Introducción
Un día, en otoño de 1991, mi hijo, Scott, que entonces cursaba quinto de primaria, llegó del colegio muy emocionado y me preguntó si conocía la historia de Sadako. Al principio no supe a qué se refería, porque a Sadako, en Japón, se la conocía como «la niña que hacía grullas de papel» y no por su nombre de pila, pero, cuando mi hijo me contó su historia, la reconocí. Daba la casualidad de que mi familia y yo teníamos pensado visitar Japón la primavera siguiente. Scott me pidió que lo llevase a Hiroshima porque quería ver la estatua de Sadako. Fue el principio de un viaje que terminaría con la escritura de este libro.
Cuando volvimos de visitar Hiroshima, en abril de 1992, leí varios libros sobre Sadako, además de muchos otros volúmenes sobre Hiroshima y Nagasaki. Cuando terminé de leer todo el material que pude encontrar sobre la niña, decidí escribir un libro que narrase lo sucedido para los niños de Estados Unidos y de otros países de habla inglesa.
Si tomé la decisión de escribir este libro en particular, fue porque me interesan los niños. Ellos representan nuestro futuro; creo que los niños y los jóvenes son una parte esencial de nuestra sociedad actual. Jóvenes y adultos debemos trabajar juntos para conseguir una sociedad mejor.
Cuando se habla de los horrores de las bombas atómicas que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki, la gente suele decir: «¡No nos olvidemos de Pearl Harbor!». Tienen razón: debemos recordar Pearl Harbor, pero también debemos recordar Hiroshima, Nagasaki, el Holocausto, los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea, la masacre de My Lai en Vietnam y todas las demás atrocidades que se han cometido en las guerras a lo largo de la historia. El quid de la cuestión, tal y como yo lo veo, no es quién o qué país cometió cada crimen, sino por qué. Irremediablemente, cada guerra trae consigo tragedias terribles, un derroche inmenso y una destrucción inmoral. Todas las guerras, sin importar lo grandes o lo pequeñas que sean, lo cerca o lo lejos que sucedan, rebajan nuestra humanidad hasta niveles de barbarie.
¿Por qué contar la historia de Sadako? Porque la historia de esta niña va más allá de la paz mundial, más allá de los horrores de la bomba atómica. Es una historia que merece la pena contar, y espero que merezca la pena leer. Basta conocer, aunque sea solo por encima, a esta niña tan valiente para darse cuenta de que tenía una personalidad excepcional. Quienes la conocieron no tardaron en descubrir que era una niña con un don especial, capaz de enfrentarse con dignidad a la adversidad y de ser fuerte ante las muchas dificultades que la vida le puso por delante. Podemos dar por hecho, sin temor a equivocarnos, que una persona con menos coraje que hubiera tenido que soportar un calvario semejante no habría sobrevivido tanto tiempo como ella, ni tampoco se habría enfrentado a él con tanta valentía.
No obstante, en esta historia tan conmovedora hay otro aspecto que no debemos perder de vista. Desde el principio, la dolorosa y prolongada carga de Sadako se vio aligerada en gran medida por el apoyo incondicional que recibió de su familia, sus amigos y su profesor, que la adoraban. Todos ellos la apoyaron de forma heroica e incondicional. Y, finalmente, ¿a quién no se le levantaría el ánimo al saber de ese grupo de jóvenes estudiantes que, prácticamente solos y de forma milagrosa, convirtieron un bonito sueño en una realidad asombrosa e inspiradora?
En mis esfuerzos por escribir un libro que contase lo que sucedió, me di cuenta de que ver por mí mismo dónde y cómo había empezado la historia sería algo muy beneficioso para mí. Este objetivo solo podía conseguirlo si conocía los hechos de primera mano, y eso solo podía hacerlo en Japón…, ¡el hogar de Sadako Sasaki!
Visité de nuevo Hiroshima y Nagasaki en 1993 y 1996, y desde el primer día me sentí abrumado por la ayuda y la hospitalidad que me dispensaron todos los miembros de la familia Sasaki, incluyendo a la madre y el padre de Sadako, a su hermano mayor, Masahiro, y su esposa, Yaeko, y a Tomoyo, la hija de ambos. Conocí a Eiji, el hermano menor de Sadako, en el cementerio. No pude ver a su hermana pequeña, Mitsue, porque vivía lejos de su familia, en Fukuoka. Durante la primera visita que hice a los Sasaki, paseé, charlé y comí con ellos a menudo. Me enseñaron muchas fotografías de Sadako y me regalaron unas cuantas grullas de papel que la niña había hecho durante su estancia en el hospital.
Un tiempo después, fui a visitar la tumba familiar donde están enterrados los restos de Sadako. Incluso antes de que terminase mi visita, ya sentía que aquellas personas encantadoras se habían convertido en una parte de mi familia.
También conocí a Kiyo Okura, que había sido la compañera de habitación de Sadako en el hospital. Compartió conmigo información personal muy valiosa sobre ella, que entonces era desconocida para el gran público. La señora Okura es hoy la bibliotecaria de un instituto de Tokio.
También tuve la suerte de conocer al señor Ichiro Kawamoto, que tuvo un papel fundamental en la construcción del Monumento a la Paz de los Niños, en japonés Genbaku-no-Ko-no-Zo (‘la estatua para los niños de la bomba atómica’). Hoy está jubilado de su trabajo como conserje del instituto para chicas Jogakuin de Hiroshima, pero, junto con un pequeño grupo de la Asociación de las Grullas de Papel de Hiroshima, todavía cuida del Monumento a la Paz de los Niños y se asegura de que siempre esté impecable. El señor Kawamoto también se encarga del monumento que homenajea a los muchos coreanos que fueron víctimas de la bomba atómica. Cuando la lanzaron, en Hiroshima había un gran número de coreanos haciendo trabajos forzados. Muchos de ellos murieron.
Este libro no estaría completo si no mostrara la gratitud que siento hacia las personas siguientes por su generosa ayuda.
Mi esposa Jeanette: siempre recordaré los ánimos y el apoyo que me prestó de forma constante. Mi hijo Scott, cuya idea fue el empujoncito que necesitaba para empezar. Los señores Alen Gascone y Mark Dunn y las señoras Lee Ebs, Helen Borrello y Sarah Strawn, por su ayuda editorial, y la señora Sarah Carlson, por sus ilustraciones. Y, finalmente, la señora Marie Bogart, que escribió a máquina y preparó el manuscrito para la editorial.
Y, también, quiero mostrar mi agradecimiento a todos los nuevos amigos, socios, ayudantes y simpatizantes que hice en Japón y en Estados Unidos.
Gracias a todos.
TAKAYUKI ISHII
Abril de 1997
Sadako en el primer curso.
Prefacio
«¡Levantemos una estatua por la paz en Estados Unidos, como la estatua de Sadako en Japón!» Es la propuesta que resonaba en las aulas de la escuela primaria Arroyo del Oso de Albuquerque, Nuevo México, en febrero de 1990.
Esa posibilidad se convirtió en una realidad cuando, en agosto de 1995, en el cincuenta aniversario de la creación y el lanzamiento de la bomba atómica, se erigió y se dedicó en Albuquerque el modelo para el Monumento a la Paz de los Niños Estadounidenses, «Nuestra esperanza para un futuro pacífico», . El modelo se eligió en mayo de 1994 en el Museo de la Ciencia de Bradbury de Los Álamos, Nuevo México. Del mismo modo que los niños y los jóvenes involucrados en el movimiento japonés habían sido clave para que la estatua de Sadako se convirtiese en una realidad, los niños de Estados Unidos, con el asesoramiento de los adultos, tuvieron también un papel imprescindible en el movimiento de este país.
Cuando se levantó y dedicó el Monumento a la Paz de los Niños en Albuquerque, yo albergaba la esperanza de que todos nosotros, jóvenes y viejos, comprendiéramos y decidiéramos no olvidar jamás los terroríficos efectos que la bomba nuclear tuvo en Hiroshima, Nagasaki, el atolón Bikini y las islas Marshall, donde estos horrores quedaron patentes de forma particularmente vívida, así como en el resto de los lugares del mundo que sufrieron las pruebas nucleares.
Se construyó el Monumento a la Paz de los Niños tan cerca de un lugar tan simbólico como Los Álamos, donde se creó la primera bomba atómica, para que nadie olvide nunca que la paz mundial es nuestro sueño, que la paz debe triunfar.
Los padres de Sadako en 1993.
La historia de Sadako y el Monumento a la Paz de los Niños nos ayuda a comprender en profundidad qué sucedió exactamente el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima; qué le pasó ese día a la familia Sasaki, cómo sobrevivió Sadako, qué la llevó a hacer sus pájaros de papel y cómo se acabó construyendo el Monumento a la Paz de los Niños en el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima.
El 5 de mayo de 1958, en una mañana clara de primavera, en un pequeño parque de Hiroshima, miles de niños descubrieron solemnemente la estatua en memoria de Sadako Sasaki, que nació el 7 de enero de 1943 y murió el 25 de octubre de 1955. El monumento también homenajea a los otros miles de niños que fallecieron debido a la explosión de la bomba atómica y sus terribles consecuencias. Este sencillo monumento de piedra dedicado y construido por los niños de Japón se ha convertido en un símbolo de la paz a lo largo y ancho del mundo.
Diez años después de que lanzaran la bomba atómica sobre Hiroshima, Sadako, de doce años, murió en la cama de hospital en la que había estado postrada durante los últimos ocho meses de su vida. En un tranquilo silencio, sin derramar una lágrima, sin un solo murmullo, sus ocho meses de dolor y sufrimiento llegaron a su fin.
El coraje que mostró Sadako al luchar por su vida, así como la fe inquebrantable que demostró al hacer los mil pájaros de papel, inspiraron a sus compañeros de clase y a gente de todo Japón, tanto jóvenes como adultos, para erigir una estatua que la recordase, a ella y a los muchos otros niños que murieron como consecuencia de la bomba. Se trata del Monumento a la Paz de los Niños, conocido hoy en todo el mundo, y también llamado la ‘estatua para los niños de la bomba atómica’ (Genbaku-no-Ko-no-Zo en japonés).
Cada año, miles de visitantes hacen una peregrinación hasta el monumento para homenajear la memoria de los niños que murieron como consecuencia de la bomba atómica y sus secuelas. En silencio, la gente coloca pájaros de papel de colores a los pies de la estatua.
Espero que esto inspire al lector para unirse a este círculo siempre en expansión que forman aquellos que deciden seguir el ejemplo de Sadako, haciendo pájaros de papel y trabajando por la paz mundial.