El día que me conociste
Nunca sé cómo presentarme ante una persona nueva.
Pues vaya manera de empezar esto, ¿no?
A ver, entiéndeme, no es algo que se me dé de pena. Es más, diría que conocer gente nueva es de las cosas que más me gusta hacer del mundo. Y creo que no se me da tan mal, aunque nunca sepa cómo empezar. Digamos que sencillamente me impone, lo cual es un tanto irónico sabiendo que el resultado (acabar conociendo a alguien, conociéndote) siempre me da vida.
Una vez leí en twitter «Me gusta conocer gente nueva porque aún no se han cansado de mí», y es un tanto triste, pero eso no podría ser más yo. Obviamente se llevó mi retweet, pero que me guste no quita que, jo, siempre que llega la hora de la verdad y me toca conocer a alguien nuevo me vienen de golpe todas las dudas posibles y se me olvida qué había que hacer.
Creo que más que un miedo es una condición que experimentamos los que somos ambiciosos hasta para lo que los demás piensen de nosotros. Ser ambicioso en general está guay, serlo para amoldarte a lo que los demás piensan de ti igual no tanto.
Ahora mismo tengo demasiado que contarte que no sabría por dónde empezar. Si por cuando casi caigo de una piedra de hielo a treinta metros de altura, por la primera vez que tomé alcohol o por cuando no sabía si iba a llegar vivo del instituto. O por mi primer amor, mi orientación sexual, todo. ¿Ves? No sé cómo se hace. Así, para empezar, pongamos una situación hipotética para que (con suerte) vivas conmigo un poco de lo que estoy sintiendo yo ahora mismo (contigo).
Digamos que es tu primer día de clase. Imagínatelo. Me da igual si es en la academia de inglés, tu nuevo instituto, el máster de tus sueños o el curso de jardinería al que te apuntaste después de jubilarte. Lo importante es que lo imagines con fuerza.
¿Ya?
Si te fijas, todas esas situaciones tienen caras nuevas, conversaciones incómodas donde predominan los monosílabos y un campo de juego donde ganan los que menos miedo tienen. Podríamos hablar de jugadores, pero yo prefiero llamarles oportunidades. Una oportunidad para ti y para todos los que son como tú. Y ahí están, esperándote todas esas oportunidades. Y tú, ahí, esperando a ver quién gana.
Recapitulemos y volvamos un poco atrás. La noche antes te costará dormir porque eres un mejunje de nervios y emoción a partes iguales, pero no te preocupes, los nervios son algo tan bonito…
No siempre había pensado así sobre los nervios. Una vez estaba escribiendo una canción con un cantante muy guay. De hecho, yo ya le conocía, porque antes de cantar en solitario, él tocaba en un grupo de pop-rock adolescente muy popular cuando yo tenía esa edad. De hecho el cantante tiene un nombre que me gusta mucho. Se llama David. Estábamos en una sesión de composición conjunta y, tras terminar de escribir la canción (que iba a ser para mí en el futuro), acabamos hablando de los nervios. Yo di por hecho algo, y le pregunté: «Después de tantos años subiéndote a los escenarios, tú ya de nervios nada claro, ¿no?». David me miró con cara de sorpresa y me dijo: «Los nervios son los encargados de recordarte que aún sientes y te emociona hacer lo que te los provoca. Yo los sigo teniendo y no los cambiaría por nada. Por muchos escenarios a los que te subas, nunca los pierdas». Y desde entonces la canción que compusimos se convirtió en una de mis favoritas y los nervios se volvieron algo especial para mí. Ya no los evito ni me escondo de ellos, he empezado a darles el valor que de verdad se merecen.
«Querido Yo, ven sin miedo a perder el tiempo.»
… siempre y cuando no te congelen los pies. Que las piernas me sigan temblando pero que nunca se paralicen.
Sigamos con nuestra situación hipotética. El amasijo de nervios y emoción le toma la delantera al sueño y a la emoción que te embargaba cuando colocabas las cosas en la mochila. Que no se te olvide meter el boli de la suerte. Al día siguiente los nervios toman la ventaja a la emoción después del desayuno, cuando ya no puedes dar bocado tras dos tostadas. Tu estómago, lleno de nervios, y la emoción, resistiendo ese pica-pica de curiosidad por lo que pueda pasar a partir de ahora. Ese «uy, a ver quién se sentará a mi lado». La emoción se te escapa por la sonrisa que estás disimulando para que no te juzguen antes de tiempo. Sonreír antes de tiempo, eso sería como echar a correr antes de haber escuchado el pistoletazo de salida. Y eso es algo que solo hacen los chulos y los despistados y NO QUIERES PARECER ESO. De hecho, de momento no quieres parecer nada, mejor coger ventaja pasando desapercibido. El objetivo es ser un pájaro que sobrevuela la zona para luego decidir en qué árbol va a estar mejor acompañado.
Llegando a la entrada, te das cuenta de que te va a tocar cruzar una autopista de personas, sin semáforos ni pasos de cebra, solo tú, tu mochila y tu primera misión. Tragas saliva, cierras los ojos, y luego recuerdas que no estás en una película americana de adolescentes, así que es mejor abrirlos, porque con lo patoso que eres te chocarás con algo y harás el ridículo. Tonterías aparte, reúnes el valor y tu cerebro al fin manda la señal a tus pies. No solo lo consigues sino que vas más allá de cruzar la carretera: te unes a ella. Ahora estás metido dentro de la corriente de personas, sumergido en esa autopista y a toda velocidad. Aproximadamente a unos 145 km/hora, que traducido a pulsaciones (obviamente no son tus pies los que van rápidos), más o menos diría que son unos 160 latidos por minuto. Y sin ser médico yo, puedo decirte que eso no es normal.
Sigues la corriente de personas hasta el aula y te sientas, eligiendo bien, claro. Ni muy adelante, ni muy atrás, pasar desapercibido sigue siendo nuestra táctica por ahora. La segunda fila siempre ha sido mi favorita y ahí es donde has decidido sentarte. Poco después se sienta a tu lado una oportunidad. Una oportunidad con gafas, una mochila llena de parches y una sonrisa que, bueno, vamos a dejarlo en una sonrisa y punto. La oportunidad da el primer paso y llega la parte de las presentaciones (¿recuerdas lo que te decía al empezar?). Os presentáis y esa primera conversación fluye como un guion que te sabes de memoria. Enciendes el piloto automático y de momento no hay ningún peligro a la vista. Lo difícil viene ahora.
Voy a confesarte algo: toda esta historia imaginaria que hemos ido recorriendo ha sido una mera excusa para este preciso momento. Nada de lo que te he contado es importante. Nada… hasta ahora. ¿Os acordáis de ese miedo que en realidad no es un miedo? ¿Ese afán de ser demasiado ambicioso con alguien nuevo? ¿Ese querer presentarle tu Yo más guay, pero sin pasarte? Pues aquí va un spoiler: va a pasar justo ahora. Y no estás preparado para ello. Y creo que, hasta cierto punto, nunca lo vas a estar.
Estás volviendo a casa con tu oportunidad y la conversación deja de ser superficial. El modo automático ya no funciona. Ya no hay guion predeterminado. Estás en vivo y en directo. Igual piensas que estoy exagerando, pero créeme que por mis adentros no hay nada más que esto. Llega ese momento y siento en mi cabeza la presión, se me hielan los labios y pienso: «No la cagues, no la cagues, no la cagues», como un disco rayado en mi mente. Todo por ese «miedo» a que cualquier palabra que salga de mi boca haga que esa persona, aún semidesconocida, me coloque en una casilla de la que me cueste horrores escapar. O lo que es lo mismo, desaprovechar esa oportunidad.
Me pasaba exactamente eso en los campamentos cuando mi monitor el primer día nos decía a todos, y uno por uno teníamos que responder: «defínete en tres palabras», derrochando simpatía con su rostro y haciéndolo parecer lo más adecuado y sencillo del mundo para romper el hielo. Mientras tanto mi mente infantil estaría pensando algo como «pero a ver, señor monitor, ¡¿cómo quieres que escoja solo tres si yo soy por lo menos más de cien?!». Tendría unos nueve años y ya era inseguro sobre lo que los demás pensaran de mí. Supongo que imaginas por dónde voy.
Al final siempre acababa accediendo a soltar las tres perlitas. Todo el mundo lo hacía y yo no iba a ser menos. Y también porque, sí, ¡claro que puedo elegir adjetivos que me representan! Pero por nada en el mundo quiero estar reducido simplemente a tres que estén en lo más alto de mi superlista de cosas que me hacen quien soy. A día de hoy esta sigue siendo una de mis peores pesadillas. Y ya estoy siendo un dramas otra vez. Lo siento, no puedo evitarlo.
Vale. Esta historia que hemos estado siguiendo está a punto de cambiar. Nos intercambiamos los papeles. Esa oportunidad que en nuestra historia tenías al lado y la cual era todo oídos para ti, de camino a tu casa, eres tú. Y yo soy quien te tiene al lado.
Eres mi oportunidad.
Siempre que conozco a una oportunidad me apetece coger todas las cosas que se me dan bien, junto con todo lo que me gusta hacer y básicamente todo lo mejor de mí, para ponerlo de golpe delante de ella. Demostrar que soy una persona superguay e interesante, y sonar lo suficientemente convincente para que la oportunidad se lo crea. Porque en el fondo yo me veo así. Yo considero que soy guay. Un poco a mi manera, pero guay. Y quiero soltarlo todo de una por si acaso el orden de las cosas no fuera perfecto. Al mismo tiempo, me apetece no decir absolutamente nada. Una parte de mí siempre me pide silencio, por si acaso me paso. Por si acaso cualquier cosa que diga suena a que estoy presumiendo y le resulto pedante.
Lo ideal es encontrar el equilibrio, pero eso no es lo mío. Me quedo en ese limbo entre no decir nada y decirlo absolutamente todo y me agobio, y para equilibrarlo acabo enumerando todo lo que se me da mal.
También podría intentar dejar a un lado esa inseguridad y dedicarme a mostrarme tal y cómo soy (o como yo pienso que soy, porque a saber cómo de diferente se me ve desde fuera del espejo) sin pensar en qué va a pensar la oportunidad. Un lío que me deja dudando de si ella captará bien quién soy y que ya me ha hecho componer más de una canción simplemente cantando cosas sobre mí. Me puse a buscar cincuenta cosas que podría decir de mí mismo y lo juntaba con una melodía. Desde entonces no tengo tanto problema con todo esto porque le pongo la canción y ya tiene un avance de mí. Conociéndome, podría seguir haciendo canciones de esas hasta el infinito. Cantando 50 Cosas Sobre Mí - Vol. 89 en mi libreta de canciones.
Hemos hablado de los nervios y de las primeras impresiones, pero no te olvides de que esto es mi presentación y por eso, antes de empezar mi historia, quiero adelantarte (y sobre todo avisarte), que, aunque me llame El Chico del Ukelele, soy un tanto más que eso. Y ahí, sin querer, ya me he presentado.
Ya puedes pensar en mí en forma de unas cuantas letras, aunque igual eso es muy largo. Si quieres, puedes llamarme Ele. Como la letra L. La verdad es que, miedos aparte, me hace ilusión que lo único que conozcas de mí hasta ahora sea que tenga un ukelele. O que al menos me gusten. Ambas cosas son ciertas y están muy arriba en esa lista de cosas que me hacen quien soy. Pero por favor, ni se te ocurra enjaularme. Mi Yo de nueve años de campamento estaría muy decepcionado contigo. Pero bueno, si lo haces, te perdono. Te perdono y prometo intentar darte motivos para que dejes de pensarlo. Si te soy completamente sincero, no en todas estas aventuras tengo el ukelele. Me lo compré hace tan solo tres años, pero eso da igual. Vamos a hacer como que sí. Como si hubiera estado en mi vida desde siempre, porque así es como lo siento ahora. Desde la guardería, hasta el presente. Lo siento, mamá, sí, eso significa que salí de ti ya con un ukelele. Un ukelele bebé, gordito y sano. Justo igual que yo. De la manita desde siempre.
Ahora que ya nos hemos presentado, oportunidad, te invito a acompañarme y a que seas partícipe de mi historia. Una vida repleta de aventuras, desdichas, pensamientos, dudas, peligros, amores, momentos aleatorios, mi continuo desastre y mis más favoritos: los sueños que aún tengo por cumplir. Verás mis logros y mis fallos. Y de mis fallos ojalá encuentres tu forma de no cometer los mismos (o parecidos). Mi historia no es un libro de consejos para tu día a día. Yo creo que eso no existe. Ojalá la vida viniera con un libro de instrucciones. Mi historia tampoco es una lista de trucos. Mira, voy a dejar de intentar describir cómo es mi historia porque no lo sé ni yo. Aún voy por la página 12 y a saber qué te vamos a contar mi ukelele y yo. Por algo me tenían que llamar así, es mi compañero de aventuras. En algunas será más protagonista que en otras, pero te lo advierto por si acaso: esto no es una historia de música.
Avisado quedas.
Declaración de intenciones
Aquí están, los días de mi vida.
Sin ningún orden.
Sin un sentido cronológico.
Y sin pretensiones.
Nada más allá de enseñarte lo que he aprendido.
Saltando de la universidad de vuelta al parvulario.
Los puedes leer como tú quieras.
Como si fueran capítulos de una serie.
El que más rabia te dé, pues ese primero.
Eso sí, yo te los he ordenado de la forma más emocionante.
Y todos son días que me han pasado de verdad.
Mezclados con una pizca de fantasía que le he pintado encima.
Así que tú decides qué es real y qué no.
Buenos días.
Los días de mi vida
El día de todos los días
El día que el chico del ukelele se enamoró
El día que casi muero en la montaña
El día que compuse mi primera canción
El día que empecé la universidad
El día de mi cumpleaños
El día del campamento
El día que gané 10.000 €
El día de hoy (o la trágica vuelta de Navidad)
El día que conocí al chico de los girasoles