Yo también soy diferente

Martina Massana

Fragmento

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¡Hola! Me llamo Martina y soy diferente. Diferente de ti, de esa persona que te acabas de cruzar por la calle, de la vecina de enfrente e incluso de mi mejor amiga del alma. Y es que ser distintos al resto es lo que nos hace especiales y únicos.

Yo nací y crecí en Barcelona y tuve una infancia un poco… peculiar. Desde bien pequeña sentí muy de cerca la sensación de «ser diferente», pues mi relación con el entorno y con el conocimiento no era como la de los otros niños y niñas de mi edad, pero tampoco entendía por qué. Al final, una serie de pruebas confirmaron que aprendía más rápido que el resto y fue como si hubiera recibido el título oficial de «cerebrito diferente a los demás». Entonces vino el gran cambio: pasé un curso y empecé a ir con compañeros un año mayor que yo. Y, de nuevo, me sentí diferente, pero esta vez porque me tuve que acostumbrar a estar con gente nueva con la que no había estado durante los años anteriores, gente que no conocía. Fue un cambio drástico, pero con mucho esfuerzo, aprendí a verlo como una oportunidad y lo aproveché de la mejor manera posible.

Estas experiencias me han hecho darme cuenta de que el sentimiento de la diferencia me ha acompañado toda mi infancia. De hecho, aún sigue presente ahora a mis diecisiete años y a lo mejor lo estará toda la vida. Pero eso, pese a que me ha comportado muchos momentos de inestabilidad, nunca me ha llevado a querer cambiar y dejar de ser como soy. Pasito a pasito, he ido desarrollando mi personalidad, reconociendo y aceptando esta diferencia; he ido evolucionado con ella, no por ella.

Hasta ahora, ¿te suena algo lo que digo? Porque me juego lo que quieras a que tú también te sientes o te has sentido distinto al resto en algún momento. Ser diferente es algo en lo que todos nos podemos reconocer, en unos aspectos u otros. Entonces, ¿podríamos decir que ser diferente es… lo normal? ¡Bum! Te acaba de explotar la mente, ¿verdad? Creo que no acabamos de entender el concepto de diferencia y esto nos lleva a malinterpretar situaciones y a tener reacciones inadecuadas. Y esto es justo lo que pretende explorar este libro.

Sé que es un tema muy complejo, pero es justamente porque nosotros, los humanos, también somos muy complejos.

Te invito a que me acompañes a través de las páginas de este libro y que, entre los dos, reflexionemos sobre lo que significa ser diferente y las consecuencias que puede conllevar serlo a los ojos de nuestra generación. Pensemos juntos qué está en nuestra mano para conseguir dar un giro de 180 grados y empezar a ver las diferencias de otra forma.

Quizá ahora te estés preguntando: «Pero ¿es necesario cambiar?». La respuesta es clara: sí, porque aún existe el bullying, que representa el lado más oscuro de cómo tratamos las diferencias.

Únete al reflejo de una visión que sirva como punto de referencia para generar un cambio de mirada en la sociedad y en nuestra generación. Dejemos de ver las diferencias como excusas para excluir y empecemos a usarlas para construir.

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Los últimos días de verano y los primeros

de la preocupación

Era finales de agosto, pero el clima parecía haberse quedado atascado tres semanas atrás. En la playa no había ni un solo rincón que no estuviera ocupado por el sol, que parecía que no se cansaba de ser tan abrasador. Sara, nada más llegar, había dejado su ropa sobre la arena y había corrido al agua. Sin embargo, no llegó ni a meter los pies porque su madre la llamó antes, y le dijo que tenía que ponerse crema solar. Ella siempre intentaba hacerse la sorda y esperar a que su madre se olvidara, pero nunca funcionaba. Aunque la verdad es que ya se había quemado varias veces ese verano y no le había hecho ni pizca de gracia parecer un tomate durante días.

Sara suspiró y volvió hacia la sombrilla lo más rápido que pudo para no quemarse los pies. Se puso la crema y aprovechó para coger el flotador con forma de dónut y, por fin, se tiró al mar. ¡Qué gusto! Podría tirarse horas dentro del agua. Se sentía feliz allí en medio, mecida por las olas.

—¡Sara, a comer! —Ahora era su padre quien la llamaba. No sabía cuánto tiempo llevaba en remojo. ¿Se habría dormido? Pero una vez más, hizo ver que no se había dado cuenta. Estaba muy cómoda estirada en el agua—. ¡Venga, que sé que me has oído!

Claro que lo había oído, pero no quería salir, aunque sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo. Sus dedos ya parecían pasas de lo arrugados que estaban, tenía el pelo lleno de sal y necesitaba beber agua urgentemente, porque tenía los labios más secos que un ripio. Se sumergió por última vez y empezó a encaminarse hacia la arena. «Algún día funcionará», se dijo a sí misma, aunque sabía que sus padres la conocían demasiado bien.

—Hoy ya será el último día de playa aquí —dijo su padre mientras le daba un mordisco al bocadillo de tortilla que tenía en la mano—. Así que esta tarde tendrías que acabar de hacer la maleta, Sara, que mañana nos iremos temprano.

No sabía cómo, pero el verano siempre se le hacía corto. Se pasaba todo el curso esperándolo y esos tres meses se le pasaban volando. Solo de pensar que en dos semanas ya tenía que volver a clase…, se le revolvía el estómago, de emoción, de curiosidad y, bueno, también de unos pocos (bastantes) nervios.

—¿No podemos quedarnos unos días más? —preguntó Sara, pese a que ya sabía la respuesta.

—Ya volveremos el año que viene, que ni el pueblo ni la playa van a moverse del sitio.

Después de exprimir las últimas horas de baño del verano, recogieron las cosas y fueron hacia el coche. Si fuera hacía calor, el coche ya parecía un horno.

Al llegar a casa, empezó la operación maleta. A la ida todo cabía a la perfección, pero a la vuelta parecía como si la bolsa hubiera encogido. Siempre le pasaba lo mismo, tenía la sensación de que sería imposible guardar todas sus cosas sin una carrera de ingeniería. Horas después, cuando estaba probando ya la tercera manera de colocar el último par de zapatillas, su abuela pasó por delante de la habitación y se paró en la puerta. Era experta en repetirle todo el tiempo lo cortas que le parecían las vacaciones y, sin ser nada nuevo, le preguntó al menos por cuarta vez esa semana:

—¿Ya estás preparada para empezar primero de la ESO? Que ya no estarás en primaria. ¡Madre mía, pero qué mayor te estás haciendo!

Sara siempre se reía con estos comentarios y le respondía: «¡Yaya, no me lo recuerdes!». Pero ahora que estaba a dos semanas de emprender esta nueva etapa, ya no le hacía tanta gracia, de hecho, incluso le daba un poco de miedo.

Esa noche, salió con sus amigos del pueblo como siempre hacía en verano y, por un momento, mientras el resto reía y hablaba, se dio cuenta de que con ellos siempre se lo pasaba bien y se divertía más que con cualquier otra persona. De repente, pensar que no los iba a ver en un año hizo que sin querer se entristeciera un poco. No podía evitar preguntarse si en su clase iba a encontrar a alguien con quien se divirtiera tanto como con ellos. Al fin y al cabo, se conocían desde pequeños y habían crecido juntos.

Conocer gente nueva es algo que siempre la había puesto bastante nerviosa. Ella siempre se había sentido un poco diferente al resto y eso la inquietaba porque era algo que siempre influía en el momento de hacer nuevas amistades. La incertidumbre de saber si les iba a gustar, si a ella le caerían bien y si acabarían siendo amigos era algo que siempre tenía presente cuando empezaba a hablar con alguien que no conocía; y, definitivamente, era algo que sentiría durante los primeros días del curso.

Reconocía que su afición por la tecnología no era algo que mucha gente compartiera. Le gustaba pasarse el día con el ordenador, experimentando en lo que podía. Y siempre estaba escuchando música. Aunque sí, igual que su afición por la tecnología, sus gustos musicales eran poco corrientes. Le encantaba descubrir grupos poco conocidos y escuchar su música. Pero eso también significaba que se ganara algunas miradas de «¿ein?» cuando tarareaba sus canciones.

«Todo será tan diferente…», pensó cuando estaba ya tumbada en la cama. Ese día le costó dormirse porque su mente iba a cien por hora: imaginando cómo sería el primer día de instituto, quién estaría en su clase o si coincidiría con alguno de sus compañeros. En su colegio había una línea en primaria, pero en secundaria se ampliaban hasta tres, así que no era difícil que acabara separada de ellos. Solo de pensar que estaría en un aula diferente, viendo nuevas personas en los asientos de su alrededor, hizo que echara de menos a sus compis del año anterior. Sabía que, aunque no coincidiera con ellos en la clase, los seguiría viendo por los pasillos, pero no podía evitar pensar que no sería lo mismo. En su repentina «sesión de reflexión» incluso se preguntó si habría algún profesor que le llegara a gustar más que el que había tenido en inglés el año pasado o menos que el de sociales.

Pero es que en realidad no tenía ni idea de qué esperarse. No tenía ningún amigo o amiga que fuera a empezar segundo de la ESO y que le pudiera chivar algunas cosas importantes que habría que tener en cuenta a la hora de empezar el instituto, así que iba completamente a ciegas. ¡No sabía ni si estaba preparada para un cambio tan grande! Y pensando en eso y en que volver al cole también significaba tener que volver a levantarse temprano cada mañana, el cansancio pudo con ella y se acabó durmiendo.

A la mañana siguiente, Sara se despidió de sus abuelos con un gran abrazo y se montó en el coche. A través de la ventanilla, vio que su abuela decía adiós con la mano de manera efusiva mientras mostraba la más grande de sus sonrisas. Un «¡Hasta el año que viene!» se quedó en el aire.

El viaje de vuelta le pareció como cuando al final de una película de fantasía los personajes regresan a la realidad y todas las aventuras que han vivido se convierten en un recuerdo. ¡Cuánta nostalgia en un momento! A medida que se iban acercando a casa, Sara tenía la sensación de que a su alrededor todo el mundo se estaba preparando para volver a la rutina. Por lo menos vio tres pancartas publicitarias en la carretera con la frase infernal: «¡Vuelta al cole!». Aunque, bueno, eso le recordó que el único cambio que no le importaba relacionado con empezar el nuevo curso era comprar todo el material escolar nuevo. No podía negar que le encantaba renovar sus libretas y bolígrafos, pese a que después le diera pena estrenarlos porque no quería gastarlos.

Decidida a disfrutar el verano hasta el último momento, Sara pasó la siguiente semana intentando pasarse un juego nuevo de la Play que se acababa de comprar y escuchando el nuevo disco de Dr. Dog. Ya había tres o cuatro canciones que sabía que iba a añadir sí o sí a su lista personal. Intentaba conservar la atmósfera de los primeros días de agosto, aunque septiembre iba avanzando y cada vez era más difícil ignorarlo. Alicia, su mejor amiga, ya estaba hablando de las preocupaciones de empezar el curso y de que era inevitable. Esas conversaciones también le sirvieron a Sara para recordar que vendrían personas nuevas al colegio y eso la ponía en estado de alerta. Pensando ya en esos primeros días, empezó a darse cuenta de que quedaba ya muy poco para comenzar el curso, pero que todo el mundo estaba igual de nervioso que ella, así que de algún modo eso la dejó un poco más tranquila.

Y, por fin, llegó la víspera del gran día. Era martes por la noche y Sara acabó de poner las últimas cosas en la mochila. En el momento de acostarse, sintió que todos los nervios que tenía se le habían acumulado en el estómago y constató que su mente iba a cien por hora como aquella última noche en el pueblo, imaginando cómo le iba a ir el día siguiente. Sara ya lo sabía: ese sería, sin duda, el día del año que más le costaría dormirse.

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Qué raros pueden ser estos últimos días de verano de los que hablaba Sara, ¿verdad? Y más cuando van antes de un cambio tan grande como al que se tiene que enfrentar ella. CuandO algO nOs preOcupa, es muy prObable que anticipemOs cÓmO va a ir. Es la manera que tiene el cerebro de prepararnos para posibles escenarios y así sentir que tenemos algo de control. Porque necesitamos sentirnos seguros ante lo desconocido.

Aquí, Sara tiene que afrontar primero de la ESO y está un poco angustiada porque no sabe qué se va a encontrar. Tiene miedo de no poder adaptarse a tantas novedades y, sobre todo, le preocupa no gustar a los nuevos compañeros. Se siente insegura por no encajar, pues tiene muy interiorizado que ella es diferente al resto y eso la pone nerviosa.

¿A ti te ha pasado alguna vez algo parecido? ¿Te ves diferente al restO de la gente? ¿Eso te angustia o te empodera? ¿Con qué actitud te enfrentas a los cambios? Vale, tienes razón, son un montón de preguntas y quizá te haya abrumado con ellas. Que no cunda el pánico. En este capítulo, vamos a ir desgranando poquito a poco las ideas que se desprenden de ellas. Para ello, vamos a empezar por el principio, por la base de todo: entender qué son las diferencias. ¡Adelante!