El mundo amarillo (edición ilustrada)

Albert Espinosa

Fragmento

cap-7

¿Dónde nace?

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Pues nace del cáncer. Me gusta la palabra cáncer. Hasta me gusta la palabra tumor. Puede sonar macabro, pero es que mi vida ha estado unida a estas dos palabras. Y nunca he sentido nada horrible al decir cáncer, tumor u osteosarcoma. Me he criado junto a ellas y me gusta pronunciarlas en voz alta, proclamarlas a los cuatro vientos. Creo que hasta que no las dices, que no las haces parte de tu vida, difícilmente puedes aceptar lo que tienes.

Es por ello por lo que es necesario que en este primer capítulo hable del cáncer, porque en los siguientes utilizaremos las enseñanzas del cáncer para sobrevivir a la vida. Así que me centraré primero en él y en cómo me afectó.

Yo tenía catorce años cuando ingresé en el hospital por primera vez. Tenía un osteosarcoma en la pierna izquierda. Dejé el colegio, dejé mi entorno y comencé mi vida en el hospital.

Tuve cáncer durante diez años, de los catorce a los veinticuatro. Eso no significa que pasara diez años ingresado, sino que estuve diez años visitando diversos hospitales para curarme de cuatro cánceres: pierna, pierna (la misma que en el primer cáncer), pulmón e hígado.

En el camino dejé una pierna, un pulmón y un trozo de hígado. Pero debo decir, justo en este momento, que fui feliz con cáncer. Lo recuerdo como una de las mejores épocas de mi vida.

Puede chocar ver esas dos palabras juntas: feliz y cáncer. Pero fue así. El cáncer me quitó cosas materiales: una pierna, un pulmón, un trozo de hígado, pero me dio a conocer muchas otras cosas que jamás podría haber averiguado solo.

¿Qué puede darte el cáncer? Creo que la lista es interminable: saber quién eres, saber cómo es la gente que te rodea, conocer tus límites y sobre todo perder el miedo a la

muerte. Quizá esto último sea lo más valioso.

Un día me curé. Tenía veinticuatro años y me dijeron que no tenía que volver al hospital. Me quedé helado. Fue extraño. Lo que mejor sabía hacer en mi vida era luchar contra el cáncer y ahora me decían que estaba curado. La extrañeza (o atontamiento) me duró seis horas, luego me volví loco de alegría; no volver a un hospital, no volver a hacerme radiografías (creo que me he hecho más de doscientos cincuenta), no más análisis de sangre, fin de los controles. Era como un sueño hecho realidad. Era absolutamente increíble.

Pensé que en pocos meses me olvidaría del cáncer. Tendría una «vida normal». El cáncer sería tan sólo una época de mi vida. Pero en lugar de eso (nunca lo he olvidado) pasó algo inesperado, y es que jamás imaginé cuánto me ayudarían las enseñanzas del cáncer en la vida diaria.

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Es sin duda, el gran legado que me ha dejado el cáncer. Unas enseñanzas (por llamarlas de algún modo, aunque quizá prefiero la palabra descubrimientos) que ayudan a que mi vida sea más fácil, a ser más feliz.

Lo que explicaré en este libro no es otra cosa que cómo aplicar en la vida diaria lo que aprendí con el cáncer. Sí, exacto, ahora que lo pienso, así podría titularse el libro: Cómo sobrevivir a la vida a través del cáncer. Quizá llegue a ser el subtítulo del libro. Suena raro, suena justo lo contrario a la mayoría de los libros que suelen escribirse, pero es así. La vida es paradójica; me encantan las contradicciones. Quiero recalcar que el libro es un compendio de lo que yo aprendí del cáncer y también de los descubrimientos que me mostraron amigos míos que también lucharon contra esta enfermedad.

Y es que los compañeros de habitación son muy importantes. Y es que hasta incluso todos los chicos que teníamos cáncer, que nos hacíamos llamar Pelones, teníamos un pacto, un pacto de vida: nos repartíamos las vidas de los que morían. Un pacto inolvidable, bonito, de alguna manera deseábamos vivir en los otros, ayudarlos a luchar contra el cáncer.

Siempre creímos que los que morían habían debilitado un poco más al cáncer y hacían que a los que sobrevivíamos nos fuera más fácil ganar. Durante los diez años de cáncer me tocaron 3,7 vidas. Así que este libro lo escribimos 4,7 personas (las 3,7 vidas ajenas y la mía propia). Nunca olvido esas 3,7 vidas y siempre intento hacerles justicia. Si a veces es complicado vivir una vida, ¡imagina la responsabilidad de vivir 4,7 vidas!

Bien, hasta aquí el cáncer y yo. Me gusta cómo lo he resumido, estoy contento. El inicio está contado. Ahora sigamos con el mundo amarillo.

cap-8

¿Qué es el mundo amarillo?

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Seguro que te lo estarás preguntando desde que compraste este libro de color amarillo (yo ahora lo veo amarillo, ya veremos qué pasa hasta cuando se publique, quizá la portada del libro acabe siendo pardusca o naranja), o quizá desde que oíste en algún programa de radio que alguien hablaba sobre los amarillos y algo de lo que escuchaste te hizo ir a comprar este ejemplar.

El mundo amarillo es el nombre que he puesto yo a una forma de vivir, de ver la vida, de nutrirse de las lecciones que se aprenden de los momentos malos y de los buenos. El mundo amarillo se compone de descubrimientos y sobre todo de descubrimientos amarillos, que son los que le dan nombre. Pero a eso ya llegaremos, paciencia.

Lo que sí puedo asegurarte es que en este universo no hay reglas. Cualquier mundo se rige por reglas, pero el mundo amarillo no las tiene. No me gustan las reglas, así que jamás deseé que mi mundo las tuviera. Sería una incongruencia. Y es que no creo que sean necesarias, no sirven de nada, sólo están para que te las saltes. Nada de lo que te dicen que es sagrado en esta vida creo que lo sea. Nada de lo que digan que es lo correcto creo que lo sea. Todo tiene dos caras, todo tiene dos perspectivas.

Yo siempre he creído que el mundo amarillo es el mundo en el que realmente estamos. El mundo que nos muestran las películas, el del cine, es un mundo creado por tópicos que no son verdad, y acabamos pensando que el mundo es así. Te enseñan cómo es el amor, y luego te enamoras y no es como en las películas. Te enseñan cómo es el sexo, luego tienes sexo y tampoco se parece al de las películas. Hasta te enseñan cómo son las rupturas de las parejas. Cuántas veces la gente ha quedado con su pareja en un bar y ha emulado una ruptura de cine. Y no funciona, no funciona porque lo que en el celuloide se despacha en cinco minutos, luego a ti te lleva seis horas y al final no rompes sino que te comprometes a casarte o a tener un hijo.

Tampoco creo en las etiquetas que pretenden definir a las generaciones. Yo no me siento generación X, ni generación iPod, ni mucho menos me siento generación metrosexual o übbersexual.

¿Qué me siento? Amarillo (que es algo individual que no forma parte de un colectivo). Soy amarillo, soy un amarillo de alguien. Pero a eso ya llegaremos. Así pues, no hay etiquetas, no hay reglas, no hay normas. Supongo que te estarás preguntando cómo se va a articular este libro y este mundo, como voy ordenar los conceptos. Pues a través de una lista. Creo en las listas, me encantan. Soy ingeniero industrial, de ahí que ame los números y si amas los números amas las listas.

Todo lo que leerás a partir de aquí es una gran lista. Una lista de conceptos, una lista de ideas, una lista de sentimientos, una lista llena de felicidad. Una lista de descubrimientos que hicieron que creara lo que yo considero mi mundo.

Son descubrimientos breves que recojo en capítulos cortos. Son pequeñas trazas para comprender otra forma de ver el mundo. No tengas miedo a vivir el mundo amarillo. Solamente debes creer en él.

Yo tengo una máxima: si crees en los sueños, ellos se crearán. Creer y crear son dos palabras que se parecen y se parecen tanto porque en realidad están cerca, muy cerquita. Tan cerquita como que si crees, se crea.

Cree…

Y ahora vayamos directos al gran capítulo, el que contiene estos descubrimientos: Para vivir... Aquí están la mayoría de las experiencias y aplicaciones del cáncer extrapolables a la vida y que forman las trazas que puedes seguir para crear tu mundo amarillo.

Son 23 puntos que debes unir con líneas, unir conceptualmente en tu mente, y aparecerá una forma de vida. Un mundo amarillo.

Cada punto, cada descubrimiento lleva por título alguna de las frases que escuché durante mi vida en el hospital. Son frases que me dijo alguien mientras estaba enfermo y que me marcaron de tal manera que jamás las he olvidado. Son como partes de un poema, inicios de una canción, sentimientos que siempre olerán a quimioterapia, a vendas, a espera de visitas y a compañeros de habitación con pijamas azules. A veces, las palabras son las que te proporcionan los caminos. Pocas palabras pueden engendrar en uno una idea. A veces las frases más importantes son las que menos importancia creemos que tienen.

Adéntrate y cree. Eso sí, cree pero jamás a pies juntillas. Todo es cuestionable, todo es discutible. Y te lo dice alguien que se define con la letra «A»: Albert, Apolítico, Agnóstico y Amarillo.

cap-9

PARA SEGUIR....

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LISTA DE
DESCUBRIMIENTOS
PARA CONVERTIR
TU MUNDO
EN AMARILLO

(LECCIONES DEL CÁNCER
APLICADAS A LA VIDA)

 

 

 

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.

¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?

Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.

Eso, para seguir.

— Gabriel Celaya —

 

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cap-10

Primer descubrimiento

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LAS PÉRDIDAS

SON POSITIVAS

«Hazle una fiesta de despedida a la pierna. Invita a la gente que tenga que ver con tu pierna y despídela por todo lo alto. ¿No te apoyó durante toda una vida?, pues apóyala tú ahora que ella se marcha.»

MI TRAUMATÓLOGO

EL DÍA ANTERIOR A QUE

ME AMPUTASEN LA PIERNA

Las pérdidas son positivas. Sé que cuesta creer en ello, pero las pérdidas son positivas. Tenemos que aprender a perder. Debes saber que tarde o temprano todo lo que ganas lo perderás.

En el hospital nos enseñaban a aceptar la pérdida, pero no poniendo el énfasis en la palabra «aceptar», sino en «pérdida». Ya que aceptar es una cuestión de tiempo, perder es una cuestión de principios.

Hace años cuando alguien moría, sus familiares más cercanos pasaban un tiempo de duelo: vestían de negro, sufrían y no salían de casa. El duelo era una época para pensar en la pérdida, vivir para la pérdida.

Hemos pasado del duelo a la nada absoluta. Ahora se te muere alguien y en el tanatorio te dicen: «Tienes que superarlo ». Rompes con tu pareja y la gente quiere que en dos semanas salgas con otra persona. Pero ¿y el duelo? ¿Dónde queda el duelo, pensar en la pérdida, en lo que significa la pérdida?

El cáncer me quitó mucho: un pulmón, una pierna, parte del hígado, movilidad, experiencias, años de colegio… Pero quizá la pérdida más sentida fue la de la pierna; recuerdo que el día anterior a que me la amputasen mi médico me dijo: «Hazle una fiesta de despedida a la pierna. Invita a la gente que tenga que ver con tu pierna y despídela por todo lo alto. ¿No te apoyó durante toda una vida?, pues apóyala tú ahora que ella se marcha».

Tenía quince años y no organicé una fiesta de adolescente para perder la virginidad (como me habría gustado) sino una fiesta para perder la pierna. Recuerdo como si fuera hoy cuando llamé a gente relacionada con la pierna (me costó un poco, no era fácil entrarles). Después de dar muchas vueltas y hablar de mil cosas, les acababa diciendo: «Os invito a la fiesta de despedida de la pierna, no traigáis nada. Y si queréis podéis venir a pata». Me pareció importante añadir esta referencia a la pata para quitarle hierro al asunto. Sin duda alguien genial decidió dotarnos de humor, la salvación a todos nuestros conflictos… Un sentimiento extraño que nos permite darle la vuelta a todo, cuando y como deseemos.

A aquella fiesta tan curiosa invité a la gente relacionada con mi pierna: a un portero de fútbol al que le metí cuarenta y cinco goles en un partido (bueno, vale, le metí sólo uno, pero lo invité), a una chica con la que hacía piececillos bajo la mesa, a un tío con el que hacía excursionismo (por la cuestión de las agujetas, ya no se me ocurrían tantos invitados), y también invité a un amigo mío que tenía un perro que me mordió cuando yo tenía diez años. Lo peor es que el perro vino e intentó volver a morderme.

Fue una fiesta preciosa. Creo que la mejor que he organizado, y sin duda, la más original. Al principio la gente estaba cortada, pero poco a poco empezamos a hablar de la pierna. Todos contaron anécdotas relacionadas con ella. La tocaron por última vez. Fue una noche preciosa que jamás olvidaré.

Cuando la noche acababa y el día despuntaba, a pocas horas de entrar en el quirófano se me ocurrió el broche de oro: un último baile a dos piernas. Se lo pedí a una enfermera y me dijo que sí. Yo no tenía música pero mi compañero de habitación tenía muchos CD de Machín (era un fan de Machín, él mismo se autodenominaba el Manisero). Puse el CD que me prestó y sonó «Espérame en el cielo». No había canción más adecuada para ese momento, para ese final. La bailé diez o doce veces con aquella enfermera. Mis doce últimos bailes. ¡La bailé tantas veces! Sobre todo deseaba no escuchar nada, que Machín mágicamente se fundiera con mi mente, que fuera un sonido repetitivo, una banda sonora que cubriera todo ese momento. ¿No te gusta cuando la música se repite tantas y tantas veces que ya no oyes las palabras, los sonidos? Entonces esa música, esas palabras son como el viento, algo que está ahí, que notas, sientes pero que no necesitas escuchar, tan sólo sentir.

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Al día siguiente me cortaron la pierna. Pero no estaba triste, pues me había despedido, había llorado, había reído. Había, sin saberlo, realizado mi primer duelo, había hablado sin tapujos de la pérdida y la había transformado en ganancia.

Me gusta pensar que no he perdido una pierna, he ganado un muñón y una fantástica lista de recuerdos relacionados con la pierna:

Una fiesta de despedida preciosa (¿cuánta gente puede presumir de haber tenido una fiesta tan chula?).

Recordar mis segundos primeros pasos (olvidas los primeros, pero jamás olvidas los segundos primeros pasos con tu pierna mecánica).

Y además, como enterré mi pierna soy de los pocos en este mundo que puede decir que tiene un pie en el cementerio, pero no en sentido figurado sino real. Siempre me da mucha risa pensar que soy de los afortunados que puede decirlo literalmente.

Sin duda, las pérdidas son positivas. Me lo enseñó el cáncer. Y eso es algo que puede trasladarse al mundo sin cáncer. Ya que cada día sufrimos pérdidas, algunas importantes que nos desilusionan, otras menores que nos inquietan. No son como perder un miembro, pero la técnica para superarlas es la misma que aprendí en el hospital.

Cuando pierdas, convéncete de que no pierdes, estás ganando la pérdida. Haz un duelo. Los pasos son…

Recréate en la pérdida, piensa en ella.

Sufre con ella. Invita a la gente que tenga que ver con esa pérdida, pídeles consejo.

Llora (los ojos son nuestros limpiaparabrisas privados y públicos).

Busca la ganancia de la pérdida y tómate tu tiempo.

A los pocos días te sentirás mejor. Notarás lo que has ganado. Pero recuerda que puedes volver a perder esa sensación.

¿Funciona? Seguro. Yo jamás tuve fantasma. El fantasma es la sensación de notar la pierna cuando no la tienes, y creo que no tuve fantasma porque, sin saberlo, me despedí tan bien de la pierna que hasta el fantasma se fue.

El primer descubrimiento del mundo amarillo: LAS PÉRDIDAS SON POSITIVAS. Que nadie te convenza de lo contrario.

A veces las pérdidas serán pequeñas, otras veces las pérdidas serán grandes, pero si te acostumbras a entenderlas, a enfrentarte a ellas, al final te darás cuenta de que no existen como tal. Cualquier pérdida es una ganancia.