiera. Son avances significativos para esa persona en concreto: así, para una persona, un logro puede ser ir él solo a comprar el pan, y para otra, un logro puede ser encontrar un entorno social en el que se sienta plena. También es un logro revertir la situación que viviste y cambiar lo que se esperaba de ti por tu condición. Seguramente tú tendrás tu propia definición de lo que es el éxito, pero me gustaría que volvieras a preguntarte al acabar este libro: «¿Y el fracaso?». Algunas personas toman un revés en un proyecto como un fracaso de su persona, y ya nunca se atreven a volver a intentarlo. Por otro lado, cuántos se habrán sentido «carne de fracaso» pero han sido capaces de superarlo como grandes ejemplos de resiliencia. Y cuántos no solo lo han superado sino que, además, han dedicado su vida después a hacer todo lo posible para que no les vuelva a suceder a otros.
En nuestra vida conocemos a una media de tres mil personas. ¿Te imaginas que pudiéramos aprender un poco de cada una? En estas páginas te presento historias donde hay plasmadas creencias, prejuicios, expectativas, sueños... Son relatos de resiliencia, de superación, relatos que nos hablan de la dignidad humana y del regalo de la vida. Esta es una invitación a cambiar nuestra forma de mirar. Te dejo con las historias de unas cuantas personas que he tenido la suerte de encontrarme en el camino.